En qué se parece y en qué no el caso Watergate a la crisis rusa de Donald Trump

Richard Nixon es el presidente que sigue teniendo el récord de la victoria más aplastante de la historia de la democracia de Estados Unidos. En 1972, el republicano ganó por casi 18 millones de votos, 23 puntos, al demócrata George McGovern. Restableció la relación con China y Rusia y su presidencia podía haber sido una historia de éxito para el niño que creció en un rancho pobre del sur de California y que siempre soñó con ir a mejores universidades de las que pudo permitirse su familia. El escándalo del Watergate dejó otro legado.
La historia personal de Nixon, su conocimiento profundo de la política, su experiencia de gobierno, su interés por los libros o las difíciles circunstancias que heredó por la guerra de Vietnam difieren mucho de la situación actual de Donald Trump. Pero algunos de los comportamientos del actual presidente y el entorno son señales tempranas del ambiente de la istración Nixon desde su primer mandato que desembocó en el Watergate (1972-74).
El asalto al cuartel general demócrata en el complejo del Watergate en busca de información comprometedora sobre un político que Nixon detestaba provocó el estallido público de los abusos de poder del presidente y de sus fieles durante años.
El “incidente”, como lo llamaba Nixon, del Watergate era nimio en comparación con las operaciones secretas para bombardear Camboya o empezar una guerra en Laos sin la autorización del Congreso o para espiar y chantajear a cualquier enemigo real o imaginario del presidente.
Ni un presidente con un mandato tan contundente como Nixon pudo librarse de las consecuencias de las trampas y la oscuridad.
Las señales de lo que pasaría años después no fueron tan públicas ni tan inmediatas como las de Trump, pero estaban desde el principio de su primer mandato.
En qué se parece
1. La personalidad
El carácter frustrado, inseguro, vengativo y muy desconfiado de Nixon recuerda al de Trump y es lo que llevó a montar un aparato paralelo especialista en perseguir de manera ilegal a sus enemigos y a no confiar en los expertos del Departamento de Estado y de Defensa, sino en unos pocos fieles.
Nixon, como Trump, apenas dormía y se obsesionaba con unos pocos enemigos. El asalto al Watergate tenía como principal objetivo al presidente del comité nacional demócrata, Larry O’Brien, que había sido el jefe de campaña de John F. Kennedy en 1960 y que Nixon consideraba responsable de las trampas que le habían hecho perder por poco aquellas elecciones.
Nixon tenía razón en que había habido votos fraudulentos en lugares como Chicago. Incluso una adolescente de 13 años llamada encontró pruebas de votantes demócratas con direcciones imaginarias.
Pero la obsesión con el pasado, cuando ya era presidente, fue lo que llevó a Nixon a buscar información comprometida sobre alguien que era poco relevante para 1972.
2. Interferencias antes de tomar posesión
En sus últimos momentos como presidente, Lyndon Johnson creía estar cerca de la paz en la guerra de Vietnam. Unos días antes de las elecciones de 1968, Nixon estuvo en o con Vietnam del Sur para sugerir que era mejor esperar a cualquier acuerdo porque él iba a ser elegido presidente y podía encauzar mejor las charlas de paz.
Cualquier civil, aunque sea candidato o candidato electo, que quiera interferir en la diplomacia de su país puede ser acusado de cometer un delito.
Es el caso del dimitido consejero de Seguridad Nacional, Michael Flynn, cuando trató de las sanciones a Rusia con su embajador en Washington en diciembre, y fue el caso de Nixon, con además una guerra de por medio. Lyndon Johnson le acusó de “traición”. Fue un principio atormentado.
3. Todo empezó con una toma de posesión con muchas protestas
La toma de posesión más tormentosa hasta entonces fue la de 1969 de Nixon. Miles de personas acudieron a la avenida de Pensilvania a protestar contra el nuevo presidente que entonces había ganado el voto popular por menos de un punto. Mientras hacía el recorrido habitual del Capitolio a la Casa Blanca, lanzaron piedras y basura a su limusina.
