Se nos quema la boca, pero seguimos comiendo: ¿por qué amamos tanto el picante?
El picante es un componente principal de varias cocinas alrededor del mundo: si bien su hogar es América y es el sabor protagonista de la cocina mexicana, en varios países de África y Asia, e incluso de Europa, es un ingrediente que no puede faltar en los platos tradicionales. El sitio Eater lista a las cocinas típicas peruana y mexicana a la par de las tradiciones culinarias senegalesa, etíope, nigeriana, china, tailandesa, india, japonesa e incluso italiana como las más picantes de todo el mundo.
Hace 500 años, el picante no existía en ningún plato típico extranjero, ya que no había salido todavía de su lugar de origen, América. La comida era más blanca y menos roja y su sabor era más suave. Pero después de que se conoció el picante su uso se popularizó en todo el mundo y varios países lo tomaron como un símbolo de orgullo por su cocina típica.
¿Cuál es la historia de una de las especias más populares en todos los continentes? ¿Por qué, a pesar de causarnos tanto dolor, nos gusta tanto la comida picante?
La respuesta del cerebro ante el dolor: un torrente de hormonas
La exposición a diferentes temperaturas provoca distintas reacciones en el cuerpo. Por ejemplo, el calor de un sauna parece estar asociado con la liberación de una buena cantidad de hormonas placenteras; la reacción de placer al comer picante puede tener una causa similar.
Puede que muchas veces a la semana te encuentres pensando algo en las líneas de: «Mmm, iría por algo picante ahora». El picante puede parecer una adicción para muchos; sin embargo, los compuestos de los chiles picantes no permiten desarrollar una dependencia, como sí pasaría con el excesivo consumo de cafeína. Aunque el deseo de comer picante es igual de químico que el de tomar café, explica Leidamarie Tirado-Lee, estudiante de ciencias biológicas, escribiendo para Helix.
La sensación de ardor en la boca después de comer chile es más real de lo que pensamos y viene de unos compuestos llamados capsaicinoides, particularmente de la capsaicina, presentes en él. Estos compuestos se derivan de la vainillina, el químico que le da a la vainilla ese sabor y aroma tan particular. Pero el sabor picante de los chiles, para sorpresa de muchos, no es un sabor, sino una sensación. No hay papilas gustativas asociadas a los capsaicinoides. Más bien... se te está quemando la boca. Literalmente.
Cuando alcanzan la boca, los capsaicinoides desencadenan una reacción química en los nervios celulares, que le indica a tu cerebro que ese lugar de tu cuerpo se está quemando. En ese momento, tu cerebro pone en marcha una respuesta del organismo: abrir la boca y dejar que entre aire, ventilar tu boca con una mano, correr por un vaso de agua, o gritar, con la boca llena: «¡Quema! ¡QUEMA!». Tu cerebro realmente cree que tu boca está caliente: esta reacción solo se activa a más de 43 ºC.
Como las células de toda la piel provocan esta reacción, el picante también provoca ardor y enrojecimiento en todo el cuerpo, no solo en la boca. Por eso es que siempre deberías lavarte las manos luego de manejar chiles picantes. ¡Y ni se te ocurra tocarte los ojos!
¿Por qué nos gusta tanto el picante, si pica tanto?
Ya sabemos que el picante arde, y arde de verdad. Ahora... ¿por qué cualquiera querría provocarse esa sensación a propósito? ¿Qué le pasa a nuestra especie?
La respuesta a esta pregunta tiene varias aristas. La primera es la reacción química que le sigue a comer picante. Veamos: el picante provoca una sensación de dolor, que se envía al cerebro a través de «mensajes químicos» entre las células. Para aliviar este dolor, el cerebro responde liberando endorfinas, los neurotransmisores que bloquean la capacidad del nervio de transmitir señales de dolor. Además, libera dopamina, otro neurotransmisor, el responsable de darnos un sentimiento de recompensa y de placer. Para los ávidos consumidores de picante, terminarse un plato tiene su recompensa al final.
Algo similar sucede cuando salimos a correr y, a pesar de que sufrimos todo el camino, al final obtenemos la dulce recompensa de la segregación de estos mismos neurotransmisores.
La otra cara de la respuesta a por qué nos gusta tanto el picante es comparar esta experiencia con otras como mirar una película de terror o subirnos a una montaña rusa. A muchas personas nos gusta experimentar el peligro en un ambiente seguro, en el que sabemos que el riesgo no es real, algo que se conoce como «riesgo controlado».
Comer chile, como mirar una película de miedo, como tomar un baño muy caliente, es inofensivo, a pesar de que el cuerpo crea lo contrario. Buscamos estas experiencias porque le dan un giro nuevo, inesperado, emocionante, a nuestra insípida vida. Usualmente las asociamos con algo bueno, sea la sensación que nos dejan al final las hormonas, o la gratificación social de aguantar el ardor, o el cambio que le damos al sabor de una comida.
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