El ejército poblano de Trump

PUEBLA, MÉXICO.- Filiberto Cruz dice que vive con el orgullo de haber sido protagonista de un hecho insólito en el club de golf donde trabajaba en Westchester, Nueva York: fue el único de sus compañeros a quien su patrón le dio la mano alguna vez.
A su patrón le gustan las cosas bien hechas, es duro al corregir los errores y rechaza el o físico con sus empleados. Además, ahora es el presidente de Estados Unidos.
“Había un evento muy importante. Tenía que estar todo de primera. Llegó Mr. Trump, todo el mundo le daba la mano y a nadie se la daba. Yo le di la mano y me la dio. Nomás le dije ‘oh, good morning, Mr. Trump’ y me habló él, yo no le entendí nada, pero me habló. A él no le gusta dar la mano. Fue una cosa histórica ahí en el club, histórica”, contó sentado en la sala de su casa en Puebla, México.
Cruz, de 68 años, trabajó durante 11 como empleado de mantenimiento en el Trump National Club en Westchester. Fue el primero en llegar allí de los cinco de su familia que laboraron sin mayores complicaciones para la Organización Trump en ese club, aunque ninguno tenía documentos de trabajo legal en Estados Unidos. Su caso hasta ahora era inédito.
La inmigración poblana sin documentos a Estados Unidos supera las 100,000 personas solo en Nueva York y Nueva Jersey, según el Pew Research Center. En las últimas dos décadas, decenas de ellos han engrosado las filas del ejército de empleados de servicio, mantenimiento, limpieza y lavandería de la familia Trump en Westchester. Llegaron allí, cuentan ellos, recomendándose unos con otros y entregando documentos falsos que nunca pasaron por ninguna verificación.
En el caso de Cruz, quien fue contratado en el club en el 2000, cuatro años después de que Trump compró el club, esto ni siquiera fue necesario.
“Yo presenté mi pasaporte mexicano del consulado de Nueva York y mi matrícula consular”, relató. Le preguntaron si tenía algún documento estadounidense. “Respondí que no, que no tengo ningún documento más que esos dos documentos que llevé. Y me aceptaron”.
Diez años más tarde Gabriel Sedano –otro poblano sin documentos, que se volvió un experto en colgar cuadros de Trump en el club– recomendó a su hermano Carlos para trabajar allí. Le pidieron una tarjeta de seguridad social y una residencia (green card).
“Los conseguí en la zona del Bronx. Fue falso. Me costó 20 dólares y ya con eso pude ingresar al club de golf”, dijo Carlos, de 29 años.
La empleada de recursos humanos a quien entregó los documentos falsos apenas les dio una ojeada, recordó. De inmediato, le informó que podía presentarse al día siguiente a trabajar. Estuvo allí un año en el área de mantenimiento. Nunca le pidieron otro papel.
Carlos era el cuarto miembro de la familia Sedano que ingresaba a Westchester sin documentos de trabajo legal. El primero fue su tío Donaciano Sedano, de 49 años, quien fue contratado para laborar en la cocina, donde la mitad del personal era indocumentado, según su testimonio.
Cuando se les pregunta por qué están seguros de que sus jefes estaban enterados de que sus papeles de trabajo no eran válidos para ser empleados en Estados Unidos, estos tres hombres tienen un argumento en común: aseguran que los trabajadores indocumentados ganaban en promedio cinco dólares por hora menos que sus compañeros con documentos, por hacer el mismo trabajo.
“Yo entré ganando ahí con Mr. Trump a 9.50 dólares la hora y los que tienen documentos entran ganando a 14.50 dólares la hora”, dijo Cruz.
Carlos lo confirmó: “Nosotros ganábamos menos por ser ilegales. A mí me pagaban por quincena 800 dólares, y otro que tenía papeles le pagaban 1,200 dólares”.
La mano de obra barata
Filiberto Cruz renunció al club después de 11 años de pulir el símbolo dorado de Trump en la entrada, barrer, limpiar, recoger basura.
“Lo que quieren allá es que uno trabaje y que uno responda y gracias a Dios yo tuve esa dicha de responder”.
Responder significa, en la práctica, trabajar más por menos dinero.
“Tenía que estar muy limpio todos los días. Desde la mañana hasta la tarde. Era de componer, limpiar todo el campo de golf, todo el tiempo mantenerlo limpio, que cualquier cosa que ya falló nos llamaban de mantenimiento”, contó Carlos Sedano, quien regresó a México en 2014 para trabajar y vivir cerca de sus padres.
Había llegado a Estados Unidos cruzando el desierto, después de abandonar San Simón Yehualtepec, en Puebla. Hoy este es uno de los municipios más peligrosos en la ruta de robo de combustible en México. Para entrar y salir a Yehualtepec, se debe cruzar una carretera en la que recomiendan nunca detenerse para evitar secuestros y asaltos.
Carlos tiene nueve hermanos. Fue criado en una casa de techo de lámina y paredes de adobe. La familia, que aún se dedica a la agricultura, sobrevivió durante buena parte de su infancia con la fabricación y venta de ladrillos.
Su tío Donaciano estuvo durante siete meses en la cocina del club. “Trabajábamos a veces de las 6 de la mañana a las 12 de la noche. Como no tenían mucho personal, nos pagaban doble o triple en fin de semana, pero era mucho trabajo”, dijo.
