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    Las siete familias republicanas con las que deberá negociar Trump

    El partido que tiene el control del Capitolio no es un grupo monolítico. Libertarios, 'halcones' fiscales y neoconservadores pueden ser un problema para el presidente electo.
    22 Nov 2016 – 10:15 AM EST
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    Seguidores de Trump durante un evento de campaña. Crédito: AP

    Donald Trump fue elegido presidente con el respaldo del 90% de los votantes republicanos. Es una cifra que se asemeja a las de 2004, 2008 o 2012 y que contradice a la inmensa mayoría de los sondeos, que reflejaban que el candidato suscitaba un cierto descontento entre los votantes de su propio partido.

    El sondeo a pie de urna indica que al final los republicanos que permanecían indecisos votaron por Trump con la nariz tapada por la intervención del director del FBI en los últimos días de la campaña, por la impopularidad de su adversaria o por la subida de las pólizas de Obamacare.

    El triunfo ofrece al presidente electo la posibilidad de gobernar en un entorno en el que su partido tiene el control de las dos cámaras del Capitolio. Pero el perfil de Trump y la naturaleza especial de algunas de sus propuestas siembran dudas sobre su acción de gobierno y sobre la voluntad de los congresistas republicanos a sacar adelante lo que quiere hacer.

    Es interesante desmenuzar las posibles fricciones que sufrirá Trump cuando empiece a tratar con las distintas familias republicanas. Algunas lo perciben como un posible aliado o como una marioneta que pueden controlar. Otras recelan de su autoritarismo, de su pasado demócrata o de su gusto por el gasto público. Así podrían ser las tensiones que le esperan después de 2016.

    1. Los ‘halcones’ del déficit

    La deuda pública de Estados Unidos se ha duplicado desde 2008 por el impacto de la crisis financiera. Hoy roza los 20 billones de dólares y se encuentra en su nivel más alto desde la II Guerra Mundial.

    El gobierno federal ha ido reduciendo el déficit público. Es decir, la diferencia entre lo que el Estado gasta y lo que ingresa cada año. Pero el alza de la deuda acumulada ha potenciado la influencia entre los republicanos de los llamados halcones del déficit: economistas o líderes políticos que alertan contra la necesidad de reducir el gasto público en programas como las pensiones públicas, Medicare o Medicaid.

    Esas prioridades están plasmadas en las propuestas presupuestarias de Paul Ryan y en los documentos de institutos de pensamiento conservador como la Heritage Foundation pero durante el mandato de Obama los republicanos no tenían mayoría para forzar su aprobación.

    Este grupo tiene un problema con el presidente electo: sus propuestas para bajar los impuestos, aumentar el gasto militar e impulsar el gasto en infraestructuras dispararían el déficit público. Todas ellas requieren la aprobación del Congreso. ¿Votarán los republicanos a favor?

    2. Los libertarios

    Senadores como Rand Paul o Ted Cruz votaron hace un año a favor de una enmienda para prohibir la tortura en los interrogatorios militares. Trump ha dicho varias veces que está favor de técnicas como el ahogamiento simulado que usaron los de la CIA durante el mandato de George W. Bush.

    La batalla se antoja difícil para los pocos republicanos con instintos libertarios del Capitolio pero los acompañarán aliados insólitos como el senador republicano John McCain y la mayoría de los legisladores demócratas. El entorno de Trump invocará la amenaza del islamismo radical y sus prerrogativas como comandante en jefe pero no lo tendrá fácil. Los libertarios son una fuerza creciente entre los votantes republicanos y en sus filas hay más jóvenes que en otras corrientes de corte más tradicional.

    Los libertarios pueden ser un aliado para Trump a la hora de plantear una política exterior menos intervencionista en Oriente Próximo y en Europa oriental. Pero su espíritu no concuerda con los instintos autoritarios del presidente electo y sus ataques a la primera enmienda.

    3. Los ‘neocon’

    Esta corriente de pensamiento próxima a los republicanos es quizá la más preocupada por la elección de Trump. Intelectuales como Bill Kristol o Max Boot han expresado su rechazo a la política exterior del presidente electo y se han opuesto a sus simpatías por líderes autoritarios como Vladimir Putin, Nicolás Maduro o Bachar Asad. Los neocon están a favor de una política global más robusta y de más intervenciones militares en el exterior.

    Los neocon alcanzaron su influencia máxima durante el mandato de George W. Bush de la mano de personajes como Paul Wolfowitz. El fracaso de la invasión de Irak les restó crédito y les marginó durante la última década pero algunos percibieron que las decisiones más problemáticas de Obama una oportunidad para el retorno de sus ideas en 2016.

