Cuando los latinos no aguantaron más: los olvidados disturbios hispanos de EEUU

El 21 de julio de 2012, un policía en Anaheim, California, disparó y mató a un latino mientras huía por el estacionamiento de un complejo de apartamentos. Manuel Díaz estaba desarmado y tenía solo 25 años. Tres horas después del tiroteo, Díaz fue declarado muerto en el hospital.
Su fallecimiento desencadenó una ola de rabia en esta ciudad ubicada al sur de Los Ángeles, el hogar de Disneylandia, pero también una zona de crecientes tensiones raciales. El día que murió Díaz, manifestantes se congregaron en la escena del crimen y supuestamente tiraron piedras contra la policía, quienes respondieron con gas lacrimógeno y balines no letales. Al día siguiente, la situación empeoró: la policía mató a otro hombre latino en un evento separado, Joel Acevedo, impulsando manifestaciones aún más intensas al frente a la alcadía de la ciudad. Mientras en Disneylandia comenzaba el espectáculo diario de fuegos artificiales, las protestas ardían y más de 20 negocios recibieron daños.
La violencia que estalló en Anaheim no ha sido incidente aislado. Es parte de la larga y oscura historia de disturbios protagonizados por latinos, pero que gran parte de la población estadounidense aparentemente ha olvidado. “Hay una percepción de que los disturbios latinos son incidentes raros o aislados, mientras que son algo típico entre afroestadounidenses”, dice Aaron Fountain, Jr., estudiante de doctorado en Historia en la Universidad de Indiana. “La gente no sabe mucho sobre la historia latina, así que no ponen estos eventos en un contexto social. Esto crea una percepción que los latinos son pasivos o que solo hacen disturbios cuando las condiciones son extremas”.
Fountain Jr. quiere corregir esa percepción. Para eso creó un mapa de las ‘rebeliones urbanas’ latinas desde los 1960. El mapa trabaja a partir de una lista original de 57 disturbios que creó el año pasado.
La palabra que estamos usando es un poco políticamente delicada: desde los disturbios en Los Ángeles en 1992 hasta Ferguson y Baltimore en 2015, designar un evento como ‘disturbio’, ‘protesta’ o ‘rebelión’ ha dependido de en qué parte de la línea policial estás parado. Para su proyecto, Fountain Jr. ha establecido una definición específica: para calificar un hecho como un disturbio en su lista el evento tiene que haber involucrado a más de cien personas, causado daños significativos a propiedades e impulsado una respuesta policial. Algunos puntos en la mapa usan la designación ‘disturbance’ (malestar) o ‘unrest’ (inquietud) si no alcanzaron esa definición pero impulsaron una conversación sobre problemas en la comunidad.
Hay muchos patrones en el proyecto de Fountain Jr. y explica muchos de ellos en las detalladas publicaciones de su investigación. Para empezar, mientras la mayoría de disturbios urbanos en comunidades afroestadounidenses pasaron en los 1960, la mayoría de disturbios latinos pasaron en los 1970. Dos tercios de los disturbios pasaron en comunidades puertorriqueñas, especialmente en el noreste de EEUU. En cuanto a su ubicación, Nueva Jersey tuvo el mayor número de disturbios con 21 de estos eventos.
La mayoría de los disturbios fueron impulsados por la violencia policial, pero no siempre. El disturbio en aic, Nueva Jersey, en 1969 empezó después del desalojo de una familia puertorriqueña de doce personas. En Hartford, Connecticut, durante septiembre de ese mismo año, los comentarios racistas de un bombero generaron la violencia. “Son como puercos”, dijo el hombre al periódico The Hartford Times. “Se sientan por ahí tomando cerveza y cuando a uno se le acaba, la tira por cualquier lado”.
Un aspecto común de estos disturbios era la percepción de que los problemas en la comunidad latina eran eclipsados por problemas en comunidades estadounidenses o por otros latinos. En el vecindario de Wynwood, Miami, en diciembre de 1990, cientos de jóvenes puertorriqueños tomaron las calles después de la absolución de seis policías que mataron a un narcotraficante a golpes. “Queremos que la gente sepa que existimos. Los cubanos reciben todo; nosotros no recibimos nada”, dijo el residente de la zona Clemente Montalvo al New York Times.