Trump vio una escena menos agresiva en la avenida de Pensilvania su primer día de presidente, pero también había miles de personas que protestaban con pancartas. Al día siguiente de su toma de posesión, la marcha de las mujeres en Washington y el resto del país fue la mayor protesta simultánea de la historia de Estados Unidos.
La reacción de Nixon y Trump fue de un enfado parecido.
En el caso de Nixon fue uno de los orígenes de los desastres años después. Para controlar a manifestantes y posibles rivales que agitaran las protestas contra él, Nixon quiso mover a un grupo de asistentes que estuvieran fuera de la estructura de la Casa Blanca y que se dedicaran al espionaje para luchar contra sus enemigos.
El grupo derivaría después en los “ plumbers” (los fontaneros) que, entre otras misiones, asaltaron el Watergate.
4. La obsesión con la prensa y las filtraciones
Trump dice ahora que lo más grave de los os de Flynn con Rusia sobre los que había mentido en público son las filtraciones.
Esta era una de las obsesiones que más cara costó a Nixon. En la primavera de 1969, el presidente ordenó que se grabaran las conversaciones de los del Consejo de Seguridad Nacional, algo que, según The New York Times, también ha hecho Trump. Nixon acabó pinchando los teléfonos de periodistas, diplomáticos y militares de su propia istración.
Nixon también pinchó el teléfono de Howard Baker, el senador republicano que haría la pregunta más célebre de la investigación del Watergate: “¿Qué sabía el presidente y desde cuándo lo sabía?”
Nixon estaba tan obsesionado con grabarlo todo que instaló un sistema de grabación en el Despacho Oval, el que le perdió porque sirvió como prueba del conocimiento que tenía de las actividades ilegales de su campaña de reelección y de sus intentos de encubrir lo que habían hecho. Sus propias grabaciones mostraron que sabía más de lo que decía del Watergate y que había intentado impedir que el FBI investigara el caso desviando la culpa hacia la CIA.
Nixon culpaba a la prensa de parte de sus males, aunque nunca lo expresó de manera tan agresiva como Trump en público. Algunas de sus palabras, en versión más moderada, recuerdan a las del actual presidente.
Trump tuiteó el viernes contra una lista de medios, que, según él, son "el enemigo del pueblo estadounidense".
En 1972, mientras discutía un bombardeo en Vietnam, Nixon le dijo a su consejero de Seguridad Nacional, Henry Kissinger: "La prensa es el enemigo. El establishment es el enemigo. Los profesores son el enemigo. Escríbelo en una pizarra 100 veces y nunca lo olvides".
Nixon lo hizo en privado y sólo conocemos sus palabras porque él lo grababa todo y las cintas acabaron siendo públicas por el Watergate. En la frase se refería a sus enemigos, no a los del pueblo estadounidense.
5. El entorno
Lo que empujó a Nixon a pedir tácticas agresivas para su campaña de reelección fue estar rodeado de personas que no sólo no le frenaban, sino que le animaban a las ideas más radicales.
Al principio de su presidencia tenía a consejeros más moderados cerca, como H.R. Haldeman, el jefe de gabinete y quien incluso no ejecutaba las órdenes más descabelladas de Nixon a la espera de que se le olvidaron o se le pasara el enfado.
Pero hacia el final del primer mandato prefirió la compañía de los más osados sin escrúpulos, como Chuck Colson, un abogado que le ayudó a perseguir a los potenciales críticos que pudieran protestar contra el presidente. Colson le trajo también a Howard Hunt, un exespía de la CIA dispuesto a cualquier tarea que ayudara al presidente. Sus “fontaneros” espiaban a izquierdistas o asaltaron los archivos del psiquiatra de Daniel Ellsberg, el veterano de Vietnam que filtró los Papeles del Pentágono.