    Candidatos como Jeb Bush o Marco Rubio eran los representantes más destacados de esta corriente pero Trump los noqueó. Desde entonces, los neocon oscilaron entre empujar a un candidato independiente como Mitt Romney y resignarse al triunfo de Hillary Clinton, cuyas ideas se ajustaban más a las ideas del grupo en política exterior.

    El triunfo de Trump es un revés para esta familia republicana. Pero la presencia de figuras como Marco Rubio, John McCain o Lindsay Graham en el Capitolio anticipa que Trump no lo tendrá fácil para efectuar cambios radicales en algunos de los aspectos de la política exterior.

    4. La derecha religiosa

    Un 81% de los evangélicos votaron por el candidato republicano en las elecciones del 8 de noviembre. La cifra refleja hasta qué punto la derecha religiosa se ha entregado a un personaje que hasta hace unos años estaba a favor del aborto, que se ha casado tres veces y que ha recibido una docena de denuncias por acoso sexual.

    Muchos evangélicos son conscientes de los defectos de Trump pero están cansados de políticos que piden su voto y luego no les ayudan a frenar los cambios en la sociedad. La pastora que pronunció la bendición en el mitin de Melania a las afueras de Filadelfia recordó que el rey David había sido un adúltero y un asesino antes de entregarse a hacer la voluntad de Dios.

    La influencia política de los evangélicos es un fenómeno relativamente reciente. Nació de la mano de Jerry Falwell en la campaña presidencial de 1980, cuando los evangélicos ayudaron a Reagan a llegar a la Casa Blanca y moldearon luego las políticas del primer y del segundo Bush.

    Desde entonces, su influencia se ha ido disipando por el ascenso del movimiento del Tea Party, cuyos activistas apartaron el debate político de los asuntos morales y lo acercaron a los impuestos, el déficit público o la inmigración.

    Lo que obsesiona ahora a la derecha religiosa es la composición del Tribunal Supremo, que tiene una vacante y podría tener hasta tres más durante la presidencia de Trump. Los evangélicos perciben la corte como la herramienta más eficaz para defender la libertad religiosa de sus feligreses en asuntos como el aborto o la homosexualidad.

    Trump se ha comprometido a nombrar a un conservador como sustituto del juez Antonin Scalia pero no es el mejor aliado de los evangélicos. No sólo por su pasado como defensor del aborto o por su carácter profano. También porque está en contra de ilegalizar el matrimonio entre personas del mismo sexo. Líderes religiosos como Ben Carson o Mike Huckabee por ahora lo respaldan. ¿Pero lo apoyarán en el futuro si no les ayuda en unas batallas que no interesan a la mayoría de la población.

    5. Los amigos de Wall Street y Silicon Valley

    Los mercados acogieron el triunfo de Trump con recelos pero enseguida volvieron a marcar máximos persuadidos por algunas propuestas del presidente electo, que se ha comprometido a reducir los impuestos a las rentas más altas y a reducir la regulación de Wall Street.

    Los aliados del sector financiero perciben muchas ventajas en el final del bloqueo legislativo en la capital. Al contrario que durante los últimos seis años, todos los resortes del poder estarán en manos del mismo partido y eso podría abrir las puertas a medidas necesarias para reactivar la economía.

    El problema es que algunas de las propuestas de Trump podrían ser un problema para los financieros de Wall Street y los empresarios de Silicon Valley, que se opondrían a su interés por renegociar los acuerdos comerciales o a su empeño por restringir la inmigración. Instituciones como el Club para el Crecimiento o la Cámara de Comercio recaudan millones de dólares para las campañas de los congresistas republicanos y podrían frenar algunas de las iniciativas de Trump.

    6. Los inquisidores de la inmigración

    Ningún asunto fue tan importante en la campaña del presidente electo y ninguno despierta más interés entre la comunidad hispana. ¿Construirá Trump el muro que ha prometido? ¿Deportará a millones de personas? ¿Derogará las acciones ejecutivas de Obama? ¿Ordenará deportar a quienes llegaron aquí de niños y se acogieron a la protección de una de ellas hace dos años?

    Esas preguntas por ahora no tienen respuesta pero los primeros signos no son halagüeños. Trump ha designado como fiscal general al senador Jeff Sessions y recibe asesoramiento del polémico Kris Kobach. Ambos son dos de los personajes públicos que más han endurecido el discurso público contra la inmigración ilegal.

