"Sigo vivo, estoy bien": las llamadas que regala la Cruz Roja dan aliento a los migrantes de la caravana
TIJUANA, México.– ¿Cómo se puede expresar tanto en una llamada telefónica de solo tres minutos? Los de la caravana migrante lo intentan. Desde que estaban en Guatemala y hasta el improvisado refugio en Tijuana al que han llegado, ellos se han beneficiado de un servicio gratuito que les ofrece la Cruz Roja que les permite comunicarse con sus países. Para muchos, solo escuchar la voz de sus parientes significa un tremendo aliento en medio de la incertidumbre; y al otro lado del teléfono se quitan un gran peso de encima.
Desde que este éxodo masivo tocó tierra en la unidad deportiva Benito Juárez de Tijuana hace ya dos semanas, el organismo ha proporcionado alrededor de 1,400 llamadas gratuitas a Centroamérica. En total, desde que iniciaron a ofrecer este servicio en diferentes zonas del trayecto, han facilitado más de 15,000 comunicaciones.
Aunque solo les dan tres minutos para hablar, el tiempo se extiende cuando las charlas se tornan emocionales.
"El objetivo es que hablen con sus familias y eso alivia algo de la angustia que se genera", explica Andrés Gutiérrez, responsable regional del programa Restablecimiento de o con Familiares de la Cruz Roja, cuyo módulo se coloca todos los días afuera del campamento.
"Es bonito ver cuando a alguien por fin le entra una llamada y que les digan a sus familiares que están bien. Para la familia también es un alivio porque hasta en ocasiones ni sabían que ellos estaban en la caravana", dice Gutiérrez frente a una larga fila de migrantes esperando comunicarse con los suyos.
Este servicio es aprovechado por aquellos que perdieron o con sus familiares por varios motivos: sus celulares se dañaron, se los robaron en el trayecto, no tienen dinero para comprar crédito, su cobertura les impide llamar al extranjero o la señal del dispositivo es débil.
Dentro del albergue los espacios para cargar los celulares suelen estar atiborrados. Hay extensiones conectadas a otras extensiones, a su vez conectadas a otras extensiones. Sobre ese espagueti de cables los migrantes revisan sus redes sociales, ponen canciones y entran a Internet.
"Que no sepan de uno es tremendo"
"¿Cómo estás? Yo bien, ¿y usted? ¿Y las niñas?", preguntaba sin dar espacio a que le contestaran Jesús Chávez, un hondureño de 42 años que finalmente se comunicó con su esposa Olga Ávila. No le había llamado en cinco días y estaba preocupado. En ese período en que ninguno supo del otro, se difundieron noticias sobre el uso de gas lacrimógeno y balas de goma para repeler a decenas de migrantes, incluyendo mujeres y niños, en la frontera.
"La verdad que no sepan nada de uno es bien tremendo. Cuando estábamos en Sonora no supimos nada durante 14 días. Nada", contó Chávez, quien viaja acompañado de su hijo Jossian, de 22 años. Los dos llevan un teléfono, pero solo recibe llamadas de Centroamérica. Para conversar con otros familiares a través de las redes sociales, su hijo le paga a un cibercafé que está cerca del refugio.
"Hablar con mi esposa me da fuerzas. Vamos a estar aquí hasta que Dios diga. Allá mi esposa está rezando", dice este hombre que cada noche se une a un grupo de oración que acude al campamento. Después de escuchar reflexiones y canciones, se va a dormir. "Eso también nos da fuerzas", confiesa.
Padre e hijo huyeron de su país porque los amenazó de muerte un vecino que asesinó a un pariente, según su relato: "Pasaba armado, despacio en su carro. Decía que también nos iba a matar a nosotros, porque somos los únicos varones de la familia y creía que nos íbamos a vengar".
Una copia del acta de defunción del pariente y otra de la investigación de los fiscales hondureños son las principales pruebas que presentarán en su solicitud de asilo. En la lista les ha tocado el número 1,662. Los organizadores de la caravana les dijeron que quizás en un mes les toque presentarse en la garita de San Ysidro. Eso los obligaría a pasar la Navidad en el lúgubre albergue. "Va a ser difícil, porque siempre hemos pasado juntos (con toda la familia) la Navidad", lamentó este centroamericano.
Cuando nadie contesta
Miguel Hernández, de 25 años, intentó llamar a su hermana en El Salvador, pero no tuvo suerte. "No la encontré, pero no tengo tanto apuro. Hablé con ella hace una semana; no sabían nada de mí. Le dije: ‘sigo vivo, estoy bien’. Me aguanté las ganas de llorar", relata este joven.
A Miguel se le mojó el celular cuando pasaron la noche bajo una lluvia en algún lugar de México. "Hasta ahí llegó mi teléfono. Un señor me estaba prestando el suyo, pero en el camino le perdí el paso", cuenta.
Después de hacer fila durante más de media hora, Isauro Mejía tampoco tuvo suerte. Su hermana en Honduras no contestó la llamada. Tiene otros números anotados en una hoja de papel, pero todos los intentos fracasaron. Su sonrisa no se borró. "Ahí me disculpa", le dijo al funcionario de la Cruz Roja.
Esta fue la primera vez que Mejía, de 46 años, usó este servicio y comenzó con el pie izquierdo. Un sobrino le prestaba su celular, hasta que decidió cruzar la frontera. No sabe nada de él. "Mi sueño sería, si lo logro, trabajar allá, porque mi oficio es soldador, pero también sé de electricidad, plomería y hasta de pintura", asegura este hombre de voz ronca, por una gripa que le arrecia durante las frías noches.
A un lado de él, un hombre no quería soltar el celular que le prestaron solo durante tres minutos. "¿Ahí está Kenia con usted, en la casa?", preguntaba. "¡Qué bueno!", expresó aliviado. Cuando ya se le había acabado el turno, siguió hablando a pesar de que le tocaban el hombro y le decían "tiempo". Finalmente colgó y se fue con los ojos llorosos.