Sus ideas contra los demócratas iban mucho más lejos que el asalto del Watergate y, aunque no llegaron a ejecutar muchas porque eran caras, incluían secuestrar, drogar y mandar a México a pacifistas que se manifestaran contra Trump o estropear el aire acondicionado de la Convención Nacional Demócrata en pleno verano en Miami.
Trump está en el peculiar equilibrio entre su jefe de gabinete, el ex presidente del partido republicano, más tradicional, Stephen Miller. Lo que pase a partir de ahora dependerá mucho de a quién escuche, pero las señales en las primeras semanas son que el frente de Bannon ha tenido más peso.
6. La cultura de la mentira
Nixon presionaba tanto a sus subordinados con sus obsesiones y se rodeaba de personajes tan oscuros que las mentiras eran habituales y eso es lo que también llevó a que la investigación del Watergate destapara años de ilegalidades.
Cuando Nixon le pidió a Howard Hunt que le trajera pruebas de que Kennedy había ordenado matar al presidente de Vietnam Ngo Dinh Diem y que eso había dado origen a la guerra, Hunt no lo encontró rápido y se dedicó a falsificar telegramas para demostrar la premisa. Había pruebas de una posible relación que tenía la CIA, pero para ahorrarse tiempo falsificó la documentación y fue con la mentira. Las pruebas de la falsedad se encontraron en una caja fuerte de la Casa Blanca tras los arrestos del Watergate.
Unas horas después de la toma de posesión de Trump, su portavoz, Sean Spicer, mintió sobre la multitud en la ceremonia en su intento de hacer quedar bien al presidente. Flynn tampoco dijo la verdad al portavoz ni al vicepresidente, Mike Pence, sobre sus os con Rusia en diciembre.
En qué no se parece
1. Años de ilegalidades
El escándalo del Watergate, por la obstrucción a la justicia del presidente y sus colaboradores, fue lo que desveló también un historial de comportamientos ilícitos que empujaron al Congreso a empezar el proceso de impeachment. Llegó en el sexto año de la Presidencia de Nixon y ya tenía asaltos, persecución de enemigos, espionaje no autorizado y decisiones bélicas fatales sin control a sus espaldas.
Trump lleva menos de un mes como presidente. El caso de las relaciones del consejero de Seguridad Nacional con Rusia y las relaciones del equipo de campaña con Trump no han revelado ninguna actividad ilícita más que en el caso de Flynn, que puede incurrir en un delito de deslealtad a su país y de perjurio si mintió al FBI. No hay por ahora ninguna indicación de que Trump haya mentido a las agencias de servicios secretos, haya entorpecido su acción o haya patrocinado ninguna actividad ilegítima como presidente.
Su comportamiento como candidato no está sujeto al mismo escrutinio que impone el cargo de presidente, pero tampoco hay indicación de que pusiera entonces obstáculos a la investigación.
2. Las pruebas
En el caso de Nixon había pruebas claras de los delitos y el conocimiento del presidente porque él mismo optó por grabar hasta sus propias conversaciones. Aunque se resistió a entregar las grabaciones, el fiscal le obligó.
En una de las charlas, sobre qué debía hacer el FBI, hay una parte borrada de 18 minutos, pero incluso así había suficiente material para demostrar que el presidente interfirió en el trabajo de la Justicia antes y después del Watergate.
Aunque el FBI, la CIA y la Agencia de Seguridad Nacional están de acuerdo en que Rusia intentó influir en las elecciones presidenciales a favor de Trump y en que había os continuos entre la campaña republicana y el Kremlin, no han presentado pruebas tan rotundas de la implicación del actual presidente.
Las agencias tienen grabaciones que afectan a Flynn, a Paul Manafort, ex jefe de campaña de Trump, y a otros colaboradores, pero, según el New York Times, no demuestran que los republicanos intervinieran en el pirateo del email del comité nacional demócrata o que actuaran para interferir en el resultado de las elecciones.
