Detenciones ilegales, violencia sexual, uso excesivo de la fuerza y torturas: llueven denuncias por protestas en Chile

Alicia (su nombre ha sido cambiado para proteger su identidad) se demoró cerca de una semana en acusar el golpe. El martes 22 de octubre, cuando en Chile se hizo público que el Instituto Nacional de Derechos Humanos (INDH) había recibido denuncias de malos tratos y tortura en la comisaría de la estación de metro Baquedano, un punto neurálgico de la ciudad de Santiago, esta joven de 32 años se conectó con lo que había vivido. Desde el inicio del estallido social en Chile, el viernes 18 de octubre, había ido todos los días a las masivas marchas pacíficas organizadas en la capital, como si no le hubiera pasado nada, pero llegó un punto en que no pudo más.
“Me vino una crisis de pánico, estuve dos días llorando en mi casa encerrada. Mi novio me contuvo, porque la noticia de que hicieron torturas peores de lo que me pasó a mí me caló hondo. Recién ahí reaccioné, entré en shock”, recuerda Alicia. “Fue como revivirlo todo”.
En los últimos días, a la angustia que provocaron en la población chilena el estado de emergencia, los violentos saqueos, y el toque de queda (que se levantó el sábado), se han sumado el espanto y la indignación por el creciente número de denuncias por detenciones ilegales, abusos sexuales, tratos crueles, lesionados y muertos por violencia policial y militar.
La crisis, gatillada por el alza de las tarifas del metro en medio de un contexto de falta de respuestas a demandas sociales y que llevó a la renuncia de todo los ministros, ha provocado al menos 19 muertes, más de 1,000 heridos y más de 3,000 detenciones. En al menos cuatro de las muertes habrían estado involucrados militares y en una, carabineros.
El domingo 27 de octubre, el INDH había interpuesto 88 acciones judiciales, cinco de ellas por homicidios y 17 por tortura y tratos crueles con violencia sexual que involucran a 37 víctimas, entre ellas 23 niños, niñas, adolescentes y 20 mujeres. Además, había presentado 49 querellas por tortura, tratos crueles y otros delitos.
“El INDH comenzó a recibir una gran cantidad de denuncias desde iniciadas las manifestaciones, sobre casos graves que no se habían visto en períodos de normalidad”, dice Branislav Marelic, consejero y exdirector del INDH. “Esto ha llevado el INDH a interponer casi 100 acciones judiciales en una semana, algo totalmente inédito en la historia de la institución”.
La preocupación ha sido suficiente como para que la alta comisionada de los derechos humanos de la ONU y expresidenta de Chile, Michelle Bachelet, enviara una misión para analizar la situación y la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) condenara el uso excesivo de la fuerza pública en Chile.
“Esto es preocupante porque el país tiene una historia de violación sistemática de derechos humanos por agentes del estado y trae recuerdos de una época terrible, muy oscura y traumática de la historia de Chile”, dice Lidia Casas, directora del Centro de Derechos Humanos de la Universidad Diego Portales, refiriéndose a la dictadura militar del General Augusto Pinochet.
Casas cuenta que las denuncias incluyen la detención de tres personas, de las cuales dos habrían sido “colgadas con esposas desde una estructura metálica de la antena de la comisaría” para luego ser golpeadas. Hay detenciones injustificadas de “personas que están simplemente con una olla en la calle” y a las que luego les pegan. Otras que simplemente toman una fotografía y son detenidas.
“Hay algunos casos incluso en que las personas ya están detenidas y les disparan a quemarropa con balines de goma”, dice la académica.
Cifras del Colegio Médico confirman el alto grado de violencia de las fuerzas del orden. Según sus registros, entre el 18 y el 22 de octubre, solo en la región de Santiago, ingresaron cerca de 1,200 personas a servicios de urgencias, de las cuales 10 están con riesgo vital. Del total de urgencias, el 51% corresponde a heridos por balines de goma y un 17% por armas de fuego.
En las redes sociales circulan videos de personas detenidas durante el toque de queda, pese a estar dentro de sus edificios; son sacadas a la fuerza. Más grave aún, en los últimos días se han multiplicado las denuncias por vejaciones de índole sexual. El INDH recibió, entre otras, la denuncia de un joven que aparece en un video difundido en twitter en el que dice que integrantes de la policía lo detuvieron, lo “violaron durante dos horas” y luego lo botaron a la calle desde una camioneta.
El INDH, una corporación autónoma de derecho público destinada a proteger los derechos humanos de los chilenos, ha enviado a las protestas representantes en uniforme amarillo para fiscalizar y tiene a personal visitando a recintos policiales y hospitales para recoger denuncias.
El caso del joven del video no es un hecho aislado. El INDH también presentó una querella por “tortura sexual” tras la detención de un estudiante de medicina de la Universidad Católica que prestaba primeros auxilios durante las protestas. El joven, llamado Josué Maureira Ramírez contó en medios locales que había sido brutalmente golpeado y que luego dos policías lo habían violado con un bastón en una comisaría de una comuna de la zona sur de la capital. Antes ya la organización había recibido también casos de mujeres que sufrieron vejaciones de índole sexual en recintos policiales.
Por lo que cuenta Alicia, las vulneraciones sexuales empezaron a ocurrir incluso antes del 18 de octubre, fecha en que estalló el conflicto.
