Por qué ducharte con agua fría es lo mejor que puedes hacer

Tengo una amiga que asegura que el truco para mantener la buena salud –no ha tenido un resfriado desde que la conozco, hace unos 15 años– es tomar una ducha de agua fría todos los días. Nunca hice caso (casi prefiero acariciar una tarántula que meterme en una ducha helada nada más levantarme). Y, sin embargo, puede que mi amiga tenga razón. Ducharse con agua fría está de moda y abundan los motivos: funciona contra la depresión; da un subidón de endorfinas; ralentiza el envejecimiento; mejora la productividad, y para colmo, adelgaza.
“¿Sabes esa sensación que tienes después de haber hecho ejercicio en serio? ¿Cuando la sangre fluye, la piel brilla y te parece que el mundo entero está a tus pies? Imagina disfrutar de esa sensación cada mañana sin ni siquiera tener que salir a hacer ejercicio. Si crees que es demasiado bonito para ser verdad, en parte estás en lo cierto. Porque para experimentar este subidón de endorfinas sin ejercicio tendrás que meterte en una ducha o baño muy fríos durante unos minutos cada día”. Así comienza el artículo de Drew Housman en Business Insider sobre el desafío de seguir esta “terapia del frío” durante un mes.
Al principio, durante los primeros diez días, Housman programaba dos minutos en un temporizador. Cuando saltaba la alarma, tenía los mismos sentimientos que cuando sonaba el pitido que anunciaba el recreo en el colegio. “Una dulce, dulce felicidad habia llegado al final”, señala.
Durante los siguientes días comenzó a disfrutar de la tortura, de forma similar a cuando uno sabe que el ejercicio le va a costar pero eso no impide practicarlo porque ya has visto que merecerá la pena el resultado. Housman empezó a mirarse a los ojos en el espejo del baño de su casa antes de entrar en la ducha. “Normalmente, tenían aspecto de cansados, hundidos, vidriosos. Luego volvía a mirarlos tras la ducha. Estaban más abiertos que si hubiera visto un fantasma después de tragarme dos cafés solos”.
Los beneficios psicológicos, apunta, eran evidentes; estaba listo para los desafíos del día. “¿Qué podría pasarme, después de todo, si ya había lidiado con algo brutalmente incómodo tan pronto durante el día?”. Así que transcurrieron los 30 días que duró el experimento y asegura que continúa con esta práctica.
Los que no estén convencidos (entre los que me incluyo) pueden visitar la página de Reddit donde otros s comparten su experiencia y ofrecen trucos para los miedosos y principiantes. Desde agua que no sale lo suficientemente helada (¿en serio?) hasta picores tras la ducha o dudas sobre cómo hacerlo cuando uno vive en Alaska (y no tiene suficiente con el frío que hace afuera). Otros s señalan que la vida actual nos ha convertido en unos flojos enclenques, pero en realidad estamos preparados para aguantar el frío y el calor extremos, tal y como hacían nuestros ancestros. Las duchas de agua fría, desde este punto de vista, nos fortalecen.
Esta viene a ser la tesis del nuevo libro What Doesn’t Kill Us (Lo que no nos mata, con el evocativo subtítulo Cómo el agua helada, la altitud extrema y el condicionamiento ambiental renovará nuestra fuerza evolutiva perdida), con ejemplos como el de Wim Hof, un hombre que pasó casi dos horas metido en un baño de hielo.
Por mi parte, ya he dicho que odio el agua fría (aunque lo de la araña, pensándolo mejor, quizá sea una pizca exagerado) y precisamente por eso, quizá debería hacer el experimento. ¿Por qué? Lo de perder peso, salir de la zona de confort y pegarse un chute de endorfinas está muy bien, pero posiblemente no sea lo más importante. Lo explica muy bien el novelista Ben Dolnick -otro proponente de esta moda- cuando dice que las duchas de agua fría “cambiaron toda mi disposición hacia el mundo exterior”.
No se trata únicamente de conquistarse a uno mismo, señala Dolnick; también de salir de la presión y el control que nuestras preferencias ejercen sobre nosotros, la tiranía de los “me gusta” y “no me gusta”. Mientras uno se aproxima a la ducha, el “no me gusta” invariablemente comenzará a gritar. “Pero te acercas, la crisis no se materializa, y el ´no me gusta´ se queda callado. “Una vez que has visto que el ´me gusta´ y el ´no me gusta´ no son más que unos farsantes volubles, todo el mundo comienza a florecer con posibilidades”. Allá vamos.
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