null: nullpx
CityLab Transporte

Venecia: el asombroso poder de una ciudad sin autos

El espacio urbano exclusivamente peatonal más grande de Europa es también uno de sus más frágiles. Pero Venecia quizás tenga lecciones para otras ciudades luchando por adaptar a un mundo cambiante.
Patrocina:
31 Ene 2017 – 06:27 PM EST
Comparte
Default image alt
Prohibido estacionarse: se les prohíbe a los autos entrar al centro histórico de Venecia; después de unos cuantos días, quizás hasta te olvides de que existen. Crédito: John Dudley/CityLab

Al igual que la guerra con contra las máquinas de la película Terminator, la guerra contra autos que los urbanistas supuestamente están librando es inevitable y esencialmente no tiene resolución. Las batallas se ganan y se pierden y el equipo cambia, pero los conductores y sus oponentes que abogan por la peatonalización están destinados a pelearse eternamente, luchando por control de las calles de la ciudad. Quizás debido a que es un conflicto que —al igual que muchos otros— se ha vuelto amargamente politizado, es difícil no perder esperanzas en cuanto al resultado final.

Recientemente estuve en Venecia, Italia, y era como entrar en una línea alternativa de tiempo en que esta guerra nunca ocurrió. El Centro Storico de Venecia es el espacio libre de autos más grande de Europa; es una ciudad medieval que de alguna forma u otra logró llegar al siglo XXI casi sin que la combustión interna la tocara. Y déjame decirte esto: es raro.

Por supuesto no es exactamente noticia, pero para mí sí era noticia. Estaba ridículamente desprevenido para este viaje, el cual fue una de esas cosas que se deben hacer antes de morirse y en donde fui acompañado por mi familia, la familia de mi hermano y mamá, quien tiene 87 años y está en silla de ruedas. Después de meses de planeación, de alguna manera aún me cogió de sorpresa el viaje, incluso hasta el momento en que llegamos al aeropuerto.

Las guías de viaje que leí por encima en el vuelo no llegaron a comunicar la extraña cualidad de Venecia, un lugar que agresivamente desafía al tiempo, la geografía y al clima de una manera que me dejó atónito y confundido. Una vez la sede de un imperio marítimo enorme, la Venecia moderna e histórica fue designada Patrimonio de la Humanidad por UNESCO y atrae unos 20 millones de turistas al año. Pero también es —apenas— una ciudad de verdad, no un parque temático, con un núcleo de residentes permanentes (tal vez 50,000 hoy en día, menos de la mitad de su población durante los años 70). Al igual que muchas ciudades europeas, es densa y medieval y poco común. Pero lo que la hace todavía más rara es su aislamiento acuático autoimpuesto: la ciudad realmente es una aglomeración de islas urbanizadas que están ubicadas en el medio de una laguna de agua salada. Hay un puente al continente que lleva vías de tren, autos y conductores que pagan 22 dólares al día para depositar sus autos en un garaje de estacionamiento del tamaño de una isla. Aparte de eso, no hay más motores.

¿Necesitas llegar a algún lugar rápidamente? Toma un kayak (John Dudley/CityLab).

Bueno, los botes sí tienen motores. Pero la parte terrenal de Venecia funciona mayormente sin vehículos motorizados. Los 438 puentes, 183 canales, imposiblemente estrechas calles y sinnúmero de escaleras de la ciudad hacen que motocicletas, patinetas, bicicletas, sillas de ruedas, hoverboards y patines —así como cualquier otra cosa con ruedas— sean totalmente inútiles, si no ilegales. Es tan intensa la animosidad veneciana hacia cosas que ruedan que la ciudad hasta consideró la prohibición de maletas que ruedan, ya que el sonido de ruedas duras en adoquines hace tanto estruendo en las áreas turísticas.

Es difícil expresar lo increíble inconveniente que es este plano hasta que tengas que determinar cómo se empuja una silla de ruedas por la ciudad. El para las personas discapacitadas es prácticamente inexistente. Llevar a mamá a cenar en un restaurante en otro barrio requirió navegar un laberinto de callejones estrechos para evitar un puente que sólo era accesible con escaleras. Este video de 18 minutos del gobierno municipal explica en inglés cómo Venecia llegó a ser como es. En él se exploran los funcionamientos internos detallados sobre cómo una ciudad flotante armada a retazos desde unas 124 islas logra istrar servicios como agua y electricidad y lidiar con cosas como las aguas residuales.

Otras curiosidades: la recolección municipal de basura se hace a mano, lo cual significa que se tiene que hacer todos los días, seis veces a la semana. El camión de basura es un tipo empujando un carrito que eventualmente se lleva a una barcaza de basura (por fortuna, si tienes que llevar tus comestibles en tus brazos a tu casa todos los días, es probable que no estés produciendo la misma cantidad de basura en Venecia que en otras partes). Otras barcazas entregan los bienes que una ciudad con 20 millones de turistas necesita consumir, desde cajas de prosecco para hacer cocteles Venetian Spritz a góndolas de plástico hechas en China.

Todas las cosas buenas y malas que uno toma por sentado en ciudades estadounidenses —desde infraestructura para autos como estacionamientos y carreteras de circunvalación para llegar a brillosas torres de oficinas en centros de ciudades y parques— simplemente no existe. Tal como dice UNESCO: “El sistema urbano completo ha mantenido el mismo plano, patrones de asentamiento y organización de espacios abiertos desde los tiempos medievales y el Renacimiento”.