3. La carga de Nixon
Tal vez lo más sorprendente del comportamiento de Trump desde que es presidente es la tensión de la nueva istración cuando ahora no afronta ninguna crisis económica o política similar a las de sus predecesores.
De hecho, parte de la reacción de Nixon y de su comportamiento errático se debió a la presión que tenía con la guerra de Vietnam. El presidente se desesperaba porque hiciera lo que hiciera no conseguía terminar la guerra.
Sus noches de insomnio eran por cómo sacar a Estados Unidos de una guerra que sólo traía miles de muertos estadounidenses, masacres de civiles y prisioneros de guerra. Nixon acabó una noche deambulando por Washington y dando discursos con frases inconexas a jóvenes estudiantes. Pero su única obsesión era terminar una guerra de la que no veía fin.
4. La sustancia era más irrelevante
Una de las diferencias entre el asalto al Watergate en las elecciones de 1972 y la interferencia rusa en las elecciones de 2016 es que en el primer caso la operación no tuvo ningún impacto en el resultado.
Los asaltantes del Watergate fueron detenidos mientras estaban poniendo micrófonos en el comité nacional demócrata y no llegaron a completar la operación que era del todo innecesaria.
Nixon ya sabía que McGovern era un rival débil.
Aquel verano, al demócrata no le hizo falta ningún empujón republicano para protagonizar una de las convenciones más desastrosas de la historia de los partidos. El candidato demócrata a presidente dio su discurso pasadas las dos de la mañana por la falta de acuerdo sobre su candidato a vicepresidente (los demócratas votaron hasta a Mao aquella noche). McGovern escogió a Thomas Eagleton, que se tuvo que retirar después de confesar su internamiento por depresiones.
La victoria aplastante de Nixon fue una confirmación de lo que decían las encuestas. El presidente no necesitaba ninguna operación contra sus rivales.
En 2016, Hillary Clinton, en cambio, perdió las elecciones por uno de los márgenes más estrechos de la democracia de Estados Unidos y ganó el voto popular por casi tres millones de votos (algo que no había sucedido nunca hasta ahora).
En esa derrota tuvieron peso la propia campaña de la candidata, el amago de una nueva investigación del FBI sobre el uso de un servidor no seguro de e-mail y la campaña de propaganda rusa. Con la información actual, es difícil calibrar qué importó más, pero la parte rusa tuvo impacto.
5. Los demócratas tenían las dos cámaras
El partido que controla la mayoría en el Congreso tiene una capacidad de control especial del presidente, tanto para promover investigaciones sobre casos concretos como para, en circunstancias extremas, empujar el impeachment.
Cuando estalló el escándalo del Watergate, los demócratas tenían mayoría en el Senado y en la Cámara de Representantes. Así pudieron empujar la investigación aunque Nixon no decidió dimitir hasta que no fue consciente de que estaba perdiendo el apoyo de muchos republicanos.
En el caso de Trump, los republicanos tienen la mayoría en las dos cámaras y depende de ellos hasta dónde llegue en el Congreso la investigación de la interferencia rusa y de los os de la campaña del presidente con el Kremlin.
En el caso del Senado, republicanos críticos como John McCain, Lindsey Graham y Marco Rubio parecen dispuestos a indagar y pedir responsabilidades. En el de la Cámara de Representantes, los responsables de los comités de control, Jason Chaffetz, y de asuntos judiciales, Devin Nunes, son reticentes y tienden a defender a Trump o a criticar sólo a los que filtran información.
Trump ha empezado con un nivel de escándalos públicos inusual para cualquier Casa Blanca. Pero su ventaja es que es muy pronto y, a diferencia de Nixon, puede reconducir sus acciones a partir de ahora.
Si Trump quiere escucharle, Nixon dijo: “Voy a aconsejar a todos los que me sigan en el cargo de presidente: haz las cosas grandes tan bien como puedas, pero cuando haya una cosa pequeña ahí, afróntala y afróntala rápido, quítatela de en medio. Si no lo haces, se convertirá en grande y puede que te destruya”.