Bullying a bordo: la demencia viaja en tren... y hace paradas en Manhattan

Siempre pensé que el bullying era algo que solo ocurría en las escuelas y entre chicos en edad escolar y que por eso no podía pasarme a mí. Pero eso cambió la noche del sábado, cuando un grupo de jovencitos estúpidos, armados con mucha rabia — y ganas de joder — se subió al vagón del metro donde íbamos mi novio y yo.
Era pasada la medianoche y viajábamos desde el sur de Manhattan (esa zona chic conocida como Greenwich Village) rumbo a casa, en Harlem. Todo transcurría en su pesada normalidad. Pierre leía el New York Times y yo escuchaba música mientras jugaba un jueguito tonto en mi teléfono para matar el tiempo. De pronto, en la parada siguiente, se subieron cinco adolescentes bastante ruidosos: eran cuatro o cinco chicos y una chica que, desde que pusieron pie en el tren, se empeñaron en provocarnos, primero sacudiendo las páginas del diario que leía Pierre para después insultarnos solo porque sí, amenazándonos con molernos a golpes para luego lanzarnos puñados de gomitas — sí, gomitas dulces en forma de peces — en la cara.
La escena fue surreal. Durante unos 15 minutos, que parecieron una eternidad, los chicos dejaron claro que estaban ahí con una sola misión: intimidar, joder, acosar, pelear, bullear a alguien, pues, a quien fuera. Nosotros fuimos los “afortunados”.
— ¿Qué haces? — preguntó mi novio al chico que insistía en sacudir las páginas de su periódico con afán de no dejarlo leer.
— Figure it out! ("descúbrelo por ti mismo"), respondió el muchachito en un tono súper agresivo. Y lo dijo varias veces y en voz cada vez más alta: Figure it out! Figure it out! Figure it out!
Decidimos ignorarlos, pero eso solo los encendió más. Conforme el metro avanzaba y se iba llenando de gente, los chicos insistían en acosarnos, gritando groserías y acercándose cada vez más. La chica, que no debía tener más de 18 años, decidió lanzarse en contra mía: “¿Por qué me ves así? ¡Dame tu teléfono¡ ¡Te voy a quitar tu maldito teléfono!” Otro de ellos, ya casi en trance, entró al ruedo para gritar: “¿Qué? ¿Nos van a disparar porque somos negros?” ( niggers, fue la palabra que usó), lo cual acompañó con un gesto de dispararse en la sien con una pistola imaginaria.
Los demás pasajeros veían la escena incrédulos, pero nadie se metía ni decía nada hasta que una mujer de unos 30 años empezó a gritar como histérica. Fue un grito largo, como de un minuto, que ayudó brevemente a desviar la atención de nuestros acosadores. Pero el efecto no duró mucho. Tan pronto nuestra salvadora dejó de gritar, nuestros bullies volvieron a la carga.
Cuando el tren paró en la estación de Times Square donde bajaron y subieron montones de personas — decidimos caminar hacia el otro extremo del vagón, pero los chicos nos siguieron. Frustrados porque nosotros insistíamos en ignorarlos, sacaron una bolsa de Swedish Fish y — a puños — empezaron a lanzarlos directo a nuestra cara. Dolía un montón.
Nos cambiamos de vagón. Nos siguieron — otra vez.
El acoso terminó — por fin — en la calle 59, donde los chicos bajaron, uno a uno, tan campantes y como si nada hubiera ocurrido, aunque uno de ellos, un joven de unos 22 años con cachucha y gafas para ver, aprovechó esos segundos anteriores al cierre de puertas para propinarle una bofetada a mi novio quien, milagrosamente, seguía sin inmutarse.
Los vimos salir de la estación con dirección a Broadway y, en cuestión de segundos, pasamos del susto y la incredulidad a la rabia... y, de ahí, directo a una estación de policía aunque sabíamos que nunca los encontrarían, ni les harían nada, pues a esas alturas se habrían perdido ya en la noche neoyorquina.
Han pasado ya dos días desde aquella noche y sigo sin entender qué carajos pasó. Pero en medio del circo en que se ha convertido esta elección y el odio que parece haberse apoderado de pronto de tanta gente, no puedo evitar pensar que la rabia de esos jóvenes estúpidos tiene que venir de algún lado. ¿Qué desata esos desplantes? ¿Quién o quiénes son responsables de que esos mocosos estén tan enojados y sean tan cretinos? ¿Qué pasaría si en lugar de una bolsa de caramelos, tuvieran a un cuchillo, una navaja, una pistola?
A veces pienso que es cuestión de tiempo antes de que todos nos volvamos locos, pero antes de que eso ocurra, yo sólo necesito una cosita: Que paren el tren — y el mundo — porque me quiero bajar.
Leer también: