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Los millennials no están comprando casas, pero no todos lo están haciendo por la misma razón

Entre latinos y afroestadounidenses, este es un síntoma de estancamiento: los jóvenes no son capaces de encontrar su propio hogar.
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30 Ago 2016 – 10:38 AM EDT
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Los altos costos en San Diego, Chicago y NYC obligan a los millennials a mudarse. Crédito: warrengoldswain/iStock

Luego de la recesión y la débil recuperación, el porcentaje de personas de entre 18 y 34 años de edad (los millennials) que son dueños de casas ha disminuido al mínimo histórico en 30 años. Según registros que se remontan a más de un siglo, por primera vez los jóvenes tienen mayores probabilidades de estar viviendo con sus padres que con un cónyuge.

Se ha puesto de moda argumentar que el hecho de que los jóvenes no estén optando por ser dueños de casa quizás sea un suceso positivo. Después de todo, las casas no siempre son vehículos confiables de inversión, una dolorosa lección que aprendió el país después de la Gran Recesión. Sin estar atado a cualquier ciudad en particular desde los mediados de sus veintenas a sus treintenas, los jóvenes que no son dueños de casa son libres, por lo que pueden deambular por el país en busca de los mejores trabajos. Además, dadas las ventajas significativas de una licenciatura en esta economía, a lo mejor se les podría elogiar a muchos jóvenes por invertir en su inteligencia, redes profesionales y habilidades en lugar de dedicar ese mismo ingreso a un techo, un piso y unos muebles.

Pero con el noble apuro de anular los estereotipos trillados de los millennials como una masa amorfa e indiferenciada de chillones privilegiados, algunos analistas están perdiendo de vista la historia de fondo: la disminución de millennials que son propietarios de casas es un fenómeno bifurcado. Hay dos senderos extremos de edad adulta que han surgido durante los últimos años: los supermóviles y los estancados. Y cada uno tiene su propio efecto nocivo en el mercado de viviendas.

En el primer sendero se encuentran los estudiantes de altos logros académicos, quienes de manera desproporcionada tienden a ser de distritos ricos. Este grupo tienen mayores probabilidades de mudarse cuando cursan estudios superiores y luego irse a vivir en una de un puñado de ciudades densas. Este grupo demora su compra de una casa y también la formación de una familia para alquilar durante toda su veintena y centrarse en sus carreras. Por ejemplo, para cuando ya tengan 35 años de edad, más o menos la mitad de los graduados universitarios están trabajando fuera del estado en que nacieron. Este grupo consiste mayormente de blancos. Son los supermóviles: ambiciosos, dedicados a sus vidas profesionales y cómodos con una trayectoria en que se casarán entre los finales de la veintena y a mediados de la treintena.

A veces parece como si este grupo haya renunciado ser propietarios de casas. Pero sería más preciso decir que simplemente han decidido demorar ser padres y lidiar con hipotecas. De hecho, a lo mejor se podría decir que entre los jóvenes de hoy, la treintena se ha convertido en la nueva veintena.

El segundo sendero que ha surgido es totalmente diferente. Los millennials que se crían en barrios pobres tienen menores probabilidades de mudarse, de asistir a la universidad y cuando lo hagan, tienen menores probabilidades de salir de su código postal. Basándose en el trabajo de Patrick Sharkey, sociólogo en la Universidad de Nueva York, Richard Florida escribió que un 70% de los residentes de raza negra en los vecindarios más pobres y más segregados del país “son los hijos y nietos de los que vivieron en barrios parecidos hace 40 años atrás”. Están estancados.

La razón principal por la que EEUU tiene cantidades históricas de jóvenes entre 18 y 34 años de edad viviendo con sus padres no es porque unos blancos ricos de veintitantos años están tomando un año después de la graduación para ahorrar dinero. Es porque los millennials hispanos y afroestadounidenses que no estudiaron en la universidad o no terminaron estudios superiores tienen mayores probabilidades de vivir con sus padres que en cualquiera otra etapa desde finales del siglo XIX.

Los analistas económicos a veces dicen que el lado positivo de ser un joven que alquila en lugar de ser un joven que compra es que los que alquilan tienen mayor flexibilidad. Pero los jóvenes que no cursaron estudios superiores y están viviendo en casa de los padres no son los vivos ejemplos de un estilo de vida flexible. Son productos de un vecindario pobre que tienen un poder centrípeto sobre sus residentes, atándonos a un lugar cuando probablemente les iría mejor si cambiaran de ciudad. De hecho, una de las ironías tristes de esta yuxtaposición entre los supermóviles y los estancados es que los estudiantes que más se beneficiarían de la movilidad están estancados: es decir, los que más necesitan elevarse están en la estera mecánica más lenta.

El descenso en la propiedad de casas entre los millennials que se está dando hoy día es una sola estadística sencilla enmascarando una compleja distribución de motivaciones. Los millennials ricos, urbanos, licenciados y supermóviles han optado por intercambiar su treintena por su veintena cuando se trata de comprar una casa. Mientras tanto, las minorías más pobres, menos educadas y estancadas a menudo han cambiado casas y apartamentos por el dormitorio que tuvieron cuando niños. Solo una de estas tendencias merece aplausos.

Este artículo fue publicado originalmente en inglés en The Atlantic.

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