Los secretos de las mucamas de Trump
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Sandra Díaz Hidalgo dice que una de las primeras instrucciones que recibió de su supervisor cuando empezó a trabajar sin documentos en 2010 en el club de Trump en Bedminster, New Jersey, la dejó asombrada.
“Él personalmente me dijo, mi supervisor, que a Trump no le gustaba la gente ni negra, ni gorda, ni fea”, recuerda Díaz.
En poco tiempo la suspicaz inmigrante costarricense se coló en la vida privada de quién sería el hombre más poderoso del mundo y conoció otros gustos y disgustos del personaje.
Por sus habilidades y rapidez, explicó, fue escogida para integrar el grupo élite de empleadas que limpiaban la casa donde Trump pasaba con su esposa Melania y su familia varios días de verano.
Esta noche 7pm/6pm C programa especial de Univision Investiga en Aquí y Ahora.
Con el tiempo Díaz se aprendió las meticulosas instrucciones de orden y limpieza del magnate. Sabía cómo acomodar las cajitas de tic-tac y los billetes de las propinas en la mesita de noche; doblaba simétricamente sus calzoncillos, llegó a coser sus medias y limpió muchas veces sus camisetas de golf manchadas con el maquillaje que él usa generosamente, explicó.
“A míster Trump le gusta usar un maquillaje, entonces en los cuellos de las camisas siempre quedaba el maquillaje ahí, yo las lavaba, una vez, les ponía un líquido, les ponía de todo, y nada que salía”, afirma Díaz. “En muchas ocasiones Melania nos enviaba de Nueva York líquidos especiales para ver si podíamos quitarle el maquillaje de los cuellos”, agregó.
Cuando Díaz dejó el club en 2013, la reemplazó Victorina Sanán Morales, una guatemalteca que cuando fue citada por los supervisores del lugar el primer día afirma que les advirtió que ella no hablaba inglés y no tenía documentos.
“No te preocupes, el inglés lo necesitamos, ahora de papeles olvídate”, recuerda Sanán que le dijeron.
Sanán fue aceptada.
Punto de quiebre
Díaz y Sanán continuaron siendo amigas. Ellas dicen que lo que vieron y sufrieron en el club lo hubieran dejado discretamente guardado en su memoria. Pero explicaron que el día de junio de 2015 que escucharon el primer discurso de campaña en el que Trump llamaba criminales a la mayoría de inmigrantes hispanos quedaron desconcertadas.
Convencidas de que la gente debería saber por qué Trump no podía vivir sin los hispanos, decidieron contar a Univision sus experiencias junto a la familia presidencial.
“Nos trata como criminales y entramos a su casa, como ladrones, como violadores y hemos estado con su esposa, con sus hijos, con sus nietos”, afirma Díaz al recordar el famoso discurso de Trump.
Para ellas, dijeron, era muy difícil asimilar que el mismo hombre que repartía sonriente propinas de 50 a 200 dólares en el club y felicitaba a su personal de limpieza por su labor, de la noche a la mañana las hubiera incluido en una suerte de plaga invasora de Estados Unidos.
Durante una larga conversación en marzo pasado en su casa de New Jersey, Univision le planteó a Díaz que seguramente alguien comentaría, como se lee constantemente en redes sociales, que ella es una persona ingrata por no agradecer lo que Trump le había dado.
“Yo le contestaría que mira todo lo que hice yo por él”, respondió Díaz antes de relatar la agobiante rutina de limpieza en las casas de la familia Trump.
Ambas mucamas son las líderes de 38 inmigrantes que en su mayoría fueron despedidos por la Organización Trump por indocumentados a comienzos de 2019. La masacre laboral se produjo luego de que Sanán renunció a su empleo y aseguró que trabajó sin papeles en el club de New Jersey. Ella además denunció que sus supervisores, incluyendo la asistente personal de Melania Trump, sabían de su situación y no tenían problema.
