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Retratos de una nueva oportunidad

Lo que no se pregunta

Documentar las historias de 23 hispanos (hombres y mujeres) que habían estado en cárceles o prisiones fue un trabajo exigente y revelador. Descubrir el camino por el que estas personas se reincorporaron a la sociedad y empezaron una nueva vida abrió una puerta a una preguntas que nunca antes había hecho a mi propio padre.
17 Dic 2024 – 08:31 PM EST
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Marianne Diaz fundó Clean Slate (Borrón y cuenta nueva) y ha dedicado más de 20 años a ayudar a personas a quitar con láser los tatuajes que se hicieron cuando estaban en pandillas.

Mi papá estuvo seis años preso. Cuatro de esos los pasó en la prisión de la Isla de Tacarigua, la que llaman la Alcatraz de Venezuela. Un lugar, según él, sórdido, misterioso, con alambrado de púas, arañas, gusanos y un penetrante olor a brisa marina.

Lo detuvieron cuando tenía 20 años, en 1962. Estaba en una montaña, junto a otros compañeros guerrilleros de la juventud comunista, preparándose para sublevarse en contra del gobierno. Poco antes habían asesinado a un amigo durante una huelga de transporte y pensó en vengarlo. Recién había ocurrido la revolución cubana y soñaba con un cambio. Lo juzgaron por rebelión armada.

“Comienza a oscurecer; el primer día en la Isla de Tacarigua ya ha pasado. ¿Cuántos quedan?, ¿cuándo terminará esta pesadilla?”, recuerda preguntarse.

Antes de escribir la introducción de este libro, mi papá y yo nunca habíamos hablado de este tema. Así que un día decidí preguntarle.

Fue, sin duda, una conversación dolorosa, pero sanadora.

“Sufrí mucho”, me dijo. “Está la cosa de los carceleros y la impotencia y el miedo”, añadió.

En la prisión vivió huelgas de hambre. Llegó a ponerse doble pantalón para que no lo lastimaran tanto “los planazos” que les daban algunos de los custodios. Tuvo compañeros a quienes golpearon por la espalda y terminaron convulsionando.

Años después escribió que los hombres en prisión no son ajenos “a la tristeza y el orgullo, la nostalgia y el sueño, la impotencia y el miedo, la impaciencia y el compromiso, la ira y el amor, la melancolía y el odio, la espera”.

Me contó de las visitas de los familiares que, como mi abuela, los fines de semana viajaban en una embarcación inestable para llevarles paquetes de comida.

En Tacarigua, para fugarse, cavó un túnel junto a otros presos, que empezaba en la boca hedionda de una poceta. La idea era que tuviera unos 656 pies de longitud, pero fracasaron.

Mi papá también me habló de la lentitud del paso del tiempo, del “tiempo suspendido de la prisión”, del “tiempo detenido”.

Los días, rememora, se repetían lluviosos y monótonos. Veía constelaciones tatuadas en el techo de las celdas, donde en realidad había vulgares manchas de cal descascarillada en un techo que se filtraba.

En la prisión hizo grandes amigos, con los que hoy en día, todavía se reúne periódicamente. “Nuestra fuerza para resistir”, dice, dependía “en alto grado de la camaradería”.

Pero de lo que más me contó en nuestra llamada fue de los libros que leyó.

“¿Qué es lo que más recuerdas de aquellos años?”, le pregunté.

En voz baja, con un ligero temblor del Parkinson que tiene a sus 82 años, me contestó: “En la cárcel me convertí en un gran lector”.

Luego procedió a enumerarlos: La guerra y la paz, La montaña mágica, El Don apacible, Don Quijote de la Mancha, El lobo estepario.

Mi papá salió de prisión con una conmutación de pena que le exigía exiliarse.

“Mi primer día en libertad casi me resulta inenarrable por la carga emocional que tuvo”. Ese día, dice, descubrió la minifalda (“más exactamente las estupendas piernas de las mujeres”, porque en la época en la que lo metieron preso no se usaban). También probó el whisky y se estrenó el traje más caro que había usado en su vida.

A su ciudad, Caracas, regresó a los 29 años. Es duro escucharlo hablar de ese regreso a su viejo barrio y cómo se encontró con que la casa de su juventud ya no existía.

Su novia tampoco lo había esperado. “Los presos lo saben, el amor romántico rara vez resiste la prueba de los barrotes... Pero casi en ningún otro lugar como en una prisión siente el hombre tan intensa necesidad de compañía de un ser amado que lo recuerde, que le escriba, que le traiga una naranja todos los domingos y sobre todo, que crean en él cuando muchos dudan”.

La prisión, cuenta, lo endureció mucho. Ya “no era el mismo”, ninguno lo era. “La mayoría de los rostros habían perdido su frescura juvenil. También se había operado una lenta mutación en el espíritu, en la manera de comprender la realidad, en la forma de traducir los sueños”.

El temor de que lo metieran preso nuevamente lo ha acompañado toda la vida. “Todavía me afecta”, dice. Tiene frecuentes pesadillas y un sueño intranquilo, que le quedó de las noches en cautiverio.

