“Chiquita” vs Trump: la inmigrante que desató una crisis en los clubes del presidente
SANTO DOMINGO SUCHITEPÉQUEZ, GUATEMALA.- A Victorina Sanán Morales la crió su hermana en un remoto caserío de Guatemala llamado El Silencio. La amamantó, le enseñó a cocinar, a limpiar el rancho humilde de la familia, lavar en el río y pescar. Y le dio siempre un consejo: ignorar a quien la tratara mal.
"Yo le decía: no, mija, lo que les hagan, ustedes hagan como que nada y retírese de esa persona que les quiere hacer daño", cuenta a Univision Clara Sanán Morales, su hermana mayor y madre adoptiva.
Victorina aprendió todo menos a retirarse cuando es atacada.
Por ello, recuerda, el día en que una supervisora del club de Trump de Nueva Jersey en el que trabajaba indocumentada la llamó estúpida, ella no bajó la cabeza.
"¿Sabes una cosa? Estúpida y burra soy ¿sabes por qué?. Porque todavía estoy aguantando tus humillaciones, le dije, y esto que me están haciendo ustedes porque necesito mi trabajo. Porque nadie se va a dejar pisotear como ustedes lo están haciendo conmigo".
Lo que estaba pasando con Victorina en esos momentos, según lo explicó, era una situación insólita: la supervisora quería forzarla a trabajar en una casa de Trump en el club pese a que el Servicio Secreto había vetado su ingreso.
Aunque los agentes nunca se lo dijeron, Victorina sabía la razón: no tenía documentos.
Victorina renunció y en diciembre de 2018 declaró a los medios que llevaba más de cinco años trabajando sin papeles en el Trump National Club en Bedminster, Nueva Jersey. Los supervisores lo sabían, agregó.
Junto a su amiga Sandra Díaz, ex trabajadora del mismo club, la mucama tomó la vocería de decenas de indocumentados que trabajaron durante décadas para la familia Trump. Ante los grandes diarios y cadenas de televisión de Estados Unidos, las mucamas denunciaron los malos tratos y pagos discriminatorios. Entre sus obligaciones estaba limpiar las casas de descanso de Donald Trump y su hija Ivanka, cuyas exigencias de cuidado y limpieza cumplieron sin protestar.
La Organización Trump respondió a The New York Times que la empresa tiene miles de trabajadores en sus propiedades. "Si un empleado presenta una documentación falsa en un intento por eludir la ley, serán despedidos inmediatamente", afirmó.
Victorina había llegado al club por recomendación de un amigo. Por su rapidez y habilidad muy pronto se convirtió en una integrante importante del equipo que atendía a la ahora familia presidencial, aunque no hablaba inglés y no tenía documentos de trabajo legal.
El propio Donald Trump, cuenta, estaba complacido con el trabajo del equipo de mucamas. "Decía que a él le gustaba como nosotros trabajábamos. Decía 'nice, ladies nice'".
Después de años de maltratos de su supervisora –que incluyeron insultos y empujones, según su relato– Victorina decidió renunciar al club y buscar un abogado para defender sus derechos. Después de ella y su amiga Sandra Díaz, más de 40 hispanos han dicho que también trabajaron para los Trump sin documentos, ganando menos que quienes sí tenían papeles, y resistiendo abusos.
"No es que nosotros le estemos mordiendo la mano a él", afirma Victorina. "Trabajé cinco años para él. Jamás, nunca, y aquí estoy dando la cara, no me botaron por ladrona, no me botaron por ser desobediente, no me botaron. Ellos conocen muy bien cómo yo les trabajé".
Chiquita, de Guatemala
En la casa de Clara Sanán en la zona rural del suroriente de Guatemala no hay fotos de Trump ni de sus clubes, como ocurre en otras casas de familias que han trabajado en sus propiedades. Pero varios afiches de Micky Mouse cubren los espacios que quedan entre las láminas de una de las paredes de la habitación principal.