“Estas personas eran los empleados de más confianza de la casa del presidente y de la familia. Casi casi se convierten en su familia”, comentó Aníbal Romero, abogado de Nueva York que representa a los inmigrantes despedidos. “Y ahora por razones políticas, que simplemente le des la espalda, realmente es algo que da mucha pena”.
Romero explicó a Univision que ambas extrabajadoras de la Organización Trump relataron sus experiencias a lafiscalía estatal de Nueva Jersey. Díaz y Sanán confirmaron que dieron declaraciones en esta dependencia de sus desventajosas condiciones laborales y de los abusos de los cuales fueron víctimas por parte de su supervisora Agnieszka Kluska, una inmigrante de Polonia que se ufanaba de haber sido policía en su país. La llamaban Agnes.
Univision visitó a Kluska en su casa en un suburbio de New Jersey pero ella se negó a responder a una solicitud de entrevista.
Univision no ha recibido respuesta oficial de la Organización Trump ni de la Casa Blanca a un cuestionario en el que pedimos sus puntos de vista en relación con los testimonios de los inmigrantes entrevistados para este reportaje y un programa especial de Aquí y Ahora.
En una respuesta al diario The Washington Post a una solicitud de reacción a una nota para televisión de Univision sobre los casos del viñedo en Virginia, que fue publicada el jueves, la Organización dijo que el reporte “está desinformado’’ y que su viñedo está inscrito en E-, un programa federal que averigua si las nuevas contrataciones tienen permiso o no para trabajar legalmente en el país.
Díaz y Sanán coinciden en que de todos los Trump, Ivanka, la hija del presidente, fue la más distante con ellas. Es más estricta con las mucamas que con su propio orden, dijeron.
“Es demasiado exigente y aparte es muy intolerable o sea ella es una persona que ni siquiera te saluda”, afirma Díaz.
Trump y las moscas
Las mucamas describieron su rutina en dos casas, la Número Uno y la Número Tres del Club Bedminster de 212 hectáreas que Trump compró en 2002 por 35 millones de dólares. Trump ha expresado una especial predilección por este club. Algún día dijo que quería que lo enterraran allí. El club está situado a una hora en automóvil de Manhattan.
Díaz, quien nació en Costa Rica, llegó a Estados Unidos de su país en 2009 con visa de turismo y decidió quedarse luego de que un paisano suyo que trabajaba en el club le ofreció trabajo.
“Nos dijo que como a mí me gustaba tanto limpiar y que él conocía ya que el supervisor [del club] era tico. Entonces decidimos quedarnos para ver”, afirma Díaz.
Fue contratada en marzo de 2010. Dice que como a muchos hispanos que trabajaban en el club le dijeron que no tenía que preocuparse por los documentos migratorios. Todo lo que debía hacer era entregar un sobre con cuatro fotos a los es del club que se encargaron de llenar los formularios de empleo, agregó. Eso era algo que de todas maneras no se hubiera sentido capaz de hacer porque no hablaba inglés.
Su jefe costarricense, según ella, llevaba cinco años trabajando sin documentos como supervisor y asistente directo de Trump en el club. Hablaba fluidamente inglés y por su desempeño se había ganado la confianza del entonces empresario, explicó la mucama.
A menos de dos semanas de trabajar en el club, Díaz se fue familiarizando con las obsesiones de Trump. La primera eran las moscas.
“Era terrible si encontraba una mosca”, dice Díaz. “Muchas veces él se molestaba muchísimo porque estaba cenando en el patio y las moscas venían pero él detesta las moscas, es una fobia”.
En el paraje rural en el que está situado el club, rodeado de fincas ganaderas, la guerra contra los insectos no siempre se ganaba pese a que una legión de empleados de mantenimiento, casi todos indocumentados, salían armados con cintas atrapamoscas que colgaban alrededor del comedor antes de que Trump llegara.
