Dentro de un campamento de las FARC: así ven los guerrilleros su reintegración tras el acuerdo de paz

SABANAS DEL YARI, Colombia.- Justo antes de que salga el sol y la niebla desaparezca en el horizonte a las 5:30 de la mañana, un grupo de jóvenes combatientes recogen sus fusiles, se ponen sus botas de goma y salen a la colina cubierta de hierba para hacer sus ejercicios diarios. Al finalizar los ejercicios (cuclillas, saltos y flexiones), levantan sus armas al aire y gritan "¡Viva Colombia!", en una declaración de unidad con el estado que habría sido impensable hace tan sólo un año.
Después de medio siglo de guerra de guerrillas, los combatientes del Bloque Jorge Briceño de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia - mejor conocidas por su acrónimo, FARC - se están acostumbrando a la idea de aceptar la paz. Después de cuatro años de negociaciones entre el grupo guerrillero de izquierda y el gobierno, este miércoles se firmó un histórico acuerdo de paz.
Es un momento potencialmente muy importante para el país, sobre todo después de que el segundo mayor grupo rebelde, el Ejército de Liberación Nacional (ELN) anunció en mayo que también quería entablar negociaciones de paz.
Para los combatientes de las FARC, la vida ha dado un giro, mientras se adaptan a la perspectiva de continuar su revolución "por otros medios" – sin armas. Al menos en teoría las FARC planean reintegrarse a la vida civil como organización política en un intento de conseguir sus radicales objetivos políticos de profundos cambios sociales y económicos. Pero aún hay serios problemas que ensombrecen estas perspectivas.
¿Cómo se van a integrar las guerrillas a la sociedad después de tanto tiempo luchando en la selva? ¿Qué pasará con los territorios que ahora controlan? ¿Y cómo financiarán su futura organización política si abandonan el negocio criminal de miles de millones de dólares - financiado por medio de la cocaína, el secuestro y la extorsión - que ha mantenido a flote su insurgencia durante décadas?
Cambios en la rutina del campamento
Nombrado en honor a uno de sus comandantes militares quien fue víctima de una bomba "inteligente" del ejército colombiano en septiembre de 2010, el frente forma parte del Bloque del Este de las FARC, que opera a través de una vasta sabana pantanosa con poca densidad de población en la suroriental provincia de Meta, que se extiende desde las faldas de los Andes al sur de la capital, Bogotá, hasta la frontera con Venezuela, y hacia el sur atravesando la selva amazónica hasta Brasil.
La paz ha traído cambios en la disposición del campamento y la rutina diaria. Literas cuidadosamente construidas con troncos están dispuestas a ambos lados del campamento que se encuentra bajo un grupo de árboles en una colina boscosa.
Anteriormente los combatientes dormían en hamacas que se podían colgar y quitar rápidamente en caso de un bombardeo o un ataque terrestre del ejército. Cada una de las literas tiene algún adorno personalizado: una bandera pintada con el perfil de un icono revolucionario o compañero caído; un mosquitero de Mickey Mouse; o un bordado de colores, siempre en rojo.
Los sonidos de los pájaros del bosque se mezclan con el murmullo de los soldados. El zumbido constante de los aviones militares que sobrevolaban la zona ha cesado casi por completo. Si no fuera por la red de trincheras en todo el campamento - y los combatientes que portan armas de fuego - se podría confundir con un campamento regular.
Un enorme pastor alemán llamado Bruno vaga por el campo. Nunca ladra, es como un recordatorio silencioso de que ésta es la primera línea de una guerra que aún no ha concluido del todo. En estos días Bruno es sólo una mascota, dice Isabela, una mujer de 34 años y una de las altas oficiales del bloque.
Actualmente no hay mucha necesidad de montar guardia. Los campamentos de las FARC están asentados en la selva, bien escondidos del enemigo. Se sabe que, en el pasado, las temidas Fuerzas Especiales de Colombia se infiltraban en silencio en sus campamentos y cometían asesinatos y sabotajes, explica Isabela. Así que empezaron a entrenar perros para protegerse de los intrusos.
Los perros también sirven para proteger a los comandantes de la traición dentro de las filas de las FARC. Un comandante emblemático, "Iván Ríos", fue traicionado por uno de sus propios guardaespaldas y asesinado a sangre fría en 2008.
El guardaespaldas traidor le dio el golpe de gracia a su comandante cortándole la mano y llevándola como recompensa al ejército para probar su traición, según cuenta la leyenda. Desde entonces, los perros han sido parte esencial del protocolo de seguridad de un comandante.
