El máximo pontífice, en medio de una vacía Basílica de San Pedro, en Roma, ofreció una sobria ceremonia en la que dedicó sus pensamientos a las víctimas de la enfermedad, agradeció el trabajo de los médicos y enfermeros, sugirió perdonar las obligaciones financieras de los países más vulnerables y, finalmente, pidió que se detengan las guerras y la fabricación de armas en todo el mundo.