La erosión del trumpismo ha comenzado, pero no es irreversible

Por primera vez en años, algunas encuestas reflejan una erosión en el culto que a Donald Trump le han hecho sus simpatizantes. Sugieren que ha bajado más de 10%. No es mucho, la verdad, teniendo en cuenta su desastrosa actuación como candidato primero y luego como presidente, la cual terminó como solo podía terminar, es decir, en el primer y único intento de golpe de estado que ha perpetrado un gobernante en la historia de la república estadounidense. Pero el descenso de popularidad entre sus iradores es importante de cualquier forma. Alumbra el camino para tratar de salvar nuestra democracia de Trump y del trumpismo, entendiéndose éste como el movimiento autocrático que él ha creado para tratar de adueñarse del poder a las malas y para siempre.
El celo de algunos trumpistas ha disminuido gracias al paso del tiempo y las reveladoras audiencias sobre el asalto al Capitolio el seis de enero de 2020. Estas últimas obligaron a contar la verdad sobre la ineptitud, la volatilidad y los abusos de poder de Trump a decenas de sus cómplices que permanecían callados pero que por fin soltaron prendas porque temían ir a la cárcel si mentían bajo juramento. Algunos incluso parecen ahora personas decentes, gente que supuestamente “se sacrificó” uniéndose al régimen de un narcisista sin escrúpulos para cuidar nuestras instituciones democráticas. William Barr. Richard Donoghue. Benjamin Ginsberg. Steve Engel. Mick Mulvaney. Greg Jacob. Jeff Rosen. Marc Short. Bill Stepien. Jason Miller. Pat Cipollone. Matthew Pottinger. Sara Mathews. Cassidy Hutchinson. Ivanka Trump. Jared Kushner. Mike Pence. Un verdadero quién es quién de personajes que le hicieron el juego dictatorial a Trump durante años, pero que se distanciaron de él cuando el agua les llegó al cuello.
Para el lector sería un buen ejercicio repasar esos nombres, los cargos que tuvieron las personas asociadas a ellos durante el régimen trumpista y las declaraciones que hicieron para justificar y encubrir sus desmanes. Probablemente descubrirían que eran ejemplos típicos de esa “banalidad del mal” que certeramente identificara la pensadora alemana Ana Arendt en su análisis de los totalitarismos nazi y comunista. Gente ordinaria que hacía el mal o ayudaba a hacerlo por seguir la corriente, escalar posiciones de influencia o congraciarse con el aspirante a tirano.
Pero el mal perpetrado por motivos banales tiene consecuencias profundas y terribles para muchas personas inocentes. Por eso es preciso combatirlo sin tregua ni medias tintas y desenmascarar a quienes lo perpetran, no importa las motivaciones que estos tengan. En tal sentido las audiencias sobre el asalto al Capitolio revisten una importancia trascendental. Deberían continuar hasta que se deshaga toda la madeja conspirativa para revertir los resultados de las elecciones de 2020, en las que la mayoría de los estadounidenses votamos para sacar a Trump del poder. Y hasta que los investigadores recomienden castigos severos no solo para los asaltantes del Capitolio sino también y sobre todo para quienes los manipularon e instaron a cometer esa barbarie.
Las audiencias, sin embargo, no bastarán para sepultar el culto malévolo a Trump. La publicación Axios informa que el expresidente y sus aliados han trazado un plan para expulsar a miles de personas del gobierno federal y reemplazarlas por incondicionales en caso de regresar al poder en 2025. Será necesario, entonces, salir a votar en masa en noviembre para derrotar en las urnas a los candidatos trumpistas que hacen campaña basándose en la colosal mentira de que su ídolo perdió las elecciones por fraude. Demócratas, republicanos e independientes deberíamos unirnos en este empeño y apoyar a aspirantes de cualquiera de los dos partidos que no le hagan el juego al autócrata frustrado.
Los demócratas tienen además la enorme responsabilidad de dejarles bien claro a los votantes lo que estará en juego en las elecciones intermedias. La guerra brutal de Rusia en Ucrania, la inflación y la amenaza de una contracción económica comprensiblemente pesan en el ánimo de los votantes y los predisponen a buscar un cambio. Los demócratas encaran el reto de ofrecerles razones poderosas para votar por ellos y rechazar a los actuales cómplices del trumpismo autocrático.
Entre esas razones poderosas subrayo la necesidad de proteger nuestra democracia y nuestras libertades de quienes las erosionan, como esos políticos que aplauden las decisiones de la Corte Suprema que, por primera vez en medio siglo, han despojado a las mujeres del derecho a la libre elección sobre si tener hijos y hecho a nuestras familias más vulnerables a la violencia de las armas y la contaminación ambiental.
Suele decirse que, con cada elección, nuestro futuro está en juego. Pero ese lugar común ha adquirido un carácter urgente en los comicios que se avecinan. Pocas veces ha sido más evidente que Trump y sus incondicionales traman un futuro autocrático, de control gubernamental sobre nuestras vidas, mientras que sus oponentes - republicanos y demócratas - se esfuerzan para librarnos de tan oscuro destino.
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