La rutina diaria consiste en ejercicios matutinos, café, aseo, estudio y tareas varias. Es temporada de lluvias en el sur de Colombia, así que llueve casi todos los días. Las tres corrientes de agua que pasan por el campamento se represan con el fin de crear zonas de lavado.
Los guerrilleros realizan ejercicios militares varias veces al día, entre tarea y tarea - y si hay tiempo, también juegan voleibol, el deporte preferido de la insurgencia.
"Nos gusta mucho el fútbol", confiesa un combatiente, "pero genera demasiada confrontación y el balón se pierde fácilmente en la selva".
Aún marxistas
Las FARC fueron formadas en mayo de 1964 por un grupo de colectivos campesinos armados e intelectuales de izquierda que buscaban derrocar al gobierno colombiano e instaurar un régimen comunista. Como grupo de insurgencia rural, la mayor parte de sus batallas se han librado en los campos, al igual que sus aspiraciones políticas han girado principalmente en torno a la reforma agraria.
Aunque es posible que no estén cerca de alcanzar su objetivo, han demostrado poseer una notable resistencia, frente a los embates del ejército colombiano –el mayor del continente– durante más de medio siglo. Controlan hasta un tercio del territorio del país. Las FARC continúan considerándose una organización marxista revolucionaria, pero ahora se plantea un futuro diferente, uno que no implique la destrucción violenta del estado.
La aprobación del acuerdo de paz es el primer obstáculo. Lo acordado esta semana entre el gobierno y las FARC será sometido a voto popular por medio de un plebiscito. Mientras tanto, la guerrilla se retirará a "zonas de concentración" no reveladas en el campo durante seis meses, tiempo durante el que se realizará un proceso de desarme supervisado por las Naciones Unidas.
Se supone que ninguno de los 7,000 combatientes activos de las FARC debe salir de su zona durante este período de transición. Este proceso, ya complicado de por sí, depende de que ambas partes mantengan el cese al fuego, y de que las FARC consigan que todas sus unidades apoyen el proceso de paz.
La paz también trae sus propios problemas de seguridad. Una vez desarmadas, las FARC tendrán que confiar en la protección del ejército.
Anteriormente, a los grupos guerrilleros desmovilizados no les ha ido bien en Colombia. Un intento previo de reinserción política por parte de la Unión Patriótica, un grupo de izquierda afiliado a las FARC y el grupo guerrillero M19, terminó en el asesinato de miles de activistas políticos.
Comandante Mauricio: 'El Doc'
En una mesa en el centro del campamento se encuentra el comandante Mauricio, de 60 años, quien es uno de los siete del Secretariado de las FARC.
No lleva uniforme militar ni arma como los otros combatientes, sino una camiseta blanca y pantalones. Los combatientes lo consideran una figura paternal que parece solemne, pero que sonríe fácilmente y es respetado en todas partes. Obedientemente a su lado se encuentra Byron, su segundo al mando, aproximadamente 20 años menor que él.
Mauricio explica que se unió a la guerra a los 24 años, después de estudiar medicina, que fue por lo que le apodaron, El Médico - "El Doc". Después de 36 año, cree que es hora de que las FARC "se transformen" en un partido político. Confía en que ahora es posible.
Mauricio fue una figura clave en las negociaciones de paz cuando comenzaron por primera vez hace más de cuatro años, ayudando a establecer un compromiso con el gobierno, lo cual abrió el camino para avanzar en el diálogo. "Tenemos que mostrar sensibilidad hacia las personas que nos han temido, pero las armas no son el único obstáculo para la paz", dice Mauricio diplomáticamente.
En una guerra civil que ha cobrado más de 250,000 vidas y desplazado a seis millones de personas, el conflicto ha dejado una sociedad polarizada y desconfiada - como igualmente las FARC desconfían del gobierno. Numerosas negociaciones de paz fracasaron en el pasado. "Pero ahora es el momento para que esto suceda", asegura Mauricio, señalando que una coalición internacional de estados, incluyendo a Cuba, Noruega y Estados Unidos, están apoyando estas negociaciones.
Mauricio niega que las FARC estén renunciando a la lucha. "Es un resurgimiento. Se trata de implementar un proyecto de transformación de la sociedad", dice.
Mientras sirve el café a sus invitados, menciona que la Unión Europea había expresado interés en contribuir a los esfuerzos de transformación de las FARC. "Estamos buscando apoyo internacional... pero tenemos que producir nosotros mismos, no vamos a esperar dádivas", dice.