Toma un poco de tiempo para que se asimile la realidad de esa idea. Otras ciudades viejas en Europa y en otros lugares lejanos comparten algunas de estas características y muchas tienen grandes (y crecientes) zonas libres de autos. Sin embargo, Venecia opera en una escala en la que su falta de autos y vibra premoderna te sumerge en otra realidad: no hay carreteras en la distancia para romper el encanto ni cuadras de torres de oficinas construidas en los años 70 ni edificios de departamentos bordeando la periferia el núcleo histórico pintoresco. Después de unos cuantos días de estar vagando por este espacio, es fácil olvidarse de que tales cosas existen.

¡Y el silencio! El omnipresente rugido de tráfico —el característico ruido de fondo estadounidense— es inexistente y la ciudad es tan callada que hasta las calles atestadas de peatones son básicamente tranquilas. Dobla una esquina de noche —cuando la mayoría de los turistas se han marchado— y parecerá que los callejones de Venecia están poseídos por las mismas fuerzas grises que acecharon a Donald Sutherland y Julie Christie en la película de terror de Amenaza en la sombra de 1973. Cuando nuestro grupo dobló mal después de una cena navideña en una osteria apartada, era como si estuviéramos perdidos en una selva virgen.

Esta ‘desmecanización’ del espacio público tiene todo tipo de impactos en cómo vive la gente, algunos de los cuales son menos obvios que otros. Venecia carece del tipo de palpitante vida nocturna de otras ciudades europeas, en parte porque es demasiado callada: el tun-tun-tun de una discoteca aquí se oiría en muchos kilómetros a la redonda. Por otra parte, los venecianos parecen disfrutar de una actitud más relajada hacia tomar durante el día. En toda la tarde, parecía que las piazzas y callejones estaban llenos de vecinos disfrutando de cocteles pasados por las ventanas de barras chicas de esquina llamadas bàcari. Nadie tiene que conducir a casa. La intimidad de la vida callejera puede ser abrumadora: doblar una esquina y encontrarse con un grupo de venecianos conversando se siente como si uno se hubiera colado en sus salas.

La expectativa de tener que caminar a todas partes también recalibra el sentido de espacio y tiempo de uno. La ciudad histórica es una cosita chiquita, con un largo de 3 millas, uno podría caminar de un extremo al otro en 45 minutos, probablemente, si supieras adonde fueras. Pero está construida tan densamente y está organizada tan anárquicamente que uno podría pasar la vida entera aprendiéndose todos sus callejones sin salida.

En otras palabras, es una ciudad donde la escala de existencia aún está alineada con cuerpos humanos en vez de máquinas (incluso las que son propulsadas por humanos). Tal vibra quizás no parezca radical, salvo que hace que uno se dé cuenta de las pocas veces que las ciudades estadounidenses logran una vibra así, incluso en lugares hechos para ser refugios del tumulto urbano. Por ejemplo, Venecia tiene pocos espacios verdes, salvo por un pedazo de jardín en el borde del este de la ciudad que llegó cortesía de Napoleón, quien puso fin a 1,100 años de independencia para la República Veneciana cuando invadió en 1797. Entonces Napoleón aplicó un estilo de urbanismo tipo Robert Moses: demolió a los vecindarios más viejos y rellenó un canal para hacer un parque y un bulevar ancho al estilo parisino.

Via Garibaldi está en el lado este de la ciudad y es la calle más ancha: es un canal que fue llenado a principios del siglo XIX (John Dudley/CityLab).

Caminar por esta parte más nueva y amplia de la ciudad ofrece un cambio novedoso comparado con andar por los pasajes estrechos del resto de ella. Sin embargo, el roce de la ciudad con la renovación urbana napoleónica realmente no cambió las cosas tanto que tanto. A diferencia de los canales de Venecia en el estado de California —la mayoría de los cuales se convirtieron en calles normales después de que los autos privados se hicieron populares en los años 20— la Venecia original no tuvo que ahuyentar a los esfuerzos constructores de carreteras y otros visionarios cívicos del siglo XX. La ciudad simplemente funciona de la forma en que siempre ha funcionado.

Bueno, por lo menos por ahora. La Venecia que perdura ahora es un lugar increíblemente frágil que está amenazado por niveles crecientes del mar y subsidencia natural. La ciudad está luchando por controlar el motondoso, una moción dañina de olas causada por lanchas motoras que erosiona los cimientos de los edificios e inunda a los delicados pantanos. Su gran defensa contra las futuras superinundaciones es el proyecto MOSE, un sistema increíblemente caro y no comprobado de diques de mar que aún están bajo construcción (y que probablemente no funcione, de todos modos). El año pasado UNESCO amenazó con poner a Venecia en su lista de lugares donde los patrimonios corren peligro (World Heritage in Danger) al no ser que los líderes de la ciudad mostraran indicios de controlar esta situación. El impacto del cambio climático es uno de los problemas muy reales de ciudades normales que con frecuencia se pasan por alto entre todas las amenazas relacionadas con turistas. Venecia también están afligida por una crisis de vivienda asequible, un escándalo de corrupción con su alcalde y todo tipo de problemas económicos rutinarios. En ciertas cosas, no es un lugar tan inusual que digamos.

Y a lo mejor esta extraña trampa turística medieval ofrece un punto útil de observación para meditar los retos de ciudades más modernas; en su ingenio ante circunstancias rarísimas, es una comunidad urbana que ha demostrado una capacidad envidiable de resiliencia. Y si los venecianos logran mantener este lugar imposible a flote, quizás el resto de nosotros tenemos un terreno más firme de lo que pensamos.

Este artículo fue publicado originalmente en inglés en CityLab.com.

También te puede interesar: las ciudades que más usan bicicleta en América Latina

Loading
Cargando galería
Comparte
RELACIONADOS:CityLab Latino