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La larga muerte de Fidel Castro

Con la caída del muro de Berlín la muerte política del líder cubano se dio como un hecho, pero la revolución logró sobrevivir a su agotado cuerpo.
Opinión
Director, proyectos especiales digitales de Univision Noticias.
2016-11-26T17:21:39-05:00
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Luego de la caída del muro de Berlín, algunos sentenciaron la muerte del gobernante cubano. Crédito: AP

El 25 de febrero de 1990 el Frente Sandinista de Liberación Nacional de Nicaragua fue derrotado en las urnas por una coalición de partidos conocida como Unión Nacional Opositora, encabezada por la periodista Violeta Chamorro. Tres meses antes, la noche del 9 al 10 de noviembre de 1989, había caído el muro de Berlín. La revolución mundial estaba en retirada, y todos los ojos se volvieron hacia Cuba.

Yo era en ese entonces editor económico de la revista Semana, de Colombia. Mauricio Sáenz era el editor internacional. Ambos fuimos comisionados por el director de la revista para viajar a Cuba. La pregunta que teníamos que responder al regreso era si tras la derrota de Ortega en Nicaragua Fidel Castro tenía los días contados. Muchos, en ese momento, auguraban su inminente muerte política.

Ya los medios de prensa occidentales lo habían matado físicamente muchas veces, y los seguirían matando en los años por venir. Hasta el año 2006, cuando cedió temporalmente el gobierno de la isla a su hermano Raúl, y comenzó su agonía de 10 años, los medios habían registrado al menos 638 intentos de asesinato contra él, lo que le convirtió, según el libro de Récord Guinness, en la persona que más veces se había intentado asesinar. ¿Realidad o fantasía? Nunca se supo. Más lo segundo que lo primero, sin lugar a dudas.

Pero a finales de febrero de 1990, cuando visitamos la isla, Fidel estaba “vivito y coleando”. Como lo dijimos en el reportaje que escribimos al volver a Bogotá, “la caída del sandinismo nicaraguense parecía confirmar una teoría esbozada por muchos observadores, según la cual el abandono de la vía socialista por parte de los países de Europa del Este se había producido en medio de una especie de efecto dominó, que comenzaba a sentirse en tierras de América”. Nicaragua era el botón para la muestra.

La situación de la isla, además, no podía ser más grave. “ La economía cubana lleva por lo menos tres años de estancamiento, los cambios en Europa del Este han dificultado el abastecimiento de muchos productos y las colas al frente de los supermercados han vuelto a ser el pan de cada día para los cubanos”, anotamos en nuestro reportaje.

Pero después de varios días en la isla –trabajando con las dificultades que eran normales para los periodistas en aquella época– llegamos a una conclusión: “ Paradójicamente, semejantes dificultades no han traído consigo un deterioro proporcional en el apoyo al régimen, que aún cuenta con suficiente combustible revolucionario como para mantenerse en pie, por lo menos en el corto plazo”.

Fidel era visto por la gran mayoría de los cubanos que entrevistamos “como un papá que los reprende y controla, pero que les da lo necesario”. A pesar de que ya empezaba a cojear, la revolución se seguía sosteniendo en tres pilares: el a la educación y la salud eran universales –y mantenían un aceptable nivel de calidad–, y el gobierno se apoyaba en ellos para realizar un intenso trabajo ideológico que dejaba pocos espacios para la inconformidad (por lo menos hasta ese momento).

La prensa jugaba un papel ideológico esencial, y no lo disimulaba. Una entrevista con Guillermo Cabrera, homónimo del famoso escritor y uno de los subdirectores del diario Granma (que circulaba profusamente por la isla), fue muy reveladora para nosotros. “En este periódico no hacemos periodismo, hacemos política”, nos dijo Cabrera sin inmutarse.

¿Cuál es el papel de Granma?, le preguntamos. Su respuesta no pudo ser más directa: “Este es el periódico oficial del Partido Comunista de Cuba. Y nuestro papel es cubrir una necesidad informativa muy específica, que es la divulgación de sus actividades. Nosotros hacemos una especie de acta notarial de esas actividades”.

