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Guerra Rusia y Ucrania

Misión imposible: los rescates secretos de los soldados ucranianos

Una serie de misiones clandestinas y contra todo pronóstico para rescatar a soldados heridos y sitiados por las fuerzas rusas se celebran en Ucrania como una de las hazañas militares más arriesgadas y heroicas de la guerra.
Publicado 25 Jun 2022 – 05:24 PM EDT | Actualizado 25 Jun 2022 – 05:24 PM EDT
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Como era su costumbre antes de cada vuelo, el veterano piloto del ejército ucraniano pasó una mano por el fuselaje de su helicóptero Mi-8, acariciando su piel metálica en una especie de ritual para atraer buena suerte.

Y la iba a necesitar. Su destino, una planta siderúrgica sitiada por las fuerzas rusas en la castigada ciudad de Mariupol. Era una trampa mortal. Ya otras tripulaciones no habían regresado con vida.

Aún así, la misión era vital, aunque desesperada. reducto en la fábrica de Azovstal se convirtió en un símbolo del desafío ucraniano a los invasores de Rusia. No se podía permitir que perecieran.

El piloto, Oleksandr de 51 años, voló solo en su misión a Mariupol, y lo consideró el vuelo más difícil de sus 30 años de carrera. Se arriesgó, dijo, porque no quería que los combatientes de Azovstal se sintieran olvidados.

En el infernal paisaje de la planta reducida a cenizas, a los heridos del búnker subterráneo convertido en sanatorio llegó la noticia de que un milagro podría estar cerca.

Entre los que habían sido incluidos en la lista de evacuación estaba un sargento subalterno que había resultado gravemente herido por unos disparos de mortero que le descuartizaron la pierna izquierda, amputada por encima de la rodilla.

Buffalo era su nombre de guerra. Había pasado por mucho, pero se avecinaba otro peligroso desafío: escapar de Azovstal.

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Una serie de misiones clandestinas de helicópteros para llegar a los defensores de Azovstal en marzo, abril y mayo se celebran en Ucrania como las hazañas militares más heroicas de la guerra. Algunas terminaron en desastre, se volvían más arriesgados según las baterías de defensa antiaérea rusas se iban fortaleciendo.

La historia completa de las siete misiones de reabastecimiento y rescate aún no se ha contado. Pero de entrevistas exclusivas con dos sobrevivientes heridos, un oficial de inteligencia militar que voló en la primera misión y entrevistas de pilotos proporcionadas por el ejército ucraniano, AP reconstruyó el relato de uno de los últimos vuelos.

Solo después de que los más de 2,500 combatientes que permanecieron defendiendo las ruinas de Azovstal comenzaron a rendirse, el presidente de Ucrania, Volodymyr Zelensky, dio a conocer por primera vez las misiones y su costo mortal.

La tenacidad de los combatientes de Azovstal había frustrado el objetivo de Moscú de capturar rápidamente Mariupol e impidió que las tropas rusas fueran redesplegadas en otros lugares.

Zelensky le dijo a la emisora ucraniana ICTV que los pilotos desafiaron las "poderosas" defensas aéreas rusas al aventurarse más allá de las líneas enemigas, transportando alimentos, agua, medicinas y armas para que los defensores de la planta pudieran seguir luchando y expulsando a los heridos.

El oficial de inteligencia militar entrevistado dijo que un helicóptero fue derribado y otros dos nunca regresaron y se los considera desaparecidos. Dijo que se vistió de civil para su vuelo, pensando que podría fundirse con la población si sobrevivía a un accidente: “Sabíamos que podría ser un boleto de solo ida”.

Zelensky: “Estas son personas absolutamente heroicas que sabían lo que era difícil, que sabían que era casi imposible… Perdimos muchos pilotos”.

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Si Buffalo se hubiera salido con la suya, no habría vivido para ser evacuado. Su vida habría terminado rápidamente, para evitarse la agonía que sufrió cuando resultó herido por proyectiles de mortero de 120 mm.

El joven de 20 años habló con AP con la condición de no ser identificado por su nombre, aseguró que no quería que pareciera que está buscando publicidad cuando miles de defensores de Azovstal cayeron muertos o en cautiverio.

Fue el último día del primer mes de guerra. Buffalo había estado siguiendo el rastro de un tanque ruso con el objetivo de destruirlo con su lanzamisiles portátil NLAW, cuando su guerra se interrumpió.

Arrojado junto a los restos de un automóvil en llamas, reptó para cubrirse en un edificio cercano y decidió que lo mejor era “arrastrarse hasta el sótano y morir en silencio allí”, recuerda.

Pero sus compañeros lo evacuaron a la acería Ilich, que a mediados de abril caería cuando las fuerzas rusas reforzaron su ofensiva sobre Mariupol y su puerto estratégico en el mar de Azov.

Pasaron tres días antes de que los médicos pudieran amputarle la pierna, en un sótano que servía de refugio antiaéreo. Y se considera afortunado: los médicos aún tenían anestesia cuando le llegó el turno de pasar por el quirófano.

