¿Te van a operar?: por qué no debes entrar a un quirófano por la tarde

“Nuestras habilidades cognitivas no permanecen estáticas a lo largo del día. Estas fluctuaciones son más extremas de lo que creemos. Elegir un momento u otro condicionará sobremanera el resultado que obtengamos”, señala a Univisión Noticias Daniel H. Pink, autor de Cuándo, un libro recién editado en español que aborda la ciencia que hay —o debería haber— detrás de la organización de nuestro tiempo y rutinas diarias.
Cada día tenemos un flujo interminable de acciones, tanto banales como cruciales que implican un cuándo: cuándo mantener una conversación, emprender un negocio, cambiar de trabajo. Pero tomamos esas decisiones basándonos en la intuición, sobre todo. Esto es un error, sostiene Pink, que reconoce que escribió este libro cuando se dio cuenta de que él mismo estaba tomando decisiones de manera errática.
Pink enfatiza que encontrar el momento justo no es tanto un arte como una ciencia. Esta ciencia se apoya en numerosas investigaciones como las que prueban, por ejemplo, que los errores relacionados con la anestesia se multiplican por cuatro a las 3 de la tarde frente a las 9 de la mañana. También es más probable recibir antibióticos de forma innecesaria por la tarde, o que te atienda una enfermera que no se ha lavado las manos.
El momento del día también tiene un impacto en el ámbito de la educación: los estudiantes sacan mejores notas por la mañana. Por otro lado, saldrás mejor parado si tu audiencia se celebra por a mañana frente a la tarde. Aunque si el juez se tomó un descanso a la hora de comer, tus probabilidades de que reduzca tu multa o te conceda la libertad condicional son bastante mayores.
Sobremesas: el triángulo de las Bermudas
Los descansos no son solo para los jueces. Pink sostiene que las sobremesas son los “triángulos de las Bermudas” de nuestros días (en referencia a ese lugar misterioso donde la leyenda dice que desaparecen barcos y aviones sin dejar rastro) y reivindica el poder de las siestas (cortas, de un máximo de 20 minutos). "Son como pulidoras de hielo para el cerebro. Liman los cortes, marcas y arañazos que un día típico deja en nuestro hielo mental permitiéndonos deliberar a un nivel mayor y tomar mejores decisiones", explica.
“Antes pensaba que solo los aficionados toman descansos, no los verdaderos profesionales. Pero es justo al contrario: Los profesionales toman descansos, y los aficionados no”, indica. En lo que se refiere a descansos, algo es siempre mejor que nada. Incluso las micropausas tienen un impacto (puedes seguir, cuando menos, la regla 20-20-20, que dice que si trabajas en un ordenador, has de mirar cada 20 minutos hacia algo que está 20 pies más allá durante 20 segundos. Moverse es mejor que quedarse quieto, y en compañía mejor que solo.
“Habría un incremento masivo sin ningún coste de la productividad entre los trabajadores si cada tarde se tomasen un descanso de diez minutos caminando fuera con alguien que les agrade, sin teléfono y charlando sobre algo no relacionado con su trabajo”, apunta Pink, que también es autor súper ventas de libros de productividad y motivación como La sorprendente verdad sobre qué nos motiva.
¿Debemos trabajar todos al mismo ritmo, durante las mismas horas del día, como de hecho se hace en la mayor parte de las empresas? Para nada. “ Las compañías deben terminar con la asunción de que un único horario es bueno para todo el mundo”. Algunos días unos trabajarán más, otros menos. “Este horario viene de un mundo en el que todos hacían el mismo trabajo todo el tiempo. Poco que ver con el mundo dinámico y cambiante de hoy".
Para saber cuál es el patrón cotidiano que más te conviene, lo primero es saber tu cronotipo. ¿Eres un búho nocturno o, por el contrario, te encanta madrugar? ¿O quizá te sitúes a medio camino? Puedes saber más sobre tu cronotipo completando este test online. Luego, observa este cuadro:
El poder de los comienzos
Al igual que las personas recurren a los puntos de referencia para guiarnos en el espacio —"para llegar a mi casa, gira a la izquierda en la gasolinera Shell"—, también usamos puntos de referencia para guiarnos en el tiempo. "Determinadas fechas funcionan como la gasolinera Shell. Sobresalen de la marcha incesante y anodina del resto de los días, y su prominencia nos ayuda a encontrar nuestro camino", dice Pink.
Los individuos que empiezan dándose un tropezón —en un trabajo nuevo, en un proyecto importante o intentando mejorar su salud— pueden alterar su curso utilizando un punto de referencia temporal para volver a empezar.
Fijémonos en Isabel Allende, la novelista chileno-estadounidense. El 8 de enero de 1981, escribió una carta a su abuelo, que padecía una enfermedad terminal. La carta fue la base de su primera novela, La casa de los espíritus. Desde entonces, ha empezado cada novela utilizando el 8 de enero como referencia temporal para marcar un nuevo comienzo en un proyecto nuevo. Esto va mucho más allá del realismo mágico de Allende. Algunos estudios muestran cómo imbuir un significado personal a un día corriente genera un poder para activar nuevos comienzos.
Las malas noticias para después
¿Y qué pasa con los finales? Al igual que los comienzos y las mitades, los finales "dirigen discretamente lo que hacemos y cómo lo hacemos. De hecho, todos los tipos de finales —de experiencias, proyectos, semestres, negociaciones o etapas de la vida— moldean nuestra conducta", escribe Pink.
Tomemos como ejemplo el final de una década de nuestra vida, algo que tiene una relevancia simbólica para muchos de nosotros, y la participación en maratones. Curiosamente, la participación en estas carreras es mucho mayor a los 29 años que a los 28 o los 30; o a los 39 que a los 38 o 40, y así sucesivamente. Es más: acercarse al final de una década parece acelerar el ritmo de un corredor. Las personas que han corrido múltiples maratones tuvieron mejores marcas a los veintinueve y los treinta y nueve años que dos años antes o después de cumplir esas edades. No es casualidad: es la ciencia del momento justo.
Un apunte final sobre las malas y buenas noticias. ¿Cuál dar primero? La mayoría solemos dejar para lo último la buena. ¿Por qué? "Nos gustan los finales que nos elevan".