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La lucha es por la democracia y contra el racismo

"El presidente Biden condenó el supremacismo blanco y su patética teoría del reemplazo, según la cual los judíos y otros de minorías conspiran para reemplazar a los blancos no hispanos en Estados Unidos. “El supremacismo blanco”, dijo Biden, “es un veneno que corre por todo nuestro cuerpo político”.
Opinión
Miembro del equipo de política de Univision.
2022-05-23T13:37:21-04:00
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"El racismo también se combate con más educación en el hogar y en la escuela y con el debate transparente de ideas". Crédito: Matt Rourke/AP

La reciente matanza de 10 personas en un supermercado de Buffalo, frecuentado por afroamericanos, es uno de diversos síntomas de una grave enfermedad moral que aqueja al país: la supremacía o el supremacismo blancos. Son eufemismos para designar al racismo de toda la vida en Estados Unidos y al que históricamente practicaron los europeos para justificar los aspectos brutales de la conquista y colonización de África, América y Asia. Baste recordar estas palabras, pronunciadas en 1937, de quien por lo demás fuera el gran estadista Winston Churchill: “No ito que se haya cometido un gran error con los indios rojos de América o al pueblo negro de Australia. No ito que se haya cometido un error con estas personas por el hecho de que una raza más fuerte, una raza de mayor grado, una raza más sabia del mundo…haya entrado y tomado su lugar”.

Visto como el racismo de siempre, el supremacismo blanco parecería noticia fiambre. Pero lo que le da vigencia y dispara las alarmas es que, en algunos países, como Estados Unidos, se ha hecho “mainstream” otra vez. Ha reconquistado a un sector influyente del Partido Republicano. Se ha propagado por las redes sociales, la radio y la televisión, a tal extremo que el comentarista más visto en la tele no disimula su condición de supremacista blanco. Recientemente tuvo un presidente que o bien lo encarnaba o bien lo apañaba, llamándoles a los supremacistas blancos “mi gente” y negándose a condenarles de forma inequívoca.

En la actualidad, la supremacía blanca cuenta con candidatos a los más altos cargos de la Nación. Y está costando vidas inocentes como sucedió en Buffalo el pasado 14 de mayo, en una sinagoga de Pittsburgh en 2018 y en una tienda Walmart de El Paso, en 2019.

Esta corrosiva enfermedad moral ha renacido por la inseguridad y el temor que entre muchos blancos no hispanos ha producido la diversificación étnica y cultural del país y el creciente empoderamiento de las mujeres y las minorías. La norteamericana ha sido, por tradición, una cultural patriarcal dominada por hombres blancos que, paradójicamente, sentaron las bases constitucionales y legales para el pluralismo que hoy vivimos. La nostalgia de esa sociedad patriarcal, que va cambiando de forma gradual, produce oleadas recurrentes de racismo, machismo y xenofobia.

Este fenómeno solía ser biológico (“los blancos somos superiores”) hasta que la ciencia lo refutó. Luego fue lingüístico (inglés solamente). Ahora es cultural, habiéndose transformado en una guerra abierta para preservar valores ultra conservadores asociados con el patriarcado blanco no hispano: rechazo a la igualdad de género y a los gays, control sobre el cuerpo y la vida de la mujer, freno a la inmigración de África, Asia, América Latina y el Caribe, prohibición de libros escolares que tratan problemas tradicionales del país y “gerrymandering”, la manipulación oportunista de distritos electorales para preservar el dominio de los blancos no hispanos.

El presidente Biden condenó el supremacismo blanco y su patética teoría del reemplazo, según la cual los judíos y otros de minorías conspiran para reemplazar a los blancos no hispanos en Estados Unidos. “El supremacismo blanco”, dijo Biden, “es un veneno que corre por todo nuestro cuerpo político”. Y advirtió que guardar silencio sobre él es una forma de complicidad. Denunciarlo sin ambages, en efecto, es el primer paso para combatirlo con efectividad. Pero no será tan fácil mientras que algunos políticos conservadores prefieran invocarlo o justificarlo para atraerse seguidores y votos en las elecciones. Por eso, las denuncias más significativas suelen ser las que hacen líderes republicanos que de él se distancian, como recientemente hicieran los representantes Liz Cheney y Adam Kinzinger y el senador Rick Scott.

El racismo también se combate con más educación en el hogar y en la escuela y con el debate transparente de ideas, no con menos discusión, como proponen algunos dirigentes conservadores que realizan una cruzada para prohibir libros en las escuelas públicas. Y la xenofobia se mitiga viajando a otros países para entender la justa humanidad de personas de otras razas, etnias, tradiciones culturales. Son dos aspectos de la lucha por la tolerancia entre nuestras comunidades diversas que deberían estimular activamente nuestros gobernantes.

El presidente Biden ha planteado correctamente que el mundo libra una renovada lucha entre democracia y autocracia en la que Estados Unidos debe tomar partido, sin titubeos, por la primera. Pero en buena parte del planeta, incluyendo este país, también se libra una lucha sin tregua entre racismo y xenofobia por un lado y, por otro, tolerancia y comprensión entre los grupos étnicos, los nativos y los inmigrantes. Tomar partido en esta otra contienda definirá por mucho tiempo el carácter de la sociedad estadounidense.

Nota: La presente pieza fue seleccionada para publicación en nuestra sección de opinión como una contribución al debate público. La(s) visión(es) expresadas allí pertenecen exclusivamente a su(s) autor(es) y/o a la(s) organización(es) que representan. Este contenido no representa la visión de Univision Noticias o la de su línea editorial.

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