Oran al niño huachicolero y hacen cumbias del huachicol: la normalizada cultura de los ladrones de gasolina en México

“Sí, sí hay una forma de identificar a un huachicolero”, dice la voz joven de Jazmín* detrás de la bocina del teléfono. “No más ver quién compra una camioneta pick up nueva y cambia su casa por una bien grande. Nadie en el pueblo va a pensar que eso fue fruto de su esfuerzo, más bien todos sabemos que le ha ido bien en la venta de gasolina o huachicol”.
Hubo un tiempo, quizás 15 años atrás, que la gente del pueblo donde vive y creció Jazmín –Tula en Hidalgo, México– robaba combustible para mitigar la pobreza en la que vivía.
El galón oficial se vendía a 6 pesos mientras ellos, clandestinamente, la vendían a 3. Sin embargo, desde principios de los años 90 cuando los precios de la gasolina se dispararon, robar hidrocarburos dejó de ser una necesidad y se convirtió en un negocio redondo en el que muchos estuvieron dispuestos a participar. “Una persona que se dedicaba a la albañilería y que le pagaban 8,000 pesos al mes trabajando de sol a sol, podía ganarse eso en un día. Realmente era un cambio económico muy fuerte y por eso bien valía la pena pasar cualquier tipo de peligro cuando te volvías huachicolero”.
Jazmín ha conocido desde niña qué significa la palabra huachicol y, por supuesto, tiene conocidos involucrados de una manera y otra con esta actividad. De hecho, una de sus mejores amigas, madre soltera de tres hijos, decidió escoltar carros que transportaban pivotes de gasolina por la noche tres veces a la semana por un pago de 6,000 pesos, “hasta que un día le dijeron que para poder cumplir sus labores tenía que usar chaleco antibalas y ahí sí le dio miedo”, cuenta Jazmín sin mucho asombro.
A pesar de la familiaridad de esta joven con estos términos y estas prácticas, para muchos de sus compatriotas es un vocablo más bien nuevo, que saltó a los medios tras las nuevas políticas del presidente Andrés Manuel López y, más recientemente, después de la tragedia en la que murieron 109 personas incineradas tras una explosión de un gasoducto ilegal.
Pero para la gente de Hidalgo, huachicol es incluso más que una palabra. Es, en realidad, toda una cultura que tiene corridos y cumbias que la narran, santos que la protegen y hasta artesanías que la subliman.
Esta es la cumbia del huachicol
“La palabra huachicol viene de la raíz maya ‘huach’ o ‘waach’, que significaba forastero, pero que castellanizada se convirtió en ‘huache’ o ‘guache’ y que apela, en términos generales, a un ladrón. A mediados del Siglo XX se hizo común la venta de licor adulterado y a eso se le llamó huachicol y luego los que robaban gasolina lo adoptaron como propio”, le dijo a Univision Noticias Luis Ernesto Salomón, profesor e investigador de la Universidad de Guadalajara, en México.
“Ellos se identifican así: como huachicoleros, porque lo que hay en el estado de Puebla es una actividad que es ilícita, pero que al ser ejercida de forma masiva y normalizada por muchos, sus sienten que tienen una especie de derecho o facultad para ejercer esa ilegalidad. Lo ven como un trabajo, aunque saben que es condenable desde la ley y la moral”, explica el profesor Salomón quien ha recorrido las entrañas de Puebla para sus investigaciones.
La identidad creada en torno a esta peligrosa actividad ha incluso permeado los corridos y las cumbias que han encontrado en estos ladrones de combustible una nueva fuente de inspiración. “Moviendo la cintura con más sabor, tú bailas la cumbia del huachicol. Ayayay llegó la cumbia, para la raza huachicolera, esta es la cumbia que da sabor”, canta con voz ronca y ponderosa Tamara Alcántara, la primera cantautora que se atrevió a incluir el fenómeno del robo de gasolina en sus líricas con 'La cumbia del wachicol'.
