"11 años después, el futuro de DACA sigue en el limbo": La historia de Belem Oseguera Durán

Yo tenía unos 12 años cuando recuerdo que por primera vez sentí no tener la esperanza de lograr un futuro en este país. Acababa de ver en la tele la historia de una joven que iba a ser deportada un día después de su graduación, y en realidad fue demasiado para mí. No era justo para ella, no era justo para mí, y no era justo para los miles de estudiantes que lo han dado todo por este país para al final ser dejados a un lado como si no fueran nada.
Mis padres me trajeron a los Estados Unidos cuando yo tenía apenas 4 años, y aunque pequeña, tenía recuerdos muy claros de lo que fue mi vida en México. Pronto comencé a estudiar en este país, y a conocer sobre quienes forjaron esta nación, las tres ramas del gobierno, y los compromisos que implica ser ciudadanos de este país. En un momento me sabía de memoria discursos históricos como el Martin Luther King en Washington, cuando dijo: “Yo tengo un sueño”. Yo siempre supe que era una inmigrante, que no podría regresar a México, pero nada de eso era importante porque los Estados Unidos era – y continúa siendo – mi hogar.
Por 16 años viví como indocumentada, hasta que el 9 de julio del 2021 finalmente recibí por correo un permiso de trabajo. Recuerdo sostener en mis manos la tarjeta que me permite trabajar y sentir que un gran peso dejaba mis hombros. Por fin iba a poder viajar a por todo el país, y ya no temía ser deportada si veía en alguna parte una camioneta de los agentes de ICE. Una semana después el programa volvió a paralizarse y sentí un gran dolor por aquellas personas cuyos casos volvían una vez más a estar en el limbo.
DACA, como se conoce al Programa de Acción Diferida para los Llegados en la Infancia, ha sido un salvavidas para miles de indocumentados en este país. De acuerdo con USCIS, para diciembre del 2022, unas 580,310 personas están registradas activamente. Este programa permite que jóvenes inmigrantes que llegaron al país cuando niños tengan el derecho a trabajar, paguen impuestos, y por dos años los protege de una posible deportación. Sin embargo, no es posible solicitar ayuda federal para sus estudios, cupones de comida, recibir beneficios del Seguro Social o viajar fuera de país. Pero por encima de todo, no contempla un camino para eventualmente recibir la ciudadanía.
A pesar de todas las limitaciones, DACA ha sido sinónimo de libertad en un país en el que prácticamente es imposible salir adelante sin las protecciones que supone la ciudadanía norteamericana. Ha permitido a los “Dreamers” jugar un rol importante en la respuesta a la pandemia del Covid-19, pues casi 203,000 de todos los beneficiarios de DACA trabajaron en las áreas de salud, educación y procesamiento de alimentos, según el Center for American Progress. Ellos son un gran componente de nuestra economía, contribuyendo con 1,700 millones de dólares en impuestos estatales y locales cada año, de acuerdo con el Institute on Taxation & Economic Policy. Y todos nosotros enriquecemos nuestras comunidades, pues no hay nadie en este país que no se haya beneficiado del impacto de los “Soñadores”.
Pero tristemente, 11 años después, el futuro de DACA sigue en el limbo. Tras la audiencia del pasado 1 de junio presidida por el juez Andrew Hanen, ese sentimiento de frustración y desesperación volvió a mi mente. Cada vez que me entero sobre un procedimiento legal sobre el futuro de DACA, me encuentro a mi misma buscando por Internet todas las noticias sobre el tema, a ver si encuentro algo que me de esperanza. El gobierno ha fracasado en adelantar una reforma migratoria, lo que sumado a la imposibilidad de blindar y expandir DACA, ha alimentado un círculo de miedos e incertidumbres para todos los beneficiarios de DACA.
Al final del día lo que necesitamos es esperanza.
Son muchas las historias en los medios sobre “Soñadores” que cansados de la incertidumbre han regresado a sus países de origen. El futuro inestable de DACA sumado a la inacción en el tema migratorio ha obligado a muchos a dejar atrás el único país que han conocido como su hogar. Yo iro su valentía, pero es bien triste a la vez.
No tenemos por qué sentir que la única opción es irnos, porque para muchos eso no es tampoco una opción. Nuestros padres nos trajeron huyendo de la pobreza, falta de recursos y oportunidades. Tenemos nuestras raíces aquí. Nuestros amigos están aquí, nuestros familiares están aquí, nuestra educación – en fin, nuestros trabajos, nuestros hogares están aquí.
Nuestros líderes políticos deben dar la cara y presionar por políticas que apoyen a los “Soñadores” y nos den las oportunidades para el futuro y la estabilidad en el único país que hemos conocido como nuestro hogar. Es imperativo salvaguardar el futuro de los beneficiarios de DACA y el de otros jóvenes inmigrantes que no pudieron solicitar y calificar para el programa. Necesitamos proteger, expandir y de una vez por todas garantizar un camino a la ciudadanía a todos los inmigrante que le han dado mucho a este país y que todavía esperamos eso a cambio.