A pocos kilómetros de este lugar nació Victorina. Según su hermana, tuvo una infancia traumática. Nació en una región a la que llegamos después de seis horas por carretera y caminos de tierra desde Ciudad de Guatemala. Clara, su esposo Marco Tulio y otros cuatro familiares viven en una de 14 casas rodeadas de grandes cultivos de maíz. Los terrenos son alquilados.
Cuando Victorina tenía dos años, su hermana perdió una hija recién nacida. Los padres de ambas se habían separado poco antes y ella fue la única de sus ocho hermanos que permaneció con la mamá.
Unos meses más tarde, recuerda Clara, ella y otro hermano descubrieron que la niña estaba sufriendo.
"No le daban su alimento como era. Nosotros nos dimos cuenta con mi hermano que ya falleció, la quitamos", recuerda. "Él fue en un carro lechero, se la echó a la espalda, se echó al carro y en el carro se vinieron. Él como que se la robó a mi mamá", dice Clara.
Desde entonces, la amamantó como si fuera su hija.
En una de las entrevistas en Nueva York para esta investigación, Victorina dijo que le llamaba "madre" a su hermana.
"La verdad ella es mi mamá, ella me crió a mí y ella estaba cuando yo me casé".
La hija adoptiva aprendió la rutina que años más tarde la convertiría en la mucama estrella de los Trump, justamente bajo la supervisión de Clara. Juntas, debían atender a seis hermanos. Se levantaban a las cuatro de la mañana para lavar, barrer, hacer tortillas, tender las camas. A pesar de que viven en un nivel visible de pobreza, en la casa de Suchitepéquez todo está ordenado.
En los años 60, el conflicto armado interno dejó 200 mil muertos en Guatemala. Uno de ellos fue Isidoro Sanán, padre de las hermanas, quien era empleado de dueños de tierras y se dedicaba a istrar terrenos.
"Ahí digamos que pagaban justos por pecadores. Mi padre no estaba metido en nada", asegura Clara.
Ella recuerda crudamente aquella noche. Su padre estaba a punto de dormir. Antes de acostarse, le pidió permiso para comerse un plátano que ella había comprado. "Vaya, papaíto, le dije. Cuando vi, ya estaban ahí los que lo habían ido a traer a él. Se lo llevaron. Lo mataron".
Años más tarde, Victorina se casó con un agricultor a quien también le habían asesinado a su padre. Un amigo se ofreció a prestarle dinero para el viaje y decidió partir a Estados Unidos. Ella quedó en Guatemala con sus hijos.
Poco a poco fueron reuniendo los $8,000 dólares para el viaje. Él le envió una parte en quetzales, la moneda local. El resto, cuenta ella, lo liquidaron en Estados Unidos.
Clara relata la despedida: "Le dije: qué mal, es que aquí no se puede. Por un futuro bueno, está bien que nos alejemos ya. Yo ya hice lo que pude, mija. Siga usted adelante".
Era 1999. Victorina cruzó México con ayuda de coyotes. Casi en la frontera con Estados Unidos, ella y una amiga suya debieron brincar una zanja bordeada por alambres. Victorina lo hizo pero la otra mujer cayó. Decidió no abandonarla y fue detenida por agentes mexicanos de migración.
Había memorizado el himno de México, los colores de la bandera, el nombre del presidente y del pueblo en Oaxaca del que supuestamente era originaria. Pero olvidó un detalle: "Me preguntaron cómo se llamaba la iglesia que estaba en ese pueblo y yo no tengo ni idea", recuerda a carcajadas.
El coyote pagó un soborno para liberarla. Así pudo cruzar y atravesar el desierto en camionetas donde los migrantes iban apilados. "En ese pick up veníamos como 30 personas en la parte de arriba, uno sobre de uno. Ahí todo encerrado".
En 2013 ya vivía con su familia en Nueva York y trabajaba en un hotel, cuando un amigo le ofreció cambiar de empleo. "En un lugar que era muy famoso; que el nombre, el dueño, era un hombre de dinero".