A pesar de estas erupciones de violencia, las frustraciones de las comunidades latinas no han logrado hacerse parte de la conversación estadounidense sobre relaciones raciales. Esto parece ser una ceguera deliberada, dice Fountain Jr.: los periódicos muchas veces usaron términos confusos que no destacaron la participación latina en estas manifestaciones, hablando de ‘vecindarios negros y puertorriqueños’ aún cuando la mayoría de los participantes eran puertorriqueños. En algunos casos, los mismos latinos han negado esta historia de violencia en sus comunidades. “Hasta este día, hay puertorriqueños que te dicen que los disturbios [de 1974] nunca pasaron”, dice Fountain Jr.
Hay muchas dinámicas raciales complicadas en juego aquí: la inquietud y violencia civil muchas veces está asociada con gente afroestadounidense y hay una larga historia de comunidades latinas que tratan de evitar conexiones y comparaciones con la gente de raza negra.
“Las rebeliones urbanas en los Estados Unidos son percibidas como el resultado de la rabia afroestadounidense”, dice en una publicación de Fountain Jr. “Algunos latinos pueden sentir humillación que brotes idénticos de violencia hayan ocurrido en la comunidad, especialmente considerando los estudios sociológicos que han notado que inmigrantes latinos tratan de distanciarse de gente afroestadounidense”.
El persistente enfoque nacional en inmigración como el tema más importante entre las comunidades latinas también ha ayudado crear reticencia entre los líderes comunitarios a reconocer esta violencia. Los disturbios no caben en la narrativa del ‘inmigrante bueno’, trabajador y religioso que algunos latinos han tratado de cultivar en las últimas décadas en el contexto del debate sobre inmigración. En medio de un debate nacional tan intenso sobre este tema, algunos han preguntado por qué Fountain Jr. insiste en documentar eventos que pueden reforzar estereotipos negativos sobre los latinos.
“Si alguien ve los disturbios urbanos como algo irracional, patológico o ‘comportamiento negro’ típico, entonces quizás no quieran hablar sobre esta historia”, dice el investigador. “Pero si alguien ve disturbios urbanos como rebeliones, revueltas o levantamientos en donde la gente protesta sobre una serie de agravios, entonces pueden ver esta historia desde el lente de resistencia y la pueden usar para crear orgullo”.
La tendencia a ver a los latinos como inmigrantes y extranjeros también puede prevenir que los estadounidenses vean la larga historia de discriminación institucional y negligencia que han vivido los hispanos. “No todos los latinos son inmigrantes”, dice Fountain, Jr. “Cuando solo te enfocas en ese tema, vuelves invisible a temas de discriminación. Y si solo nos enfocamos en imágenes positivas [por el debate sobre inmigración], perdemos toda esta historia”.
Si los disturbios son, como dijo Martin Luther King, Jr., “el lenguaje de los no escuchados”, las ciudades pueden enfrentar algo duro muy pronto. Las comunidades latinas continúan sufriendo en silencio aunque experimentan niveles de desempleo muy altos, escuelas malas, pobreza generacional y un legado de discriminación institucional como segregación y negación de servicios. La violencia policial y la desconfianza en las fuerzas policiales continúan a siendo problemas comunes en las comunidades latinas que han experimentado historias traumáticas al respecto. Además, la gentrificación está empujando a latinos pobres fuera de ciudades y a suburbios donde faltan para apoyarlos
La sociedad ignora estas condiciones a su propio riesgo, dice Fountain Jr. “Los latinos han estado aquí por más tiempo de lo que creemos. Son una parte crucial de nuestra historia; han ayudado a formar nuestro entendimiento de política racial. Necesitamos incorporarlos en nuestras discusiones sobre discriminación, desempleo y brutalidad policial. Esto no es solo una cosa de blancos y negros”.