La población LGBTQ en Ucrania está siendo más tolerada ahora por su ayuda para enfrentar a Rusia
ZAPORIYIA, Ucrnia .- El soldado se quita la chaqueta, se la entrega a la mujer que rápidamente la remienda en la máquina de coser mientras tanto, a su lado, Kostya Andreev le pregunta cómo está la situación en el frente. Es probable que estas tres personas no hubieran hablado jamás si Vladimir Putin no hubiera ordenado invadir Ucrania el 24 de febrero. Pero desde hace semanas, en este edificio se dan relaciones imposibles en un contexto que no sea la guerra.
Kostya Andreev era uno de los líderes de Genéro Z, una organización para la defensa de los derechos de las personas LGBTQ de Zaporiyia. Esta ciudad del sureste de Ucrania se ha convertido en refugio y en lugar de paso de las centenares de miles de personas que huyen de ciudades como Mariupol o Járkov.
Las tropas rusas combaten a unos 50 kilómetros de distancia, por lo que muchos soldados ucranianos vienen aquí a reencontrarse con sus familiares en sus días libres, a descansar y reponer fuerzas, a tratar sus heridas en los hospitales de la ciudad o a recibir el auxilio de la sociedad civil en lo que puedan necesitar.
Como vemos en este Centro de Educación Patriótica de la Juventud, un edificio público que ha sido convertido por cientos de jóvenes en un centro logístico para la ayuda de la sociedad civil y del Ejército, del que Andreev es uno de sus portavoces.
“Aquí convivo y apoyo a muchas personas que hasta antes de la guerra eran mis enemigos. Pero ahora tenemos una meta común: expulsar de nuestro territorio a los rusos y ganar esta guerra”, explica, rodeado de toneladas de latas de alimentos, de productos de higiene y de ropa de abrigo donada por numerosos países, incluido Estados Unidos.
Este joven de 28 años sufrió palizas, fue amenazado públicamente y vió información privada sobre su vida publicada en las redes sociales para amedrentarle por ser homosexual y por su militancia a favor de los derechos de las personas del colectivo LGTBIQ.
En la mayoría de los casos, la violencia y el acoso procedía de grupos neonazis, pero también de personas que lo hacían a título individual. Andreev dice que en el Ejército de su país la homofobia es endémica y que incluye a importantes grupos y líderes de ideología neonazi, como el Batallón Azov, pero considera que ahora es otra la prioridad.
“Personas que antes nos atacaban son ahora nuestra esperanza. Sabemos que esta guerra supone un retroceso en los derechos de las personas LGBTQ de 10 o 20 años y que, cuando acabe, tocará de nuevo trabajar para conseguirlos. Pero ahora toca ayudar cada uno en lo que pueda para que no nos maten”, explica mientras a su lado, dos mujeres cosen sacos de dormir para los soldados.
Una de ellas es Valeria Marrosova, de profesión contable, y que llegó hasta este centro de voluntariado tras recorrer la ciudad buscando un sitio en el que poder contribuir a la derrota de Rusia.
“Estaban todos llenos de voluntarios y no necesitaban más. Hasta que llegué aquí”, explica antes de regalar a la periodista uno de los corazones de tela que elaboran con los colores de su bandera.
Los que no huyeron de ucrania tratan de ayudar como pueden
Ese es el caso de Natalia Gorbienko, médica de 30 años, que coordina el reparto de medicina por los pueblos que se han quedado aislados, como Energodar, donde se encuentra una planta nuclear tomada por el Ejército ruso.
“Esta línea de puntitos es posible gracias a que en cada sitio tenemos a una persona avisándonos de lo que necesita su comunidad y encargándose de recoger los pedidos. Es increíble la red que hemos creado”, explica la joven de cabello teñido de rosa señalando el mapa.
Junto a ella se encuentra Georgiy, pseudónimo elegido por el soldado que espera a que le reparen el uniforme. Dice que combatía desde 2018 en la guerra del Donbas como voluntario.
Lo hacía en un grupo que después se incorporó al batallón Azov, de ideología neonazi, que como el resto de los batallones que luchaban de manera independiente hasta esta guerra de 2022, ha sido incorporado al Ejército ucraniano.
En estos años en el frente, explica, ha perdido a su hermano, a su amigo con el que “jugaba al fútbol desde la infancia” y a muchos compañeros. “Yo combato cerca de Mariupol. Matan a civiles, bombardean ciudades… No son humanos”, espeta, con rabia contenida.
Andreev le escucha con atención. “Hace un mes tenía miedo de la palabra nacionalista, me parecía un insulto y ahora tengo orgullo de las personas que se consideran nacionalistas. Yo creo que no lo soy, que soy patriota, pero ahora entiendo que ser nacionalista es estar dispuesto a defender tu tierra hasta el final”, explica este joven que tiene tatuado en su cuello un verso del famoso poeta ucraniano Iván Frankó.