El hombre de dinero era Donald Trump, quien había comprado el club en Bedminster en 2002 y alguna vez dijo que quisiera que lo entierren allí. "Me sentía orgullosa trabajarle a una persona poderosa como él, comportarme y cuidar mi trabajo", dice ella, sin pensarlo.
Los malos tratos
La vida apacible de Victorina como empleada en el club cambió, dice, después de que Donald Trump anunció en 2015 que lanzaba su candidatura a presidente de Estados Unidos. Hasta entonces, él era para ella un hombre obsesivo con la limpieza, pero amable con sus empleados, a quienes les daba continuamente propina.
Pero un día durante la campaña el Servicio Secreto, que ya cuidaba a Trump como candidato, no le dejó entrar a las instalaciones porque ella no estaba en la lista del personal autorizado. Su supervisora logró hacerla entrar, relata. En las siguientes horas, recuerda que un agente la persiguió por toda la casa de Trump mientras limpiaba y le impidió tocar los trofeos de golf del magnate.
"Me dice: No, no, no toques nada, no toques nada. Salte, salte y me empujó así para afuera y ahí fue donde me sentí tan mal porque eso es una humillación".
Después de ese incidente, durante casi tres años le impidieron el paso a la casa del mandatario. Sus condiciones de trabajo cambiaron, porque su supervisora, dice, cada vez la trataba peor.
La supervisora es Agnieszka Kluska, una inmigrante polaca que presumía haber sido policía en su país, según las mucamas. La conocían como Agnes. Ella dijo a Univision que no quería comentar para esta historia.
Durante meses, Victorina asegura que continuamente la insultaba llamándole "estúpida" o "burra". Las jornadas laborales se recrudecieron. La obligaban a trabajar algunos días de 6 de la mañana a 8 de la noche, sábado y domingos.
"Ella empezó a hablar en inglés, a decir que era una estúpida, que yo no entendía", cuenta Victorina sobre Agnes. Se quejó del trato ante el gerente y la asistente de Melania Trump, pero no tuvo resultados.
Victorina afirma que todo cambió a raíz de la diatriba de Trump contra los hispanos.
"Cuando yo vi su actitud de él sobre nosotros y yo me puse a pensar después cómo la señora Agnes, supervisora de él, nos trataba, yo decía: Dios mío, tal vez ella se comporta así porque ella mira lo que él está diciendo en la televisión".
Los abusos empeoraron, dice, durante sus últimos años en el club de Westchester.
En el otoño de 2018 Victorina decidió enfrentar a Agnieszka, después de que la empujó varias veces en la lavandería del club. Un día, después de varios ataques, renunció y se decidió a buscar al abogado Aníbal Romero para que la representara.
Desde entonces, él se ha convertido no solo en el abogado que está litigando su caso de asilo, sino en la persona que la llevó ante las autoridades de Nueva York y la opinión pública para contar un retrato íntimo e inédito del presidente Trump, visto desde los ojos de sus empleados indocumentados.
"Fue abusada físicamente, verbalmente, se le amenazaba con deportación. Entonces esto es algo realmente que Estados Unidos y el mundo debe saber", dice Romero sobre el caso de ella.
En Guatemala, su hermana teme que la deporten o que sufra alguna agresión por parte de los políticos a quienes se ha decidido a denunciar.
Pero ella no hace caso de estos temores. Sostenida en su religión, habla fuerte, cuenta su historia sin miedo, lo mismo ante una cámara de televisión que ante las autoridades con quienes se reunió en los últimos meses. Su mensaje a sus compañeros es claro: "digan la verdad".
"Que esta voz se escuche y se siga escuchando, que toda la gente que tiene miedo, porque hay gente todavía trabajando adentro sin papeles, que se animen, que no tengan miedo. Ellos no hablan porque tienen miedo que los van a deportar. Son víctimas de abusos, porque es una injusticia lo que hacen con nosotros".