Monumentos a la locura

El movimiento de derechos civiles que ha energizado la muerte violenta de George Floyd a manos de la policía de Minneapolis ha puesto su mira en símbolos centenarios del racismo en Estados Unidos. Entre ellos están la bandera de combate que usaron los sureños que traicionaron la Unión Americana para defender la esclavitud de la que vivían; y las estatuas que a sus líderes políticos y militares les comenzaron a erigir 50 años después de su decisiva derrota en 1865.
La fecha en que los sureños empezaron a erigir monumentos a su presidente en armas Jefferson Davis y a sus generales Robert E. Lee, Stonewall Jackson, Braxton Bragg y otros es muy reveladora. No ocurrió inmediatamente después de la guerra civil porque los triunfadores los consideraban traidores a la Unión Americana.
Fue décadas más tarde cuando los sureños confiaron en la desmemoria colectiva de la nación y comenzaron a frenar con éxito los avances sociales y políticos de los negros mediante las llamadas leyes de Jim Crow, las cuales establecieron un sistema de apartheid racial que duró intacto hasta fines de los años 1960 y que aún no ha desaparecido del todo. Sobrevive en las leyes de supresión de votantes, los perfiles raciales, la encarcelación desproporcionada de afroamericanos y la brutalidad policial.
A la par de esa estrategia sistemáticamente excluyente de los negros, los sureños orquestaron un revisionismo histórico según el cual no se habían levantado en armas para defender la esclavitud sino un “sistema económico” diferente. Era, por supuesto, un sistema basado en el trabajo esclavo en las plantaciones.
La reinterpretación de la historia pasó a formar parte de cursos universitarios - que personalmente padecí en el College Comunitario Miami-Dade a mediados de los años 70 - obras de ficción y películas, como Lo que el viento se llevó, la cual HBO acaba de bajar de su catálogo hasta que pueda ofrecerla con lo que promete será “contexto histórico”.
Este mes las estatuas de los confederados y otros connotados racistas de Estados Unidos y Europa han comenzado a caer de sus pedestales. Algo similar ocurrió después de las temibles manifestaciones neonazis en Charlottesville, Virginia, hace casi dos años. Y al igual que entonces, habrá un ' backlash', es decir, una reacción potencialmente tremebunda de los racistas que en el país siguen siendo legiones.
Antes y después de los sucesos en Charlottsville, siete estados sureños adoptaron leyes que han hecho más difícil el deshacerse de las estatuas de sus antepasados esclavistas y segregacionistas. Alabama, por ejemplo, prohibió “la relocalización, retirada, alteración, cambio de nombre o destrucción” de sus monumentos a políticos y militares confederados.
La rebelión contra la bandera del odio y los monumentos a racistas es justa y oportuna. A diferencia de otras que la precedieron en los últimos 150 años, cuenta esta vez con el apoyo entusiasta de muchos blancos no hispanos y de latinos, especialmente de aquellos que en la actualidad estudian los aspectos oscuros de la historia nacional en la secundaria o la universidad. Es una de las razones por las que abundan los jóvenes blancos entre los manifestantes.
Sin embargo, es preferible promover la retirada de los monumentos al racismo y no su destrucción violenta. Su lugar adecuado son las colecciones de academias y museos, donde las nuevas generaciones de estadounidenses podrían beneficiarse del estudio sereno de quiénes eran realmente esos falsos héroes encumbrados por la propaganda segregacionista.
El escritor abolicionista Frederick Douglass, quien siendo muy joven escapó de la esclavitud en Maryland, advirtió con la sagacidad que lo caracterizaba que los homenajes a soldados confederados terminarían siendo “monumentos a la locura… un registro innecesario de la estupidez y la maldad”. Eso era así cuando Douglass, ya convertido en hombre libre en Massachusetts, lo escribió en 1870. Y lo sigue siendo hoy cuando descendientes de los esclavistas se afanan en perpetuar los símbolos de tan macabra institución.
Esos símbolos han perdurado porque la historia oficial de Estados Unidos la han escrito, en esencia, los blancos, incluyendo racistas alentados por la ignorancia y la indiferencia de muchos de sus compatriotas. Las protestas por la muerte de George Floyd están iluminando por fin este aspecto siniestro de la intolerancia racial. Y tal vez inspiren una historia verídica de la esclavitud, la guerra civil y la larga lucha por los derechos civiles que contribuya a sanar las heridas abiertas y sangrantes de la nación.
Nota: La presente pieza fue seleccionada para publicación en nuestra sección de opinión como una contribución al debate público. La(s) visión(es) expresadas allí pertenecen exclusivamente a su(s) autor(es). Este contenido no representa la visión de Univision Noticias o la de su línea editorial.