China, la sede equivocada para las olimpiadas de invierno

La semana que viene se iniciarán las olimpiadas invernales con un trasfondo atroz de autoritarismo y violaciones a los derechos humanos en China. Es cortesía del Comité Olímpico Internacional, cuya brújula moral anda a la deriva desde hace tiempo. Era inevitable y deseable que se alzaran voces de protesta. Estados Unidos y otros gobiernos democráticos decretaron un boicot parcial que regatea el reconocimiento diplomático de los juegos sin prohibir la participación de sus atletas. Es una decisión salomónica que debería complementarse con una amplia difusión de la barbarie que protagonizan los jerarcas chinos.
El problema no es la asistencia de atletas procedentes del mundo libre. Ellos se esfuerzan heroicamente durante años para aspirar a medallas de reconocimiento a sus esfuerzos. El problema de fondo es que los líderes del COI han desarrollado el hábito de seleccionar como sedes a países política y éticamente impresentables. Rusia en 1980 mientras los soviéticos invadían Afganistán. China en 2008 en medio del apoyo de Pekín a Sudán durante el genocidio sudanés en Darfur. Otra vez Rusia en 2014 cuando Moscú perseguía a opositores y negaba derechos elementales a la comunidad LGBT. Y de nuevo China ahora mientras su régimen brutaliza a los uigures, los kazajos y otras minorías étnicas, a quienes encierra en campos de concentración y adoctrinamiento político; reprime a activistas prodemocráticos de Hong Kong; y mantiene políticas tiránicas en Tíbet y Mongolia y de agresión contra Taiwán, como el intimidante sobrevuelo de decenas de aviones militares sobre territorio taiwanés este domingo.
La Carta Olímpica mediante la cual se rige el COI dice que los juegos son una forma de fomentar “el respeto a los principios universales y éticos”. Pero los dirigentes del comité ignoran olímpicamente ese objetivo fundacional. Están demasiado ocupados en conseguir una sede, cualquier sede, que permita realizar las competencias con un mínimo de engorros prácticos y monetarios. En el ínterin se hacen sospechosos de corruptibles. ¿Cómo se explica, si no, que hayan restado importancia a las recientes denuncias de Peng Shuai, la estrella china del tenis, de que la asaltó sexualmente un jerarca comunista que encima era dirigente del comité olímpico chino; que insistan en desvincular la política de los deportes; y que callen ante las denuncias sobre los crímenes de lesa humanidad de Pekín?
Sea como fuere, el mal está hecho. China es la sede inevitable de estas olimpiadas invernales. Pero un modo de atenuar el mal sería aprovechar la ocasión para informar al mundo sobre la conducta antisocial y represiva del régimen chino. Amnistía Internacional y Human Rights Watch documentan miles de presos políticos. Decenas de ejecuciones anuales. Torturas a reclusos, incluyendo personal médico que ha divulgado datos de la real situación de la pandemia de coronavirus en China. Miles de investigaciones policiales contra médicos y enfermeros. Represión “severa y generalizada” en la Región Autónoma de Tíbet con el pretexto de “antiseparatismo, antiextremismo y lucha contra el terrorismo”, según Amnistía.
La cobertura de las olimpiadas también ofrece la oportunidad de informar debidamente al mundo sobre la represión china a los activistas prodemocracia y líderes opositores en Hong Kong. Y la negación de derechos de libre asociación, expresión y culto en la China continental. Pekín, por supuesto, amenaza con tomar represalias contra medios que usen los juegos como “pretexto” para denunciar sus crímenes políticos. En parte por eso algunos medios han decidido no enviar a sus equipos periodísticos a China, sino transmitir los juegos desde casa.
Pero a estas alturas las denuncias bien documentadas son lo único que pueden contrarrestar el despropósito de haberle concedido la sede de las olimpiadas invernales a China. Dentro y fuera de ese país numerosos activistas se juegan su seguridad, su libertad y hasta su vida testimoniando los abusos de Pekín; y su encubrimiento sobre el origen y el alcance de la pandemia. Sus voces deberían formar parte de cualquier cobertura olímpica. No podemos esperar que el COI se haga eco de sus informaciones. Los jerarcas chinos simplemente le han cogido el tranquillo.
“La política no debe interferir en los deportes”. A ese clisé suelen apelar Vladimir Putin y otros tiranuelos de su calaña. Pero la realidad es que tanto los deportes como la política son medios para buscar resultados, sobre todo la victoria. Los dos deben practicarse con reglas y principios que puedan justificarse moralmente. Y eso es lo que nunca hacen dictaduras como la china. Ni en los deportes – donde suelen jugar sucio – ni mucho menos en la política.
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