Por qué Gorsuch no cambiará el balance ideológico de la Corte Suprema
Cuenta el juez Neil Gorsuch que cuando en febrero de 2016 la noticia de la muerte del magistrado Antonin Scalia lo sorprendió en una pista de esquí tuvo problemas en el descenso, por las lágrimas que le brotaban de los ojos.
En la ponencia en la que hizo esa confesión, en una universidad de Ohio tres meses después del fallecimiento de Scalia, Gorsuch también dejó claro las coincidencias con quien era su referente y héroe profesional.
Hoy tiene la posibilidad, de ser confirmado por el Senado, de mantener el legado de su irado magistrado y promover una manera de interpretar y aplicar las leyes que muchos aseguran que es la más parecida a la de Scalia que pudo encontrar el presidente Donald Trump para cubrir el vacante noveno escaño de la Corte Suprema de Justicia.
Por mucho que desde el anuncio hecho la noche del martes en horario estelar de televisión en la Casa Blanca por Trump los demócratas expresen su preocupación por la elección, la eventual incorporación de Gorush al Supremo no cambiará en mucho el llamado balance ideológico de la corte.
Medio siglo de conservadurismo legal
Hasta la muerte de Scalia y por casi medio siglo, ese balance se inclinaba a favor de una visión más conservadora.
La fallida postulación de Merrick Garland, quien nunca tuvo su “día en el comité del Senado” (parafraseando la máxima legal estadounidense que indica que todo ciudadano tiene derecho a su día en la corte a la hora de defender sus derechos), podría haber hecho cambiar el equilibrio.
Nombrar un magistrado a la Corte Suprema es el legado más preciado que deja un presidente. Son cargos vitalicios desde donde el nominado promoverá la istración de la ley generalmente siguiendo sus posiciones ideológicas, conservadora o liberal.
La Corte es el último e inapelable reducto donde se refuerza o derriban leyes y prácticas que en última instancia modelan la sociedad estadounidense.
Eso no significa que las propuestas para magistrados que hacen los presidentes sean exclusivamente políticas, el nominado debe tener una trayectoria profesional sólida y su militancia al menos no debe ser evidente, ni haber influido desproporcionadamente en sus decisiones, para poder superar el duro proceso de confirmación ante los senadores.
Pero el proceso es político, porque lo istran cuerpos políticos por excelencia: desde el jefe del poder ejecutivo que lo nombra hasta el grupo de senadores que le dan la venia final.
Esa fue la desgracia de Garland, quien tuvo la mala fortuna de ser nominado por un presidente liberal en el último año de su ejercicio ante un Senado de mayoría conservadora. Y aunque, como argumentaron sin éxito los demócratas, nada en la ley decía que Barack Obama no podía proponer un magistrado a la Corte Suprema en la recta final de su mandato. Sin embargo, los republicanos prefirieron esperar por un resultado favorable de las elecciones.
La coyuntura en cambio es buena para Gorsuch, el primer nominado al Supremo que hace un presidente a pocos días de su llegada al poder.
Scalia 2.0
La elección de Trump es lógica porque busca sustituir a un conservador por otro. Y en este caso a Scalia por un Scalia 2.0, como ha sido descrito Gorsuch en algunas publicaciones especializadas en temas legales.
Como Scalia, Gorsuch es un ‘originalista’ o ‘textualista’, el tipo de jueces que considera que la leyes deben interpretarse respetando el espíritu de quienes las crearon, un criterio que rechazan quienes sostienen que eso obvia la natural evolución de las sociedades y que no permite llenar los vacíos que suele tener toda legislación.
Como Scalia, Gorsuch piensa que los magistrados no deben legislar desde el estrado y no permitir que sus convicciones morales les lleve a reformar leyes de acuerdo con lo que crean que sea lo mejor para la sociedad.
Hay varios aspectos en los que Gorsuch reproduce las posiciones del magistrado al que debe sustituir: su inclinación a favorecer la libertad religiosa consagrada en la Constitución, su estricta interpretación de las leyes federales a la hora de analizar casos de pena de muerte o la celosa defensa de los derechos de los estados.
Así que su entrada a la Corte no alterará el equilibrio que había hasta la muerte de Scalia. A los demócratas les habría gustado que Garland hubiera sido confirmado o que Hillary Clinton hubiera ganado para eventualmente lograr un Supremo más liberal, pero esa oportunidad se perdió, al menos por los próximos cuatro años.
Con un Senado de mayoría republicana y con la experiencia del último proceso de ratificación que tuvo que atravesar, en 2006, cuando fue aprobado con apoyo de ambos partidos a la Corte de Apelaciones del Décimo Circuito, en Denver, para Gorsuch no debería haber problemas.
El tema del equilibrio será problemático cuando surja la oportunidad para Trump de proponer un nuevo magistrado, una posibilidad que dada la edad de algunos jueces -es el caso de Ruth Bader Gingsburgh y las preocupaciones por su salud- es muy probable que tenga dentro de poco tiempo.