“Lo hice como una broma, una chanza, porque los medios no hacían sino hablar de eso. Mi esposo me dijo un día que por qué no le hacía la cumbia del huachicol. Lo hice sin sospechar que esto iba a generar semejante interés. Me han venido a visitar tantos reporteros que hasta creé ‘La cumbia del reportero’ y escribí la canción ‘Yo también soy New York Times’”, le dijo con gracia Tamara Alcántara a Univision Noticias.
Llevar a los huachicoleros a uno de los ritmos más tradicionales de la cultura popular mexicana fue leído por muchos como un atrevimiento y le valió a Tamara fuertes críticas. “Me han criticado tanto que decidí implementar a mi estética una capucha negra que me tapa la cara y hasta compuse una segunda parte de la canción que se llama “El wachicol”.
“Dicen, hablaron, dijeron, el poblano pasó a ser de camotero a huachicolero, lo cierto es que el huachicolero es como el diablo: todo el mundo sabe que lo hay, pero nadie lo ha visto”, canta Alcántara que está lejos, ahora, de ser la única que con sus ritmos populares hace un registro y hasta una denuncia de lo que ocurre en torno al robo de gasolina.
“Buen negocio el que agarraron si en el peligro les gusta andar, hacienda hoyos como los topos bajo los ranchos y la ciudad, huachicoleros así les llamana a donde van”, canta, por su parte, la Banda Renovación que se ha sumado a este nuevo fenómeno musical que los estudiosos emparentan con los corridos de la revolución o los narcocorridos. “Ya le cantamos al narco, ya le cantamos al jefe, y ahora vengo a cantarle a toditita esta gente que se la rifan bonito chingando a Pemex pariente”, profesa ‘El corrido de los huachicoleros’, de la banda Triángulo Rojo.
“Al analizar todos estos símbolos que le dan forma a la cultura huachicolera es fácil ver que hacen parte de una narrativa que quiere mostrar una justificación moral para sus delitos. Es una narrativa de autodefensa que quiere presentar al estado como el gran ladrón, al que robarle no significa una falta mayor”, explica el investigador Luis Salomón.
El niño Jesús huachicolero
En los bailes a los que asiste Jazmín, tan típicos de su pueblo, se oye sonar por los parlantes corridos que todos cantan al unísono: “Le llaman huachicolero, dicen que es dinero sucio, pero hay cosas peores, no robo ni mato al pueblo como el gobierno, traidores”. Pero, aunque la música se ha expandido por toda la región, hay otros elementos que han empezado a identificar a los huachicoleros.
“Estas son tierras muy religiosas y se hacen unas pachangotas en el pueblo, todo para orar por protección a lo que se dedican. En esas fiestas han aparecido varias versiones del Niño Jesús vestido con unas pimpinas y mangueras de gasolina o como un trabajador de Pemex, todo porque la gente quiere encomendarse a algo que las proteja de los riesgos”.
El niño huachicolero es una versión del ‘Jesús Valverde’, el santo de los narcos, lo que hace pensar al profesor Salomón que hay una especie de traspaso de mecanismos de las actividades delictivas del tráfico de drogas al robo de gasolina, porque posiblemente estén operados en la base por las mismas organizaciones delictivas.
La Iglesia Católica ha salido abiertamente a condenar la adoración de estas versiones del niño Jesús restándole cualquier derecho de devoción. Sin embargo, ante la tragedia recién ocurrida, Jazmín cree que la fe en esas imágenes no va a cesar, pues al fin y al cabo, esta es una cultura que ha vivido por años al margen de las instituciones.
Esa marginalidad y esa cierta normalización hacen difícil ver un final próximo no solo a la actividad delictiva sino a toda la pintoresca narrativa que la circunda. Jazmín tiene razones de peso para creerlo: “En la última feria del juguete que se hizo aquí, se veían pequeños carritos para niños que en lugar de ser carros de policía o de bomberos, eran carros de pimpinas de gasolina. Sí, aquí los niños juegan a ser huachicoleros”.
*El nombre original de esta fuente entrevistada por teléfono por Univision Noticias ha sido cambiado por motivos de seguridad.