Una década de lucha y amor incondicional: la historia de una madre y su hijo con discapacidad
Han pasado diez años desde que se conoció por primera vez la historia de Nicholas, un niño con parálisis cerebral, autismo, escoliosis, y problemas visuales. Hoy, con 18 años, su madre sigue enfrentando cada día con la misma entrega y determinación que cuando él era apenas un niño de ocho.
La vida de Nicholas ha estado marcada por múltiples desafíos médicos y de desarrollo. Su madre, quien ha sido su principal cuidadora desde el nacimiento, relata que, a pesar del paso del tiempo, las rutinas diarias no han cambiado. “No ha mejorado. Su escoliosis empeoró. El autismo explotó y perdimos todo”, cuenta. En su testimonio, describe cómo el progreso que habían logrado durante años se desmoronó en cuestión de días debido a una crisis severa de agresividad que no pudo ser controlada ni por especialistas ni con medicamento.
Los diagnósticos múltiples y complejos, que incluyen parálisis cerebral, retrasos en el aprendizaje, y autismo, han supuesto una carga emocional enorme. Sin embargo, ella asegura haber encontrado propósito en medio de la adversidad: “Ellos son una bendición, no importa todos los diagnósticos que te den”.
Uno de sus mayores temores es el futuro de su hijo cuando ella ya no esté. “¿Quién va a cuidar a Nico? ¿Lo van a bañar como yo lo hago cada día, dos o tres veces? ¿Le van a cepillar los dientes?”, se pregunta con voz entrecortada. Aunque existen centros especializados en el cuidado de personas con discapacidades, reconoce que “nunca va a ser como con su mamá”.
Durante los primeros años, la comunidad respondió con generosidad. Personalidades como Gloria y Emilio Estefan también ofrecieron su ayuda. No obstante, hoy, una década más tarde, y con necesidades que persisten, la madre de Nicholas ha decidido transformar su necesidad en un acto de amor: escribir un libro.
“Me da mucha vergüenza pedir ayuda otra vez. Así que pensé en contarle al mundo cómo es el día a día de estos niños y sus familias”, explica. Su esperanza es que el libro, que narra la historia de su hijo, genere ingresos suficientes para costear las terapias que tanto necesita.
A madres que recién enfrentan un diagnóstico similar, les ofrece un mensaje de fuerza y esperanza: “Nunca se dejen porque sus hijos los necesitan fuertes. Sus hijos necesitan un entorno feliz, aunque ustedes sientan que se les desgarran las entrañas. No se caigan”.
A pesar de los pronósticos iniciales —le dijeron que su hijo sería un “vegetal”—, Nicholas la reconoce, la abraza, la llama mamá. “Mi vegetal me habla, me conoce. No conversa mucho, pero lo hace. No pudo aprender a escribir, pero me reconoce, sabe que yo soy su mamá”, dice con una sonrisa que resume el amor incondicional de una madre que, diez años después, sigue de pie por su hijo.