Desde finales de 1980, las FARC han dependido en gran medida del tráfico de cocaína para financiar su insurgencia, además de los secuestros y un "impuesto revolucionario". El impuesto funcionaba como una extorsión sobre cualquier actividad económica dentro de su territorio. Un litro de leche tenía un impuesto del 10%, por ejemplo, mientras que propietario de un hotel tenía que pagar una prima por el beneficio que obtiene anualmente. Las FARC han renunciado a los secuestros, y el 5 de julio anunciaron que eliminaría su "impuesto revolucionario".
Cómo las FARC van a financiar su organización política es un gran reto, ite Mauricio. "Éramos campesinos y agricultores, pero la cultura de la cocaína lo destruyó todo", dice con franqueza.
"Pero podemos producir por nosotros mismos, lo hemos hecho antes... Colombia puede volver a ser un país que produce su propia comida", añade.
El café que sirve no es Juan Valdéz, dice orgullosamente, refiriéndose a una marca comercial popular en Colombia. "Es café FARC".
El gobierno introdujo recientemente un proyecto piloto para sustituir los cultivos de coca por plantaciones de café y maracuyá. Otro esquema que el presidente sugirió recientemente era convertir en guardaparques a los combatientes de las FARC que quisieran quedarse en los campos.
"Es una buena idea", dice Mauricio, "pero necesitamos garantías". A Mauricio le preocupa que el estado entregue la tierra para uso comercial y pase por alto las reclamaciones de las FARC de cultivarlas. "Ya hay compañías multinacionales listas para apoderarse de nuestra tierra para la exploración de petróleo... Pero las comunidades locales se están organizando en contra de esto", dice.
Reintegración social
Los combatientes de las FARC están en la última semana de un curso de tres meses sobre "ideología política". Es parte de una iniciativa para darles a los combatientes una educación integral para la paz, más allá de las nociones elementales de lectura, escritura y cálculo, que la mayor parte de los combatientes tiene, asegura Mauricio.
El curso incluye todo, desde biología hasta Microsoft Word y escritura creativa. Esto también incluye una actualización y explicación de las negociaciones de paz, sobre las cuales se insta a los estudiantes a comentar. Sus reflexiones, según les informan, son enviadas a los líderes de la guerrilla para que puedan ser discutidas.
A pesar de la emoción de un retorno pacífico a la vida civil, la posibilidad de dejar el campamento es preocupante, quizás traumática. Al igual que los soldados estadounidenses que regresan a la vida civil después de su despliegue en Irak, los combatientes enfrentan sus demonios internos, las profundas cicatrices psicológicas de la guerra.
Alejandro Eder, director de la Agencia Colombiana para la Reconciliación (ACR), una organización que ha ayudado a reintegrar miles de tropas paramilitares y exguerrilleros a la sociedad, cree que las FARC y el ELN están listos para la desmovilización a pesar de los desafíos que les esperan. "Lo primero que hacemos (como agencia) es estabilizar a los combatientes psicológica y emocionalmente; esto puede demorar un promedio de dos a tres años por persona", dijo Eder durante un evento en el Consejo de las Américas en Nueva York.
La ACR aborda los efectos psicológicos de la militancia, ayuda a los combatientes a aprender las reglas sociales, y les brinda las habilidades necesarias para acceder al mercado laboral. Aunque Colombia tiene una baja tasa de combatientes desmovilizados que recaen en la violencia (10%, según Eder), el mayor reto es superar la tentación del tráfico de drogas, el cual les ofrece ganancias inmediatas a los comandantes de nivel medio que desean subir de rango.
"El reto es trabajar con la sociedad, no sólo con la guerrilla", dice Eder. "Por lo general, sus familias los evitan... así que tenemos que trabajar con las familias también."
Efraín, un guerrillero de 32 años de edad que ha estado luchando desde que tenía 13 años. Dice que nunca había estado en una ciudad, ni siquiera en un pueblo pequeño, y está acostumbrado a la vida en la selva. Pero está dispuesto a hacer lo que sea necesario por "la revolución", y dice que le gustaría ayudar a los pobres de las ciudades. "No quiero ver a la gente pasando hambre", afirma. Cada mañana canta las canciones que ponen en la radio y posteriormente confiesa que le gustaría ser un "cantante revolucionario".
Los combatientes toman sus clases en un búnker bajo tierra, que tiene capacidad para aproximadamente 30 estudiantes, donde han ido recibendo actualizaciones sobre las negociaciones de paz en La Habana. Adentro está húmedo y oscuro. Un solo foco, alimentado por el generador del campamento, cuelga sobre sus cabezas. Los profesores - un equipo formado por un hombre y una mujer, ambos cuadros políticos del brazo urbano clandestino de las FARC - están sentados rígidamente en la parte delantera, con uniformes militares, y explican los últimos acuerdos de paz punto por punto. "No habrá una reforma agraria total", dice el profesor y advierte: "Es todo lo que podemos lograr en las negociaciones".