“Ya cuando faltaban 15 a 20 minutos para que él entrara, otra vez recojan y quiten todo el coso con las moscas”, agregó.
Los cuellos manchados
Durante su estadía en el club, según Díaz, Trump utilizaba cuatro mudas de ropa de combinaciones idénticas: pantalón beige, camiseta blanca, medias negras y gorras rojas. Pero mantener la misma muda en su closet no era fácil, recuerda Díaz, porque casi todas las camisetas resultaban manchadas en el cuello con el distintivo maquillaje facial rojizo de Trump.
Si Trump encontraba una mancha del maquillaje en sus camisas blancas de golf, se ponía de mal humor, recuerda Díaz.
“Él se molestaba mucho y decía que si no podían lavar bien las camisas de él, pero ya no era de lavar, es que no había manera de hacer otra cosa”, explicó Díaz, quien llegó a ser supervisora de mucamas del club, pero sin título por su estatus de indocumentada.
La apariencia de la piel del rostro de Trump ha sido prácticamente un secreto de Estado durante años. Diarios como The New York Times y la revista Vanity Fair han dedicado artículos completos al tema. El Times citó a una fuente que dijo que el presidente se somete a una cámara de bronceado en el Air Force One para lo cual utiliza un protector de los ojos. Esto explicaría el contraste con el resto de la cara.
Un alto funcionario no identificado, dijo al Times que el color de Trump era producto de “buenos genes”.
También ha sido motivo de bromas. El famoso globo de Baby Trump está pintado de un intenso color naranja y en las manifestaciones en Europa varios de los participantes llevaban un maquillaje similar.
Ahora las mucamas de Trump tienen una explicación más simple: el color viene de un maquillaje que él mismo se aplica y del que debían asegurarse de que tuviera suficiente suministro a su disposición.
“Siempre tienen que haber mínimo dos maquillajes del mismo y aunque uno esté empezado siempre tienen que haber dos nuevos”, explicó.
Si el producto estaba expirado debían notificar a Noemi Daradics, la asistente personal de Melania en el club y quien durante varios años fue la nana de Barron, el hijo de la primera dama y Trump.
Según las mucamas, Daradics sabía que ellas eran indocumentadas.
Intentamos entrevistar a Daradics en su casa y en el club, pero no fue posible. Un empleado del club nos informó que debíamos dirigirnos a la Organización Trump en Nueva York. Dejamos una tarjeta de presentación en la casa de Daradics en Bedminster con los teléfonos de Univision Investiga, pero no respondió.
Tic Tac y propinas
Cuando los detergentes que enviaba Melania Trump de Washington para remover las manchas del maquillaje en los cuellos no servían, recuerda Díaz, los supervisores reemplazaban las camisas con unas nuevas adquiridas en la tienda del club. Esto se hacía a hurtadillas, sin que Trump lo supiera, porque ninguna prenda ni pertenencia del patrón, así fuese una media rota, se podía tirar a la basura sin su autorización.
Como lo aprendió Díaz el día que su paisano supervisor le entregó una media de Trump con un agujero.
“Me dijo: no puede botarla. Sandra hazme un favor cósela, cuando él diga la botamos”, recuerda Díaz que le dijo el supervisor. Ella la remendó.
“Hasta que él [Trump] botara algo en el piso, cerca de la cama, en ese lugar es donde nosotros sabíamos que eso había que botarlo, si no, no”, agregó.
La misma regla se aplicaba para sus jabones.
“Él tiene un jabón de baño que usa especial y puede haber una lengüeta de jabón, pero tú nunca la puedes botar hasta que él la bote, nunca”, señala Díaz.
En la mesita de noche, las mucamas tenían que cerciorarse de que no faltaran tres cajitas de Tic Tac, las pequeñas mentas preferidas de Trump y que citó como parte de su ritual previo a besar a una mujer y tocarle sus partes íntimas en una conversación grabada con el periodista Billy Bush que causó escándalo en los medios.
