¿Es el acuerdo de París realmente histórico?

¿Es realmente para tanto el acuerdo logrado en la Cumbre del Clima de París o se está exagerando la importancia de lo ocurrido?
Si bien en los últimos días se han oído todo tipo de reacciones, hay un hecho irrefutable: nunca antes se había conseguido un pacto universal que comprometiese a casi 200 países del planeta a luchar contra el cambio climático. Esto ya de por sí es un hito y justifica que sea tratado como histórico. Más teniendo en cuenta que parecía algo imposible.
Pero es verdad que no hay que llevarse por la emoción del pacto al fin conseguido para analizar de forma más fría qué significa realmente este texto de 40 páginas. Como dijimos aquí desde el principio, el Acuerdo de París está lejos de ser perfecto. Y, no, por sí solo no salvará al planeta. Sin embargo, como remarca el economista Paul Krugman en The New York Times, “es la mejor noticia climática que hemos tenido en mucho tiempo”.
Antes que nada, conviene recordar de qué estamos hablando. Según estimaba un estudio publicado en Nature este mismo año, para que la temperatura media del planeta no suba más de 2 °C (3.7°F) con respecto a los niveles preindustriales, se tendrían que dejar bajo tierra sin tocar una tercera parte de las reservas de petróleo, la mitad de las de gas y más del 80% de las de carbón. Pues bien, en París los países se han comprometido a que la subida de la temperatura se quede “muy por debajo” de 2 °C, intentando limitarlo a 1.5 °C.
¿Y cómo se consigue que los países acepten cambiar su modelo de desarrollo renunciando a aquello que ha movido el mundo en los últimos siglos y por lo que ha habido hasta guerras?
El 11 de diciembre de 1991, hubo otra cumbre del clima en Japón que también acabó bien, aquella en la que se aprobó el Protocolo de Kioto, un tratado para forzar a los países más ricos a reducir sus emisiones de efecto invernadero. Kioto incluía reducciones obligatorias para los países desarrollados y preveía incluso sanciones. Pero no sirvió para mucho: no comprometía a China y no fue ratificado por EEUU (que entre los dos suponen casi un 45% de las emisiones del mundo). El mensaje era claro: de nada servía un acuerdo estricto si los países no estaban dentro. Incluso hubo casos como Canadá, que sí ratificó, pero luego se salió y no pasó nada.
Aprendida esta lección, el Acuerdo de París intenta ahora una estrategia muy distinta. Visto que no se puede forzar a los países a reducir las emisiones contra su voluntad (como dice el economista francés Jean-Charles Hourcade, no vamos a declarar la guerra a China si no disminuye sus emisiones), lo que se busca es propiciar el cambio utilizando el argumento más poderoso para las naciones: la economía.
El Acuerdo de París intenta poner en marcha el proceso que convenza a los mercados de que la transición económica hacia un mundo de energías más limpias resulta irreversible. Y para eso el primer paso era conseguir un pacto que uniera a todo el planeta, un reto que obligaba a cuadrar un puzle imposible.
Como se ha criticado, es cierto que el pacto de París no obliga a los países a cumplir con reducciones concretas de emisiones de gases de efecto invernadero (solo a presentar planes nacionales en los que fijen ellos mismos sus objetivos), tampoco incluye sanciones y los compromisos presentados hasta ahora por los países son insuficientes, pues implicarían que la subida de la temperatura del planeta llegue a 2.7 °C. Digamos que, en lugar de seguir intentando meter las piezas del puzle allí donde estaba ya claro que no encajaban, se buscó como ajustar los huecos a la forma de cada país. En especial, de EEUU, que se sabía que no podría entrar en ningún acuerdo que incluyera nuevas obligaciones de reducciones.
Obviamente, estas concesiones vuelven menos consistente el texto. Pero resulta muy simplista quedarse solo con esto de un acuerdo de 40 páginas. Sobre todo porque una de sus peculiaridades consiste justamente en que establece un sistema para que los compromisos vayan creciendo de forma progresiva. Entre otras cosas, el texto incluye un plan de trabajo para incrementar la acción climática de aquí a 2020, una obligación de que los países presenten cada cinco años objetivos superiores en ambición, exigencias metodológicas para saber de forma transparente si se cumplen estos compromisos o un comité de expertos para facilitar el cumplimiento a las naciones.
Por supuesto, esto no garantiza que este acuerdo vaya a funcionar. Se seguirá necesitando toda la presión de la sociedad para ir empujando a los países. Pero el Acuerdo de París aporta nuevas herramientas para volver a intentarlo con un enfoque distinto al que ya se probó con Kioto. El siguiente paso ahora es que sea ratificado o aceptado por un mínimo de 55 países que supongan al menos un 55% de las emisiones del mundo para que pueda entrar en vigor en 2020.
“Desde nuestra perspectiva este es un acuerdo histórico”, incide Mariana Panuncio, de la organización ecologista WWF, que asegura que en París sucedió algo inédito: “Todos los países sintieron que era mejor formar parte del acuerdo que estar fuera, que es más lo que tienen para ganar que para perder”.