Los combatientes están sentados cómodamente, descansando sus brazos unos sobre otros o jugando cariñosamente con los cabellos de sus compañeros mientras escuchan. Algunos se ríen, otros toman notas. "El resultado de las negociaciones es lo mínimo que merece una república constitucional; nuestra lucha es cuidar de los demás". No queda claro quiénes son los "demás", pero el comandante insinúa que los movimientos sociales jugarán un papel clave en la "transformación". Su colega, Violeta luce como una estatua hecha de acero. Con el rostro serio, evita el o visual con los periodistas presentes.
Habla de la futura "lucha político-ideológica". "Tenemos que luchar contra los medios de comunicación que mienten y dicen que solamente el 1% de los colombianos nos apoyan; le tienen miedo a la verdad, porque saben que la mayor parte del pueblo nos apoya". La lucha a la que se refiere es ahora en gran medida una guerra de relaciones públicas, y la presencia de periodistas en el campamento es una prueba parcial de ello. Hasta hace poco, los medios de comunicación se referían a las FARC casi exclusivamente como "narcoterroristas", y las propias FARC eran extremadamente recelosas de las personas ajenas, incluidos los periodistas.
El apoyo del público también es importante, pues el gobierno enfrenta oposición al proceso de paz por parte del expresidente de línea dura, Alvaro Uribe, quien está de gira por el país recopilando firmas en contra del proceso. También ha hecho llamados a la sociedad civil para que se oponga al referéndum. Paramilitares de derecha, quienes han luchado contra la guerrilla durante las últimas dos décadas, también realizaron un "paro armado" de 24 horas en contra del proceso de paz que paralizó al país.
Juego de Tronos en la selva
En sus campamentos en la selva, las FARC pueden dar la apariencia de no estar en o con la realidad, pero Isabela insiste en que la guerrilla ha hecho todo lo posible por mantenerse al día con el mundo exterior. "No estamos totalmente separados", dice ella un día durante el almuerzo. Los combatientes siguen las últimas noticias y la cultura del mundo exterior a través de Internet, dice, y también ven películas y series de televisión populares.
"Nos gusta 'Juego de Tronos'", exclama, "y yo acabo de comenzar a ver 'True Detective'". Isabela es claramente más sofisticada que el resto de los guerrilleros. También es una de las pocas mujeres que ha participado en las conversaciones de paz en La Habana. En 2014, fue a Cuba donde permaneció por un año como parte de la delegación de las FARC. Semejante exposición a la vida en la capital de otro país no es usual. La mayoría de los combatientes nunca han visto una ciudad grande en su Colombia natal.
Ahora que la paz parece estar cercana, las guerrillas están imaginando cómo desempeñar un papel constructivo en la nueva sociedad a la que esperan contribuir. Habrá que superar obstáculos prácticos. Pertenecer a la insurgencia aún conlleva una pena mínima de 10 años de prisión. La mayoría de los combatientes no tienen tarjeta de identificación y hace mucho dejaron de usar sus nombres reales, y eligieron nombres de guerra.
Sirley, una guerrillera de 26 años de edad, lleva una gorra militar sobre su largo cabello oscuro, que le llega casi hasta la cintura. "Me gusta bailar. La cumbia es mi baile favorito." En su tiempo libre, lee y cose, bordando patrones en su uniforme como muchos de los combatientes del campamento, dice ella. Después de que se logre la paz, dice que hará lo que se le ordene hacer. "Pero", asegura, "me gustaría ayudar a los niños o las personas mayores como enfermera, pues son ellos los que más ayuda necesitan".
Sirley estudió medicina bajo la tutela del comandante. Y varias combatientes en el campamento también están estudiando medicina bajo la tutela de Mauricio, dice ella. "Quizás es porque somos más pacientes que los hombres", dice riéndose.
Brenda, de 29 años de edad, la guerrillera de aspecto fuerte, es una de los combatientes de mayor edad del campamento, y una de las enfermeras más capacitadas. A ella le gustaría convertirse en cirujana si tuviera la oportunidad.
"Vamos a emplear estos próximos meses en experimentar con ideas para nuestra formación legal como partido", dice Byron, el subcomandante del frente. Mientras habla, Byron hace pausas constantes para toser. Incluso después de muchos años en la selva, dice, no se ha acostumbrado a la humedad. Lleva una camiseta del club colombiano de fútbol Millonarios que oculta su gran vientre, y pantalones cargo por dentro de sus botas de goma. "Pero no todos nos vamos a irnos a casa inmediatamente después de esto, va a ser un proceso ordenado".