Al lado de los Tic Tac debían estar organizados los fajos de billetes de propina de Trump de 20, 50 y 100 dólares. Trump está constantemente repartiendo propinas en sus clubes, según lo confirmaron varios de los inmigrantes despedidos que las recibieron después de responderle al empresaria las preguntas de rigor. Antes de entregar el dinero, Trump generalmente les preguntaba el nombre de su país de origen, el tiempo que llevaban trabajando para el club y si les gustaba su empleo.
La rutina de la limpieza de la casa de los Trump comenzaba a las nueve de la mañana. Las mucamas debían presentarse con unos protectores de zapatos, sin maquillaje ni perfumes.
“Yo supongo que [el uso de los protectores] es porque como tenemos que estar afuera y ella [Melania] es muy delicada con lo que son bacterias, limpieza, con todo, entonces como uno camina afuera con los zapatos, teníamos unos zapatitos especiales de esos desechables”, explicó Díaz.
La ropa de Melania se debía lavar con un detergente especial, diferente a los demás de la familia.
“Melania es muy, muy estricta y a ella le gusta que sea completamente todo nítido, limpio, blanco, sin mancha sin nada”, afirma Díaz.
“Amable y accesible’’
Mas allá de mantener en el refrigerador helados de fresa y vainilla, los favoritos de Trump, las mucamas no tenían obligaciones relacionadas con la cocina. Trump comía en el restaurante del club mientras que de los alimentos de Melania y Barron, su hijo, se encargaba Amalija Knavs, la mamá de la primera dama.
“Ni siquiera nos dejaban tocar los platos para lavarlos”, asegura Díaz. “La mamá se encarga de lavar todo, limpiarlo todo, la cocina, todo solo la mamá”.
La madre de Melania, agregó, cocinaba con pesos y medidas los alimentos para su hija y su nieto.
Tanto Díaz como Sanán coinciden en que Knavs es una persona amable y accesible, pero la relación madre hija les parecía distante.
Díaz recuerda que si Knavs quería hacerle una pregunta a Melania mientras ella estaba en el computador debía acercarse y hacer evidente su presencia sin hablar, hasta que Melania se dirigiera a ella.
“Yo nunca pude ver una relación entre ellas como una mamá y una hija”, concluyó la mucama.
De acuerdo con Díaz, el trato de Melania con ellas fue siempre amable. A Trump lo tenían como un tipo generoso. De hecho, un día que Sanán limpiaba los vitrales de un salón del club pero no alcanzaba a los más altos, recuerda que Trump se acercó, tomó el trapo, los limpió y al final le dio una propina.
“‘¿What’s your name?’, me dice, ‘Victoria, le digo’. ‘Oh Victoria, good, good, dice y me pregunta que de qué país. Pero yo no le entendía esa palabra, me dice ‘¿dónde, de México?’ .‘No, no, no, Guatemala le digo’ yo así en español. ‘Oh, ok good’, dice, ‘estas ladys, mucho trabajo’, y sacó 50 dólares y me los dio’’.
Todo cambió, según ellas, desde el día del discurso de lanzamiento de su campaña en el que decidió que su principal tiro al blanco político serían los inmigrantes hispanos y se refirió a ellos como narcotraficantes, violadores y criminales.
Díaz dice que ella entendió las ambiciones políticas de Trump, mucho antes de ser candidato. Fue el día que el empresario asistió a una reunión en el club para celebrar con los empleados los buenos resultados.
“Dijo que todo lo que había querido lo había logrado, que lo único que no había logrado era ser presidente porque él quería ver el nombre suyo en un billete de dólar’’, recuerda Díaz. “Entonces yo decía si no logra ver el nombre en un billete, lo puede ver en el muro, él nos ha utilizado, nos utilizó para que le sirviéramos en su casa y ahora para fomentar en este país el racismo”.