    Construir el muro y acelerar las deportaciones son dos propuestas que tienen un problema para Trump: son medidas muy caras y requieren la aprobación del Congreso. Muchos congresistas republicanos comparten la obsesión del presidente electo por la inmigración. Pero figuras como Carlos Curbelo, John McCain o Marco Rubio podrían oponerse a alguna de ellas.

    Asegurar la frontera es una medida popular entre los republicanos. Pero construir un muro puede crear un problema con los rancheros y con los gobiernos locales de algunos condados. Las deportaciones de personas sin delitos graves son una propuesta a la que se oponen la mayoría de los votantes de Trump.

    7. Los seguidores de Trump

    Los seis puntos anteriores describen a las familias más influyentes entre los republicanos. Pero se podría mencionar una séptima: la que componen los votantes cautivados por el estilo y las propuestas de Trump.

    Muchos son votantes republicanos que se levantaron contra Obama en los años de la rebelión ciudadana del Tea Party. Otros votaron en 2008 por el presidente porque creyeron sus promesas de cambio y ahora se sienten defraudados por él.

    Los votantes más fieles a Trump son personas mayores con puntos de vista tradicionales que sienten uncierto descontento con lo que ocurre a su alrededor. El dirigente republicano Haley Barbour definía el malestar de muchos simpatizantes del partido con unas palabras que escuchaba a menudo al hablar con ellos: “Tengo miedo de que mis hijos y mis nietos no hereden el mismo país que yo heredé”.

    Ese malestar tiene una raíz económica: muchos jóvenes encuentran trabajos con sueldos muy bajos y sin seguro médico y eso acentúa la impresión de declive de sus padres en ciudades pequeñas como Altoona, Erie o Janesville. Pero detrás de ese descontento también están las tensiones raciales y la nostalgia por un país que ya no existe y que no es el que muchos perciben a su alrededor.

    Algunos presentan la elección de Trump como el triunfo póstumo de los activistas del Tea Party, que irrumpieron en la escena política a finales de 2009 y ayudaron a los republicanos a arrebatar a los demócratas la mayoría en la Cámara de Representantes en noviembre de 2010.

    Líderes de aquel movimiento como Sarah Palin han expresado su apoyo entusiasta al presidente electo. Otros como Paul Ryan o Marco Rubio han mantenido las distancias con él.

    Muchos congresistas republicanos percibieron el Tea Party como un movimiento para reducir el gasto público pero la politóloga Theda Skool, profesora de la Universidad de Harvard, llegó hace unos años a otra conclusión.

    Skool entrevistó a decenas de activistas en Virginia, Arizona y Massachusetts y se dio cuenta de que no estaban en contra del gasto público en general. La mayoría creían que el Gobierno malgastaba el dinero de sus impuestos pero a la vez estaban a favor de las pensiones públicas y de aumentar el gasto en educación.

    Los primeros en definir ese fenómeno fueron los sociólogos Lloyd Free y Hadley Cantril, que en 1967 describieron a los ciudadanos de Estados unidos como conservadores en su filosofía pero progresistas cuando se les pregunta por detalles concretos.

    El 67% de los activistas del Tea Party consultados por Skool, por ejemplo, estaba a favor de subir los impuestos para mantener las pensiones. No estaban a favor de los recortes en partidas como el gasto militar o los seguros médicos para los jubilados o los veteranos. Sus soflamas no eran contra el gasto público sino contra quienes según ellos abusaban de él: inmigrantes, afroamericanos, jóvenes, indigentes y madres solteras.

    El éxito del discurso de Trump tiene que ver en parte con su olfato para percibir esa contradicción, que no supieron ver líderes como Paul Ryan o Mitt Romney en los últimos años. Tampoco Newt Gingrich, que propuso a mediados de los años 90 recortar el gasto en Medicare por valor de 245.000 millones y emplear ese dinero en recortar la presión fiscal. Bill Clinton usó aquel plan para presentar a los republicanos como un partido que ponía su ideología por delante de los intereses de los ciudadanos y ganó la reelección.

    Muchos republicanos siguen recordando la necesidad de reducir el presupuesto militar y el gasto en programas populares como Medicare o las pensiones públicas con el objetivo de reducir la deuda a medio plazo. Esas propuestas no están en el programa del presidente electo, que sí aboga por medidas que empeorarán el estado de las cuentas públicas. Sus planes podrían alterar el equilibrio entre las familias republicanas y atenuar su influencia después de 2016.

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