“Al calabozo, empieza a sacarte la ropa”
Alicia es estudiante de contabilidad general y también trabaja. El miércoles 16 de octubre salió de su trabajo en el centro para tomar el metro que la lleva a su casa. Debido a la ola de evasión masivas, las manifestaciones que consisten en saltar el torniquete y no pagar el boleto que fueron la antesala de este estallido social, la entrada más cercana de su estación estaba cerrada.
“Había mucha gente y nos llegó el aviso de que había otra entrada que había abierto en la Plaza de Armas. Fui y adentro estaba lleno de policía antidisturbios, con casco. El ambiente estaba muy agitado”, dice Alicia.
La joven contadora estaba conversando con otras personas que esperaban el metro cuando vieron un grupo de policías abalanzarse sobre un hombre de aproximadamente 30 años.
“Estaba parado sin hacer nada y se lo llevaron. Quise grabar la situación, pero forcejearon y no me dejaron hacerlo. Lo detuvieron y lo subieron al tren hasta la estación Baquedano”.
Alicia junto a otras personas los siguieron, preocupados de entender las razones de la detención. Pero una vez llegados a la comisaría de la estación, no los dejaron entrar.
“Cuando me estaba yendo, una mujer carabinero me tomó por detrás y me dijo que estaba detenida. Pregunté por qué, si no había alcanzado a grabar nada. No me contestó, me tironeó y apretó los brazos fuertes. Luego me empujó por las escaleras, aunque yo no me resistiera”.
Una vez dentro de la comisaría, Alicia entregó sus documentos de identificación, pensando que se trataba de un simple control. Pero la oficial de policía le dijo que la detenían por “obstrucción al trabajo de carabineros y le dio una orden: “Al calabozo; empieza a sacarte toda la ropa”.
En la comisaría, cuenta Alicia, había tres calabozos con cámaras, luego un largo pasillo que contaba también con vigilancia y, al final, dos baños.
“Llegaron varias otras mujeres policías y me hicieron meterme a un baño sin cámara. Me hicieron sacarme toda la ropa. Yo le pregunté a la carabinera (que mandaba), si estaba segura de que era el procedimiento correcto, de que no estaba faltando a la ley. Pero entre todas me contestaban que qué me creía, que me apurara. Me hablaron todo el tiempo con insultos, gritos. Fue muy violento”.
Alicia quedó en ropa interior y no pudo seguir. Insistió en que ese trato no correspondía.
“(La encargada) se enojó y me dijo que me subiera el sostén y me bajara los calzones hasta las rodillas”.
Las vejaciones recién estaban empezando.
“Así, me hizo hacer sentadillas y mientras las hacía, dos otras policías se pararon una delante de mí, muy cerca, y otra detrás. Se reían y me miraban lascivamente. No se si de verdad o si para incomodarme. Se burlaban y me hacían comentarios de índole sexual. Fue cuando más humillada y violentada me sentí; fue muy fuerte”.
Después de eso, Alicia pudo vestirse. Pero la esposaron con las manos atrás (“como a una delincuente”, dice) y la llevaron nuevamente al calabozo.
“Después me sacaron por una puerta trasera de la estación Baquedano. Por donde están los calabozos hay túneles que tienen salidas a la calle. Me llevaron a un consultorio médico para constatar lesiones”.
Era de noche y ya no se atendía público. Alicia no había pedido que la evaluaran médicamente. “Otra vez me tuve que desnudar cuando me revisaron”, dice.
Calcula que estuvo en la comisaría de las 19 hasta las 23:30 horas. Tenía las muñecas adoloridas de las horas que estuvo inmovilizadas con esposas. Finalmente pudo irse porque cuando llegó el cambio de turno, un carabinero le preguntó por qué estaba detenida y la autorizó a hacer un llamado de menos de un minuto. ó a su hermana, quien la fue a buscar y la instó a poner inmediatamente una denuncia por “abusos contra particulares” en ese mismo centro de detención.
“Cuando pusimos la denuncia el carabinero que nos tomó los datos dijo que no era raro lo que yo estaba denunciando que era el procedimiento normal que se llevaba a cabo en esa comisaría”, dice.
Esta semana, Alicia se querellará por “tratos vejatorios”.
“Recién estos últimos días pude contar todo lo que me pasó y ahora que estoy más armada vamos a empezar el trámite”, dice. “Cuando supe todo lo que se decía de Baquedano me asusté mucho. Pensé: Me van a venir a buscar. Yo nunca había estado envuelta en una situación como esta entonces no se cómo actuar”.
Después de su ataque de pánico, Alicia se demoró varios días en sentirse capaz de salir de su casa y visitar a su mamá.
“Esto ha sido una montaña rusa de emociones”, dice. “Me siento mejor, pero igual sigo con miedo. Cuento esto de manera anónima por miedo a represalias y por que no quiero que se me pregunte nada más acerca de lo que me pasó. Cada vez que lo explico, lo vuelvo a vivir y la angustia se apodera de mí, paralizándome y quitándome el sueño”.
La voz se le quiebra, apenas aguanta las lágrimas.
“Igual no soy quien era”, sigue. “Es muy fuerte; la persona que fui hasta el 15 de octubre ya no existe”.
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