Asesinatos, raptos y desapariciones: cómo la violencia vació al municipio mexicano de Guadalupe
GUADALUPE, Chihuahua/ FABENS, Texas.- En la ciudad de Guadalupe no hay policías, los asesinaron a todos. Los peatones se cuentan con los dedos de una mano y es posible que sobren dedos. Quienes vivían en esta zona fronteriza en el norte de Chihuahua huyeron con lo que les cabía en una maleta.
El pueblo quedó desolado tras años de amenazas, raptos y asesinatos de los cárteles a los guadalupenses. Muchos coinciden en que el terror comenzó en 2008 y tuvo uno de sus puntos de mayor violencia entre 2010 y 2011. Por esos años, los habitantes eran amenazados y obligados a abandonar el pueblo antes del amanecer y sus viviendas eran quemadas.
Ahora, las casas habitadas por cuadra son una o dos a lo sumo; del resto solo quedan algunas paredes desvencijadas y unas pocas ventanas, porque el techo y muchas de las puertas fueron arrancadas de sus bases. "Cholos putos", se lee en uno de los muros.
Y las plazas y parques también están solos, igual que el estadio de béisbol.
En 2010 fue justamente cuando Alicia Estrada, de 51 años, tuvo que ir a reconocer el cuerpo de su esposo abandonado en el borde de una carretera. Lo identificó por la ropa con la que lo despidió en la puerta de la casa el día en que supuestamente unos coyotes lo ayudarían a cruzar la frontera: llevaba un Levi's azul y una camisa gris. Pero ni cruzó la línea ni regresó.
"A mi esposo lo golpearon y le dieron un balazo en la cabeza que le desbarató la frente y un ojo", recuerda, serena. "Le reconocí la nariz y el lado derecho de la cara. Sentía mucho coraje y odio".
Por historias similares a la de Estrada, en su cuadra solo quedó ella y un par de personas más. El resto –muchos eran sus hermanos, sobrinos e incluso sus tres hijos– huyó a Tornillo, a Dallas, a Oklahoma, a Odesa, a Monterrey, a Juárez. "Vieron la violencia y no regresaron", cuenta mientras señala algunas de las casas abandonadas que todos dejaron sin remordimiento.
Guadalupe se encuentra en el Valle de Juárez, una zona rural y desértica amenazada por la violencia de dos carteles mexicanos: el de Sinaloa y el de Juárez. Desde 2007, esos grupos se disputan un tramo de kilómetros de esa frontera que no tiene muro. En ese trecho, el río Bravo está seco la mayor parte del año, lo que facilita el tráfico de drogas y personas, según cuentan los periodistas de la zona.
En 2010, el censo del país calculó la población de este municipio en 6,458 personas, pero la web mexicana Sin Embargo cita fuentes oficiales que calculan que actualmente quedan unas 1,500 personas.
Una madre, abuela y ahora candidata
Myriam Rivas, una madre y abuela oriunda de Guadalupe, viste orgullosa su franela con el logo de Morena. Le va a ellos como votante, pero también le confió a ese partido la primera candidatura de toda su vida.
"Aquí no hay trabajo, no hay transporte, los campesinos no tienen cómo producir (...) Hasta la iglesia bautista se quedó sola", dice. "Queremos que florezca un poquito más el pueblo, porque está abandonado".
Ella también fue víctima de los grupos criminales: su esposo fue asesinado en 2009 de dos balazos en el hígado. "Estaba hablando fuera de una tienda y llegaron y le dieron", recuerda.
Esa es otra de las razones por las que decidió lanzarse a presidenta municipal –alcaldesa– en Guadalupe en las elecciones que se celebraron el domingo 1 de julio en México. No le importó tener cero experiencia política.
"Quiero una vida diferente para mis nietos, nada más", aseguró días antes de la contienda entre lágrimas. "Quiero que mucha gente vea que podemos tener un futuro diferente y que con miedo no se llega a niguna parte".
Rivas no ganó. Cree que los grandes partidos "hicieron sus gracias" para que eso pasara. Sacó poco más de 200 votos, frente a los más de mil del PRI o a los 700 del Partido de Acción Nacional (PAN). "Fue muchisísisima la diferencia", dice al teléfono. Pero eso no le importa.
Su candidatura corrió en la misma alianza de la del presidente electo Andrés Manuel López Obrador, así que ahora tiene todas sus esperanzas en que el partido de izquierda le dé todo el apoyo para ayudar a su comunidad.
"Nos vamos a volver a organizar para seguir apoyando a quienes de veras necesitan. Cuando visitamos casa por casa nos dimos cuenta de que hay gente de a tiro en el olvido. Vamos a seguir ayudando en lo que se pueda", asegura.
Mientras eso pasa, se mantendrá al frente de su puesto de tacos, que cerró para ponerse al frente de una novel campaña, que hizo a pie, cara a cara, casa por casa y sin dinero.
Tragedias similares
La vida de más de 20 de la familia Hernández se tornó en tragedia el domingo 14 de agosto de 2011. Estaban reunidos, como era costumbre cada fin de semana después de ir a misa. De pronto un grupo de hombres irrumpió en la casa, secuestró a una de las hermanas y lanzó una amenaza al resto, sin mayores explicaciones: "Si mañana en la mañana siguen aquí, les vamos a dar piso".
No tuvieron tiempo de nada. Tomaron rápidamente sus documentos personales, se montaron en sus trocas y lo abandonaron todo: la casa, la ropa, los enseres. De aquella vida no quedó nada.
Esa noche, manejaron hasta un puesto de la policía federal, pidieron refugio y se lo negaron: los oficiales les dijeron que no había un jefe que les diera la orden de protegerlos. Se montaron de nuevo en sus camionetas y huyeron a la frontera. Allí pidieron asilo y desde entonces viven en Fabens, apenas a 20 minutos de distancia por carretera, pero en Estados Unidos.
"Tenemos siete años sin saber de mi hermana secuestrada", cuenta Aracelis Hernández (cuyo nombre fue cambiado por seguridad) desde su casa rodante en Fabens, donde espera que se resuelva su caso de asilo. "No sabemos si está viva o se murió. Pusimos la denuncia, pero tampoco nos han dicho nada".
Ella no ha dejado de sentir miedo, ni siquiera porque está del otro lado de la frontera, del estadounidense. Cree que los mismos que secuestraron a su hermana podrían encontrarlos y que incluso sus agresores pudieran estar entre sus propios vecinos. Cree que podría ser cualquiera de esos que dicen haber huido igual que ellos de Guadalupe. "Estamos aquí tan cerquita de la frontera, no crea que estamos tan lejos de quienes nos amenazaron".
Fabens es un pueblo a escasos 20 minutos de Guadalupe. Muchos de sus habitantes provienen de ahí. Los de ambos lados de los Hernández provienen de Guadalupe. Comparten tragedias similares, de familiares desaparecidos, asesinados o de amenazas.
En Guadalupe muchos creen que las cosas han mejorado tras la violencia que los apagó. Rivas cree que son tan pocos que cada quien reconoce quién podría hacer daño. Estrada siente que por esa misma razón ya no necesitan ni policías: "Simplemente no hay seguridad, pero ya no tenemos miedo".