“Quiere decir ‘Destrozad, poco a poco, esta pared’. Es decir, que aunque el camino es largo, hay que seguirlo poco a poco”, explica Andreev , quien es considerado un ser inferior para los grupos nacionalistas de su país –reaccionarios, contrarios a los derechos de las mujeres y de las personas LGBTQ.
Sin embargo, frente a la amenaza de ser bombardeado, torturado y ejecutado por los rusos, como se sucedió en escenarios como Mariupol, Jarkov, Irpin o Bucha, se han convertido, por el momento, en sus protectores.
Las dificultades de las personas trans refugiadas
En Leópolis, a casi 1,000 kilómetros de Zaporiyia, se encuentra Olena Schevchenko, presidenta de Insight, una ONG dedicada a los derechos de las personas LGBTQ. Llegó hasta aquí para ponerse a salvo de los bombardeos en Kiev, pero también para apoyar en la gestión del refugio que su entidad ha montado en esta ciudad cercana a la frontera polaca.
Aquí, encuentran un techo, comida, comprensión e información gays, lesbianas, personas trans, intersexuales y queer que han tenido que abandonar sus hogares, no tienen dónde ir y, en algunos casos, no pueden salir del país.
“En el caso de los hombres trans que han cambiado su identidad en la documentación, tiene que ser un tribunal médico el que les autorice a no luchar. Pero, en cualquier caso, no pueden irse al extranjero”, explica Schevchenko en la casa que han convertido en un refugio en la planta baja de un edificio de Leópolis.
“En el caso de las mujeres trans que no han conseguido cambiar su identidad en el pasaporte, dependen de la atención que preste la policía fronteriza. Tenemos casos de mujeres que han podido salir porque tenían una apariencia normativa de mujer y otras que no”.
Unos jóvenes preparan bolsas con sacos de dormir y comida para emprender el exilio. Varias mujeres trabajan con ordenadores y Natasha come algo en la cocina mientras escucha música con auriculares y mira TikTok en su móvil. Tiene 19 años, define su identidad de género como queer y llegó hasta este centro hace cuatro días tras huir de Jarkov.
Allí permanece su madre, que decidió quedarse porque tiene ocho gatos y dos perros a los que no va a abandonar.
Hasta hace un año, Natasha estudiaba física en la Universidad de Kiev, pero terminó dejando sus estudios por problemas de salud mental. Tiene labio hendido y no se lo ha podido operar por falta de recursos.
En un país donde las iglesias ortodoxas y católica son un obstáculo para los cambios sociales, su identidad de género le ha provocado problemas de socialización toda la vida.
“Ahora que he tenido que huir de Jarkov por los continuos bombardeos y que no tengo dónde quedarme, voy a intentar conseguir los 600 euros que me cuesta la operación del labio en Lituania. Después no sé qué haré con mi vida”, concluye, mientras la sirena antiaérea no deja de silbar, aunque nadie se inmute ya.
Olena Schevenko nos manda una fotografía al móvil durante la entrevista. Se trata de hombres sacando ayuda para los refugiados de una furgoneta con el logo y la bandera negra y roja de Sector Derecho, un partido político ultranacionalista y paramilitar.
Sector Derecho surgió con las protestas de Maidán de 2014, se hizo conocido a raíz de su participación en la guerra contra los prorrusos en el Donbas y aunque en 2019 se presentó en una coalición de partidos filonazis, no obtuvo ningún escaño en el Parlamento.
Durante esta guerra su bandera es visible en numerosos puestos de control, fachadas de edificios en las principales ciudades del país e, incluso, en la indumentaria o en las armas de muchos soldados.
“Convivimos en los barrios con ellos. Sabemos que cuando la guerra acabe volverán a buscarnos entre sus enemigos: los movimientos por los derechos de las mujeres y feministas, de personas LGBTQ”, explica Schevenko, cuyo teléfono no para de recibir mensajes de personas que, como Natasha, llegan a su organización buscando ayuda a través de las redes sociales.
Esta socióloga ha sufrido palizas por parte de grupos ultras, que han publicado en las redes sociales su dirección, así como la de sus padres para que fuesen a atacarles. Y aun así, Schevenko subraya los avances que la sociedad ucraniana ha logrado en los últimos años.
“Aquí tenemos leyes antidiscriminación en el trabajo, podemos salir a manifestarnos, denunciar en la policía los abusos que sufrimos. En Rusia, las personas LGBTQ son perseguidas por el Estado. Por eso ahora mismo la prioridad es defender la democracia”, sentencia
Schevenko explica que la guerra rebaja las exigencias a la mera supervivencia. Después habrá que reconstruir la posibilidad de convivencia, con seguridad, en igualdad, justicia y dignidad. Y en paz.
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