¿Sabes cuánto tiempo pasas en el celular? (Más de lo que crees, eso seguro)

El primer paso para cambiar un hábito es ser consciente de ello. Y aquí se encuentra la raíz del problema: si haces una estimación del número de horas que pasas frente al celular es muy, muy probable que te quedes por debajo, y te sorprendas al saber la cantidad de días, o incluso meses, que el uso de redes sociales u otras aplicaciones se ha llevado por delante en lo que va de año. Igual hasta habrías aprendido japonés en este tiempo (o, por lo menos, a cocinar sushi).
Eso mismo me ha pasado tras las vacaciones del verano, en las que como todos los años emprendí una siesta digital. A la vuelta, Tiempo de pantalla (una app que sirve para monitorizar el tiempo que pasamos en cada dispositivo electrónico) me avisa de que estas dos últimas semanas he pasado en la pantalla del celular (eso sin contar con las horas de computadora, mi herramienta de trabajo) el mismo tiempo que, calculo, me habría llevado recorrer el Camino de Santiago.
La tecnología puede que sea relativamente nueva, pero el comportamiento es antiquísimo. Es el mismo que opera, por ejemplo, con las máquinas de juego. Chequeamos el celular (o el email, Facebook o cualquier otro programa que nos tiente) porque nos dan lo que los investigadores llaman una “recompensa de proporción variable”. Es decir, de vez en cuando (y puede que sea muy de vez en cuando) recibimos un email o un mensaje que es particularmente gratificante, y nos agarramos a eso como clavo ardiendo, como justificación ante nosotros mismos de por qué nos pasamos la vida pegados a la pantalla.
Si a tantos de nosotros nos parece tan triste la imagen de alguien tirando su salario frente a las máquinas de juego o en un local de apuestas, ¿por qué somos tan permisivos cuando eso mismo sucede con el móvil?
El oso blanco
Haríamos bien en mantenerlo a raya, sí, pero ¿cómo? Prueba a no pensar en un oso blanco.
Volvemos al principio: solo podemos mejorar aquello que medimos. Y con “mejorar” me refiero a consultar el dispositivo de forma intencional, no impulsiva, para que nuestros aparatos recuperen su condición de herramientas que usamos estratégicamente, versus aparatos que nos controlan.
Afortunadamente hay multitud de apps que permiten hacer precisamente eso, saber cuántas veces estamos mirando el email, o redes sociales, bajo la premisa de que podemos mejorar aquello que medimos.
El estadounidense promedio pasa cuatro horas al día mirando su celular y lo mantiene al alcance de la mano prácticamente todo el tiempo, de acuerdo con la app Moment. A esto hay que sumarle el televisor, la computadora, el video-juego… la vida, en suma, se hace unidimensional. Plana. “Los dispositivos móviles cargados con redes sociales, email y apps de noticias crean una sensación de obligación constante y general un estrés no intencional”, indica Google en este informe.
La idea de que la tecnología se interpone entre nosotros y el mundo de los olores y sabores puede haberse convertido en un cliché que ya hemos oído mil veces, pero no deja de ser ni menos cierta ni menos aterradora. Podría enlazar aquí docenas de estudios y artículos, como uno del The New York Times (ilustrado muy aptamente con una viñeta en la que un esqueleto sentado en un sofá teclea en un celular) que indica que el tiempo que pasamos en nuestros teléfonos está interfiriendo con nuestros sueño, autoestima, relaciones sociales, memoria, capacidad de atención, creatividad, productividad, capacidad de resolución de problemas y de toma de decisiones.
“Al elevar de forma crónica los niveles de cortisol, la principal hormona del estrés, nuestros teléfonos podrían estar amenazando nuestra salud y acortando nuestra vida”, indica el artículo.
El derecho a desconectar
Parte del problema seguramente nos excede como individuos, aunque más nos vale aprender a gestionar nuestra atención en un mundo en el que, cada vez que tienes unos momentos libres, alguna notificación los reclama. Todavía más importante, por su alcance, es que las empresas e instituciones reconozcan el derecho a desconectar. En Francia, país pionero en este sentido, una ley de 2017 establece el derecho de los trabajadores a desconectar y requiere que las compañías con más de 50 empleados establezcan franjas horarias en las que los trabajadores no envíen ni reciban correos electrónicos.
En Nueva York se presentó el año pasado una propuesta en esa línea. Mientras, en Alemania, la compañía automovilística Volkswagen implementó una política ya en 2011 que impedía el funcionamiento de los servidores de email entre las 6 de la tarde y las 7 de la mañana. Y otra empresa de automóviles, Daimler, permite que sus empleados activen una opción para “autodestruir” emails mientras están fuera de la oficina.
El vínculo entre la tecnología y la salud mental es algo que las empresas harían bien en tomarse muy en serio. Pero mientras llega ese momento, que en EEUU parece todavía lejano, puede que lo que mejor funcione sea no tener las golosinas delante, como decíamos al principio de este artículo: si llenas la despensa de comida insana y la distribuyes en los lugares más frecuentados de la casa será imposible no caer en la tentación. En el caso del celular, si va contigo a todas partes será casi imposible resistirse a cada nueva notificación. Cualquier truco sirve para no dejarse arrebatar esa parte de nuestra vida que, en más y más medida, nos está robando el mundo digital.
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