Cuando recobró el conocimiento, una enfermera le dijo cuánto lamentaba que hubiera perdido la pierna. Él cortó el momento incómodo con una broma: "¿Me devolverán el dinero de diez sesiones de tatuajes?".

“Tenía muchos tatuajes en la pierna”, afirma. Uno permanece, una figura humana, pero sus piernas ahora también se han ido.

Después de la cirugía, fue trasladado a la planta de Azovstal, una fortaleza que cubría casi 11 kilómetros cuadrados (más de 4 millas), con un laberinto de 24 kilómetros (15 millas) de túneles subterráneos y búnkeres, la planta era prácticamente inexpugnable.

Pero las condiciones se iban poniendo muy complicadas.

“Había bombardeos constantes”, recuerda Vladislav Zahorodni, un cabo de 22 años que había recibido un disparo en la pelvis, que le destrozó un nervio, durante un combate en las calles de Mariupol.

Evacuado a Azovstal, se encontró allí con Buffalo. Ya se conocían: ambos eran de Chernígov, una ciudad en el norte que había sido y duramente castigada por las fuerzas rusas.

Zahorodni vio que había perdido la pierna. Le preguntó a Buffalo cómo estaba. “Todo está bien, pronto iremos de discotecas”, respondió Buffalo.

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Zahorodni fue evacuado de Azovstal en helicóptero el 31 de marzo, después de tres intentos fallidos.

Era su primer vuelo en helicóptero. El Mi-8 se incendió al salir y el fuego destruyó uno de sus motores. El otro los mantuvo en el aire durante el resto del trayecto de 80 minuto,s temprano en la mañana a la ciudad de Dnipro en el río Dnieper en el centro de Ucrania.

El joven marcó su liberación con el tatuaje de un mortero en su antebrazo derecho: "Lo hice para no olvidar", afirma.

El turno de Buffalo llegó la semana siguiente. No estaba seguro de querer irse. Por un lado, estaba aliviado de que su ración de comida y agua, cada vez más escasas, iría a otros que todavía podían luchar; por el otro, “tenía un sentimiento de dolor, se quedaron allí, los dejé”.

Aún así, casi pierde su vuelo.

Los soldados lo sacaron en una camilla de su profundo búnker y lo subieron a un camión que fue a toda prisa hasta una zona de aterrizaje previamente acordada. Los soldados lo cubrieron con una chaqueta.

Primero se descargaron las municiones que había llevado el helicóptero. Luego, los heridos fueron subidos al helicóptero.

Pero no Búfalo. Lo habían dejado al fondo del camión, lo habían pasado por alto. Él no podía llamar porque los disparos de los morteros le habían herido la garganta y no podía hacerse oír, menos con el estruendo de los motores del helicóptero.

“Pensé para mis adentros, ‘bueno, entonces no es hoy'”, rememora. "Y de repente alguien gritó: '¡Olvidaste al soldado en el camión!'".

Como el compartimiento ya estaba lleno, Buffalo se colocó en forma transversal a los demás, que habían sido puestos uno al lado del otro. Un miembro de la tripulación lo tomó de la mano y le dijo que no se preocupara, que llegarían a casa.

“Toda mi vida soñé con volar en helicóptero”, le respondió al miembro de la tripulación. “No importa si llegamos, mi sueño se ha hecho realidad”.

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En la cabina del piloto, la espera le pareció interminable a Oleksandr, los minutos se sintieron como horas.

"Muy aterrador", recuerda. “Ves explosiones alrededor y el próximo proyectil podría golpearte”.

No es posible estar absolutamente seguro de que Buffalo y el piloto que habló con los periodistas en una entrevista en video grabada y compartida por los militares estaban a bordo del mismo vuelo. Pero los detalles de sus relatos coinciden.

Ambos dieron la misma fecha: la noche del 4 al 5 de abril. Oleksandr recordó haber recibido disparos desde un barco mientras sobrevolaba las aguas frente a Mariupol. Una onda expansiva lanzó el helicóptero “como un juguete”, recuerda. Pero sus maniobras de escape los sacaron del apuro.

Buffalo también recuerda una explosión. A los evacuados se les dijo más tarde que el piloto había evitado un misil.

Oleksandr puso el helicóptero a 220 kilómetros por hora (135 mph) y voló hasta a tres metros (9 pies) sobre el suelo, excepto cuando pasaba por encima de las líneas eléctricas. Un segundo helicóptero en su misión nunca regresó; en el vuelo de vuelta, su piloto le dijo por radio que se estaba quedando sin combustible. Fue su última comunicación.

En su camilla, Buffalo veía pasar el terreno a través de un ojo de buey. “Volamos sobre los campos, debajo de los árboles. Muy bajo”, dijo.

Llegaron a Dnipro, estaban a salvo. Al aterrizar, Oleksandr escuchó a los heridos llamar a los pilotos. Esperaba que le reclamaran por haberlos tambaleado tan violentamente durante el vuelo.

"Pero cuando abrí la puerta, escuché a los muchachos decir: 'Gracias'", dijo.

“Todos aplaudieron”, recordó Buffalo, ahora en rehabilitación con Zahorodni en una clínica de Kiev. “Les dijimos a los pilotos que habían logrado algo imposible”.

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