Téxodo

Houston. – En la euforia del tercer debate presidencial, celebrado aquí en Houston la semana pasada, los demócratas proclamaron a viva voz que Texas ya no es la misma. Ha cambiado tanto en poco tiempo que en las elecciones de 2020 podría convertirse en el estado columpio (swing state) más importante y decisivo de todos, junto con Arizona, Florida, Maine y otros. Eso pondría en juego 38 votos electorales, la mayor cantidad de todos los estados en los que la contingencia rige a la elección.
Los líderes demócratas apuntan como un claro indicio del cambio la recia batalla que Beto O’Rourke sorpresivamente le dio al titular republicano Ted Cruz por un escaño en el Senado en 2016. Pero han surgido otras evidencias de que los republicanos podrían haber perdido el férreo dominio que durante décadas convirtió a Texas en un estado previsiblemente conservador.
El primer síntoma es lo que en la jerga política texana llaman el Téxodo (Texodus en inglés). Consiste en la huida de legisladores tejanos del Congreso, en parte, porque ya no creen que pueden ganar elecciones en sus distritos cada vez más cosmopolitas y, en parte, porque no comulgan con las políticas radicales del presidente Donald Trump sobre inmigración y el trato a las minorías étnicas y las mujeres.
En la actualidad, Texas cuenta con 23 representantes republicanos y 13 demócratas. Pero cuatro republicanos anunciaron ya que no irán a la reelección en 2020 y se espera que otros imiten su ejemplo.
Además, los demócratas ganaron el año pasado dos escaños que habían sido tradicionalmente republicanos. Y los actuales sondeos de opinión sugieren que otros seis escaños pudieran mudar de color en 2020.
Cambios demográficos dramáticos también han contribuido al nuevo equilibrio de fuerzas políticas. La población texana ha crecido más de cuatro millones desde 2010. Casi dos de esos millones corresponden a hispanos que, para 2022, serán mayoría en el estado, según recientes estimados de la Oficina Nacional del Censo.
Los blancos no hispanos han aumentado aproximadamente en 500 mil, pero los asiáticos y afroamericanos han aumentado todavía más. Cuando se hacen ciudadanos, los hispanos en Texas se inscriben abrumadoramente como demócratas o independientes. Las autoridades conservadoras del estado disimulan el reto contando a los hispanos como “blancos” e insisten en que 75 % de la población texana lo es.
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Luego está el factor Trump. La tradicional maquinaria republicana de Texas, ejemplificada por la familia Bush, detesta al presidente y a regañadientes le da su apoyo. O no se lo da. Pero el matonismo político de Trump enardece sobre todo a los demócratas y los está llevando a las urnas como nunca desde que Texas eligió a Jimmy Carter presidente en 1976. El senador Cruz lo reconoció el otro día mientras lo atribuía al supuesto radicalismo de los demócratas. “La extrema izquierda”, dijo, “está cabreada, odia al presidente y ese es un motivador poderoso”.
Durante un desayuno del Christian Science Monitor, Cruz también advirtió a su Partido Republicano que en su pelea con O’Rourke hace tres años, “los demócratas aumentaron su participación electoral en 100 por ciento”. Y que eso fue “un anticipo” de lo que se puede esperar para 2020.
Es la misma conclusión que sugiere una reciente encuesta de Univision realizada aquí en Texas. En ella, 40 % de los votantes de todos los grupos étnicos registrados en el estado dijo que votará por el candidato demócrata a la presidencia, sea quien sea, mientras que solo 33 % señaló que votará por el presidente Trump.
Si se incluye a los indecisos inclinados hacia uno u otro candidato, la ventaja sería de 47 % a 42 % a favor del demócrata.
Pero, ojo, que Texas es diferente. Más que como un estado, se comporta como una nación aparte, “una nación entre naciones”, como advirtiera el ya desparecido escritor John Steinbeck. En política, aquí todavía puede pasar cualquier cosa.
Los republicanos aún están lejos de haber perdido la batalla por la presidencia en Texas. Y los demócratas aún están por ganarla. Ninguno de los dos partidos puede dormirse en los laureles. Y eso significa que ambos deberán cultivar con esmero estratégico a las minorías potencialmente decisivas en 2020.
Cuando llegue noviembre de ese año, los demócratas establecerán una nueva marca de votantes. El reto para los republicanos será enfrentar con decoro la previsible embestida, mantener el paso y aliviar de algún modo la ansiedad y el desdén que Trump provoca entre muchos electores texanos. Si es que pueden lograrlo.
Nota: La presente pieza fue seleccionada para publicación en nuestra sección de opinión como una contribución al debate público. La(s) visión(es) expresadas allí pertenecen exclusivamente a su(s) autor(es). Este contenido no representa la visión de Univision Noticias o la de su línea editorial.