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Bienestar

Estas son las ventajas de caminar descalzo. Si no quieres ensuciarte los pies, al menos bájate de los tacones

Aprovecha lo que queda de verano para caminar descalzo. Tus pies y tu espalda te lo agradecerán, de acuerdo con una investigación reciente que analiza el impacto del calzado en el cuerpo. Cuanto menos, apéate de los tacones: la larga lista de agravios (durezas, dedo de martillo o desviación de la columna, entre ellos) no compensa ningún halago.
17 Ago 2019 – 08:40 AM EDT
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El calzado puede aumentar la presión sobre los pies y desgastar las articulaciones, según un nuevo estudio. Crédito: Clovera/Getty Images/iStockphoto

No hay nada como descalzarse tras un largo día o una caminata y sentir el tacto suave de los pies sobre la hierba o la arena. ¿Por qué esperar? Quizá sea una buena idea quitarse los zapatos ahora mismo y disfrutar de las ventajas de andar descalzo (una de ellas, de entrada, puede ser el o directo con la vegetación y el suelo, un muy necesario cable a tierra si eres de los que andan todo el día sumergido en las pantallas).

Los zapatos cambian la forma en que los pies interactúan con el suelo, según un estudio reciente publicado en la revista Nature que indica que los caminantes se mueven de forma distinta en función de si están calzados o no y tienen una sensibilidad distinta del suelo. Esto a su vez, es posible que afecte al equilibrio y a la carga sobre las articulaciones.

Los resultados de este estudio sugieren que andar descalzo tiene numerosas ventajas. Entre ellas (mala noticia para los amantes de las pedicuras) se encuentra desarrollar callos. Los zapatos ocupan el lugar de los callos a la hora de protegernos del frío, el calor o las abrasiones, pero no lo hacen exactamente igual, según el estudio elaborado por el antropólogo Nicholas Holowka, de la Universidad de Harvard, junto con un equipo de investigadores de Estados Unidos, Alemania y Kenia.

Tras comparar, en Kenia, a un grupo de caminantes descalzos con otros calzados, Holowka y su equipo observaron que el calzado puede aumentar la presión y desgastar las articulaciones. “La gente a la que le preocupe su equilibrio o sus rodillas, pero no sus pedicuras, podría optar por caminar descalza. Estos callos hacen algo que nuestro calzado no puede conseguir. El calzado protege nuestros pies, pero no nos permite sentir el suelo”, dijo Holowka.

Para personas con diabetes u otros problemas, los zapatos muy finos (o ir descalzos) podría ser de gran ayuda para retener su sensibilidad.


Aunque en esta época de sedentarismo extendido a veces cueste creerlo (se estima que el estadounidense medio pasa 6.5 horas al día sentado, una cifra que va aumentando cada año), los humanos nacimos para caminar, y hacerlo descalzos. Los zapatos son un invento bastante nuevo en la historia de la humanidad. Algunos hallazgos muestran que empezamos a usar unas rudimentarias sandalias hace unos 40,000 años, o sea ayer en términos evolutivos.

No es la primera vez que salen a la luz las ventajas de andar descalzos, en cualquier caso. Hace unos años se produjo un boom de corredores descalzos, y salieron a la luz investigaciones que sugieren que la obesidad no es la única culpable de la inflamación de las articulaciones. Los zapatos también podrían tener la culpa.

La tortura del tacón

Está claro que andar descalzo no es muy práctico, en particular si hace frío y vives en una zona urbana. Lo que ite mucha menos discusión es el uso de los tacones, para algunas el equivalente moderno de los pies vendados con los que se torturaban algunas mujeres orientales.

Esto es lo que esgrimen las activistas que pusieron en marcha antes del verano una protesta en Japón contra el uso obligatorio de tacón alto en las empresas con el hashtag #KuToo, un juego de palabras que combina la palabra japonesa para zapatos, kutsu, con la que designa el dolor, kutsuu.

Nuestros pies son estructuras tremendamente complejas: tenemos 26 huesos, 33 articulaciones, 60 músculos y más de 100 ligamentos. Cuando caminamos, los huesos absorben al menos tres veces más fuerza que cuando estamos de pie; necesitamos todo el pie para absorber ese impacto. Pero cuando llevamos tacones altos, la presión se concentra en un minúsculo espacio (una zona algo mayor que una moneda de dólar).

El centro de gravedad cambia, ya que se impulsa hacia adelante, y esto provoca que caderas y espalda queden fuera de su alineación natural. La postura sufre ya que se desvían las vértebras lumbares (de ahí la exagerada curva lumbar, o hiper lordosis). Además sufren las rodillas (un estudio de 2010 sugiere que el uso habitual de tacón alto aumenta un 26% el riesgo de padecer esta dolencia), se acorta el tendón de Aquiles y se hipertrofian los gemelos, descompensando otros músculos.

El pie no queda mejor parado con la aparición de juanetes o durezas; metatarsalgia o inflamaciones en los tejidos o el llamado dedo de martillo.


Igual que nos liberamos hace décadas del opresor corsé, no tiene sentido continuar machacándnos los pies con los tacones, hagan lo que hagan Melania Trump (capaz de acudir en stilettos a cuando están embarazadas.

Al margen de los estragos físicos, los tacones resultan perversos por otras razones. Si a duras penas puedes mantener el equilibrio y caminas desafiando la ley de gravedad, tu propio aplomo y tu forma de presentarte ante el mundo se verán resentidos. Como decíamos al principio, ningún halago compensa todo esto.

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