El argumento de las colas
Una de esas actividades, por supuesto, era vender la idea de que, a pesar de las dificultades, la situación en la isla era “normal”. Pero no faltaron algunos cubanos que nos señalaron lo que para ellos era una piedra en el zapato para el régimen de Fidel Castro: las colas.

Carlos Tablada, autor de un popular libro sobre el pensamiento económico del “Che” Guevara –y uno de los economistas consentidos del régimen– nos dio una explicación casi tan sorprendente como la del subdirector de Granma: “Los servicios en Cuba son infames. Nosotros tenemos un mecanismo diabólico para amargar a las personas en estos momentos. Los servicios normales hacen que el cubano se irrite. Nosotros perdemos horas enteras en colas. Pero hay algo muy importante. El cubano se puede meter tres horas en una cola, y se puede irritar, pero come. En el resto del Tercer Mundo tienen que asaltar mercados, porque saben que, aunque hagan tres horas de cola, no comen”.

La pregunta que nos hicimos, por supuesto, era si ese argumento podría sostenerse mucho tiempo. A pesar de que no lo dimos por muerto –en términos políticos–, nos fuimos de Cuba con la impresión de que la figura de Castro estaba empezando a declinar. Aunque seguía ejerciendo una gran fascinación sobre la mayoría de los cubanos –al menos de los que pudimos entrevistar– se había convertido en un dirigente “tratando de defender su metro cuadrado”.

Lo demás es historia. A pesar de todos sus esfuerzos, el régimen no logró controlar los efectos provocados por la caída del muro de Berlín y cuatro años después de nuestra visita, en agosto de 1994, la inconformidad de los cubanos llevó a las manifestaciones antigubernamentales más importantes desde el comienzo de la revolución (conocidas como “el maleconazo”).

Un año antes, y dado el deterioro de la situación en el isla, el periodista Andrés Oppenheimer había publicado el libro “La hora final de Castro: la historia secreta detrás de la inminente caída del comunismo en Cuba”. Nuevamente, la muerte política de Fidel Castro parecía inevitable. Pero el líder cubano se las arregló para superar el impacto del “maleconazo” y de paso poner en aprietos al gobierno de Estados Unidos, al que acusó de tratar de provocar “un baño de sangre”.

No era la primera vez que lo hacía, como lo atestiguan hoy todos los éxodos que provocó el gobierno cubano, acusando de apátridas a todos aquellos que “dejó” salir del país para desactivar la olla de presión que sus políticas ponían a “pitar” de tanto en tanto. Nuevamente, la caída inminente del comunismo (y de Fidel) en Cuba, se pospuso.

A la vuelta del siglo, la asfixia económica que vivía la isla encontró un respiro con la llegada de Hugo Chávez al poder en Venezuela. Pero los años empezaron a pasar factura en el otrora atlético líder de la revolución. Hasta que el 31 de julio del año 2006 una hemorragia intestinal obligó a Fidel a ceder el poder “temporalmente” a su hermano Raúl.

Fidel, sin embargo, no se recuperaría completamente y año y medio después, en febrero de 2008, optó por entregar definitivamente a Raúl el cargo de Presidente del Consejo de Estado y Comandante en Jefe. Empezaría, entonces, una larga agonía, matizada ocasionalmente con una foto tomada al lado de algún dignatario mundial, en la que su ropa deportiva le restaba la majestuosidad que exhibió alguna vez con sus impecables uniformes militares.

La batalla final de Castro por su vida se dio, paradójicamente, solo 20 días después de que Daniel Ortega, el líder histórico de la revolución sandinista, cuya derrota en el año 1990 llevó a muchos a pensar en la inminente muerte política del líder de la revolución cubana, consolidara su poder en unas elecciones en las que, prácticamente, no tuvo rival. Como nunca lo tuvo Fidel mientras estuvo en buenas condiciones.

Nota: La presente pieza fue seleccionada para publicación en nuestra sección de opinión como una contribución al debate público. La(s) visión(es) expresadas allí pertenecen exclusivamente a su(s) autor(es). Este contenido no representa la visión de Univision Noticias o la de su línea editorial.

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