A los 31 años, dos después de regresar del exilio, mi papá, Eduardo Liendo, escribió El Mago de la cara de vidrio, su novela más conocida y una de las más reeditadas de la literatura de Venezuela y Latinoamérica. Se convirtió en profesor universitario y escritor, y ha publicado 12 novelas y libros de ensayo y cuentos, incluyendo Los topos, donde habla de su experiencia carcelaria. Escribiendo consiguió su misión de vida y la manera de redimirse y darle sentido al tiempo en que estuvo preso. Aprendió a valorar sus logros y tolerar sus fracasos. De la prisión, comenta, obtuvo también experiencias que fortalecieron y disciplinaron su carácter.

“Nada puede compensar la pérdida de libertad, pero hay que tener fe y continuar guapeando. Mañana saldrá el sol”, ha escrito. “Siempre hay mañana”.

Sobre Retratos de una nueva oportunidad

Entre 2019 y 2020, Tamoa Calzadilla, Ana María Carrano, David María Gabriela Méndez y yo documentamos las historias de 23 hombres y mujeres hispanos en Arizona, California y Florida que habían estado en cárceles o prisiones, se reincorporaron a la sociedad y empezaron una nueva vida.

Les hicimos retratos y les preguntamos cómo era su vida antes de que los detuvieran, cómo pasaron los días cuando estuvieron privados de libertad, cómo fueron esas primeras 24, 48, 72 horas luego de salir y qué los mantenía afuera. Este libro es el resultado de esos encuentros y de las entrevistas que se hicieron en ese momento.

También entrevistamos a académicos, a personas que trabajan en organizaciones que apoyan el proceso de reinserción en la sociedad y a trabajadores del sistema de correccionales.

Este documento es parte del proyecto Segunda oportunidad que Univision realizó con el apoyo de la Chan Zuckerberg Initiative. Se publicaron más de 50 artículos en español e inglés para el website de Univision Noticias, se grabaron documentales y entrevistas que se transmitieron en la televisión local y nacional, y en radio. También se difundieron cientos de contenidos para redes sociales, como Facebook Lives, llevando un mensaje de inclusión, esperanza y oportunidad a más de 50 millones de personas. Además se ofreció una beca de seis meses de capacitación en periodismo a seis latinos que habían estado en la cárcel o prisión.

Lo primero que hicimos al empezar fue crear un glosario de términos en español. Queríamos ante todo evitar los estigmas y estereotipos al expresarnos de aquellos “que regresan” o “se reintegran a la sociedad”.

Nos propusimos usar siempre la palabra persona:

• persona que estuvo encarcelada

• persona que estuvo en prisión | en la cárcel • persona que estuvo privada de libertad

• persona que estuvo detenida

• persona que fue procesada | condenada

También en las entrevistas evitamos preguntar sobre el delito que habían cometido. En este libro lo incluimos solo en los textos en los que las personas consideraban que mencionarlo era fundamental para contar su historia.

En octubre de 2019 lanzamos una encuesta en internet en la que decíamos lo siguiente: “Nos interesa conocer tu historia. ¿Saliste de prisión o conoces a alguien que lo haya hecho recientemente y quiera contar su experiencia?”. En pocas horas teníamos cientos de respuestas de personas que querían sentirse escuchadas. Así conseguimos algunos de los testimonios.

Muchos son desgarradores, llenos de arrepentimiento y dolor.

Pero más son los de redención, de resiliencia y de fe. Los hay de grandes amistades hechas en prisión. De vocaciones encontradas, de reunificaciones familiares, de matrimonios fortalecidos por la distancia.

Ante nuestra sorpresa hubo quienes nos dijeron que en la primera semana en libertad se querían devolver a prisión.

Los retos de reintegrarse al mundo profesional, cuando se tienen antecedentes penales, nos narraron, son enormes: “Buscar trabajo, buscar dónde vivir, nada es fácil acá afuera”, nos dijo Chacha Quiñones.

Aquellos que consiguieron encontrar una misión, un sentido de propósito, hallaron un camino para reintegrarse.

Es el caso de Marianne Diaz, en Hawaiian Gardens, California, que fundó fundó Clean Slate (Borrón y cuenta nueva) y ha dedicado más de 20 años a ayudar a personas, mayoritariamente latinas que han salido de prisión, a quitar con láser los tatuajes que se hicieron cuando estaban en pandillas.

Pero es más que eso, con ese láser intenta también ayudarles a borrar el dolor del pasado, quemándolo, desintegrándolo, pulverizándolo, para que no les queden rastros.

“Para muchos, los tatuajes hablan de una época de su vida en la que sufrían y usaban la violencia como una forma de expresión. Es libertad emocional lo que obtienen cuando nos deshacemos del tatuaje”.

Marianne empezó borrándose sus propios tatuajes en 1995, que contaban su historia de pandillera iniciada a los 13 años. Los tenía en las manos, en los brazos, en las piernas. Para quitarlos, usaron papel de lija. Todavía tienen algo de tinta.

“Debido a mi experiencia, he dedicado mi vida a ayudar a otros a reinventarse”, dice.

Quiénes son ahora que han pagado todos sus errores. Eso quiere que descubra la gente al volver a ver su piel sin tinta. Cuando ya habíamos terminado de hacer las entrevistas para este libro y nos encontrábamos editando los textos y sus fotografías, empezó la pandemia. Con ella detuvimos el proyecto, aunque seguimos en o con algunos de los expertos consultados y los entrevistados.

Tres años después, al retomarlo, me di cuenta de que después de haber hablado con tantas personas, había alguien a quien nunca le había preguntado cómo había sido estar en prisión, ni qué vivió cuando salió. Y lo llamé.


Ir a la página de inicio del libro Retratos de una nueva oportunidad.

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