Los empleados indocumentados en Westchester eran mayoría, según los testimonios recabados para esta investigación. Algunos de ellos mostraron a reporteros de Univision los desprendibles de los cheques que recibían. Aunque allí aparecen descuentos de impuestos, no tenían ninguna prestación laboral.
“Se aprovechan de los indocumentados para tratar de ahorrar dinero. No se les pagaba beneficio médico, no se les pagaba un plan de retiro. Realmente el costo era muy bajo comparado a una persona legal”, dijo para esta investigación Aníbal Romero, abogado de 38 exempleados indocumentados de Trump en Estados Unidos.
En 2016, Cruz había reunido una cantidad suficiente de dinero para retirarse y volver a México con su esposa.
“Ya no aguantaba yo, la verdad, porque el trabajo, eso sí, es un poco pesado”.
La única compensación que obtuvo después de más de una década de servicio fue un abrazo de su gerente.
“Me abrazó y se puso a llorar conmigo. Digo, para mí es una cosa que me llena de emoción, porque hasta entonces pensé el lugar que yo me había ganado en ese club”.
A Carlos y su tío Donaciano, los despidieron al terminar la temporada de mayor afluencia. Les pagaron únicamente las horas laboradas.
Los años felices
La casa de Filiberto Cruz en Puebla parece un pequeño museo de la Organización Trump. Junto a su cama hay una imagen de la Virgen de Guadalupe, una veladora y una foto del club de Westchester. En el baño están colgadas las fotos de otros clubes de Trump. En la sala hay miniaturas de carros y palos de golf, casas de golf y recuerdos que, dijo, sacó del club con permiso del gerente cuando iban a botarlos.
Poco después de volver a México, con planes de pasear y vivir una vejez disfrutando del dinero que había ahorrado, su esposa enfermó de cáncer. Como no tenía un retiro, debió gastar la mayor parte de su dinero en los tratamientos. Ella falleció en 2018, tras 48 años de matrimonio.
“Ya ve la desgracia que me ha pasado”, contaba mientras lo acompañamos a la iglesia cercana a su casa, donde suele ir a rezarle. Su rutina ahora consiste en limpiar su casa, sentarse durante horas en la sala a pensar en ella, caminar hasta una fonda cercana para no comer solo.
Dice que mitiga el luto alimentando los recuerdos felices de aquellos años cuando él no era viudo y Trump era un jefe amable con sus empleados. Entre las fotos que conserva, en una aparece junto a su esposa en uno de los festejos que el club de Westchester hacía a sus empleados por el 4 de julio. “Era una fiesta grande. Cada empleado tenía derecho a llevar a seis gentes”.
En el club les daban almuerzo a mediodía y cuando Trump los encontraban, les regalaba propina.
“Nunca fue grosero, ni déspota, ni discriminaba a nadie. No, todo lo contrario, muy amable”.
En 2015, cuando el ahora presidente dio aquel tristemente célebre discurso contra los mexicanos, Filiberto, Carlos y Donaciano ya vivían de nuevo en México. Les pareció una incongruencia, viniendo de alguien que ha contratado en sus clubes a cientos de indocumentados, coincidieron.
Tres años más tarde, en diciembre de 2018, Victorina Sanán Morales y otros extrabajadores finalmente contaron que habían laborado en clubes de Trump sin documentos legales. La respuesta de la Organización Trump a los primeros reportes fue que no tenían control de sus miles de empleados.
Pero el abogado de 38 de estos exempleados, Aníbal Romero, afirmó en entrevista con Gerardo Reyes para esta investigación que esa respuesta es falsa. Los clubes funcionan como un negocio local y en promedio tienen unos 100 empleados, dijo, por lo que no es difícil no darse cuenta que la mitad de ellos no tenían documentos.
“Cuando estamos hablando de cientos de trabajadores para mí es un hecho completamente intencional, con el fin de pagar menos, esperando tal vez que nadie se iba a dar cuenta o que nadie iba a hablar”, dijo Romero.
Muchos de estos trabajadores, entre ellos Margarita, hija de Filiberto, y Gabriel, hermano de Carlos, han decidido hablar con las autoridades y contar su versión.
“Estas personas son testigos esenciales de un delito. Por lo tanto deportarlos a ellos, podría ser lo que se llama una obstrucción de justicia. Así que esperamos que les den ese tipo de protección para que la justicia llegue y se descubra quiénes son los culpables de este delito”, dijo su abogado.
Desde Puebla, sus familiares les apoyan en el proceso legal para exigir sus derechos. Mientras, ven cada día en las noticias al hombre a quien estrecharon la mano, con quien hablaron, a quien le hicieron de comer, diciendo que deben ponerse primero los intereses de Estados Unidos y repitiendo los mismos calificativos de desprecio contra los mexicanos.
Nota: Univision no ha recibido respuesta de la Organización Trump ni de la Casa Blanca a un cuestionario en el que pedimos sus puntos de vista en relación con los testimonios de los inmigrantes entrevistados para este reportaje. En el pasado, la organización Trump ha respondido a otros medios que tan pronto detecta que un empleado está usando documentos falsos, lo despide.