Por qué (y cómo) deberíamos hablar más con los extraños

Kio Stark habla con extraños. Embutida en un taxi recorriendo New York, se entera de que el chofer de este se crió por aquella fila de torres al otro lado del río. Cuando luego la cajera de una tienda de bagels le dice “Estoy bien”, Stark, contra la norma, le responde: “Si no estuvieras bien, ¿me lo habrías dicho?”.
Para ella no es más que costumbre, es su modo de ser. Criada en un pequeño pueblo, Stark heredó de su familia la práctica de –por ejemplo, haciendo fila en un mercado– iniciar conversación con desconocidos. Pero ella, muy pronto, se percataría de que esa costumbre no era para nada lo habitual. Sus amigos se quejaban constantemente de que se detuviera para hablar por toda la ciudad. A veces, ni qué decir, sus “buenos días” se topaban con brazos cruzados.
En su nuevo libro: When Strangers Meet: How People You Don’t Know Can Transform You (Cuando se encuentran un par de extraños: Cómo la gente que no conoces puede transformarte, disponible por 17 dólares ), Stark revela el modo en que anda por la ciudad. Para ella los transeúntes no son precisamente seres temerarios o invisibles, sino más bien seres que siempre importan, con quienes deberíamos, incluso, conversar. CityLab platicó con Stark acerca de la posibilidad de modificar la percepción popular de “extraño”, y de cómo proceder a la interacción, al menos momentáneamente, con un desconocido.
–Para ti, ¿qué hace de alguien un extraño, y cómo pudiéramos replantearnos el discurso sobre cómo hablar con desconocidos en nuestras ciudades?
–La definición de “extraño” es extremadamente personal. En el libro hay una lista de respuestas comunes que yo acopié precisamente a la pregunta “¿Qué piensas que es un extraño?”. Las respuestas lo mismo devolvieron conceptualizaciones de tipo geográfico: “todo el universo de personas que jamás has conocido o con quienes nunca te has cruzado”. Otras fueron de corte más abstracto o subjetivo: “una persona con la que no tienes nada en común”. Para mí, en cambio, un “extraño” no es más que alguien a quien puedo llegar a conocer: alguien a quien tengo y con quien, potencialmente, puedo interactuar.
A mucha gente, dependiendo de sus experiencias personales, la asisten legítimas y verdaderas razones para mostrar cierta ansiedad ante los desconocidos. Pero generalmente los extraños no son peligrosos. Replantearnos el concepto implica que separemos la idea de una persona eventualmente peligrosa, de la de una persona que no conocemos. En lugar de clasificarlas en conocidas o no, deberíamos emplear nuestra percepción un poco más, para darnos la oportunidad de saber quién es la persona, y de si vale la pena que le dirijamos la palabra. Lo que quiero es que la gente expanda su imaginación hasta comprender que esta idea puede llevarnos a momentos muy placenteros e, incluso, imborrables.
–¿Experimentaste algún episodio en particular que te motivara a abrirte, por así decirlo, a la útil posibilidad de descubrir a la gente que no conocías?
–Hace relativamente poco tiempo, estaba parada en una esquina. En New York, la gente a menudo se para en la calle mientras esperan para cruzarla, porque necesitan ahorrar esa décima de segundo… Y no me di cuenta de que estaba de pie sobre la alcantarilla. Un hombre a mi lado se gira y me dice: “No te pares ahí, vas a desaparecer”.
Primero creí que era una tontería. ¿él quería decir que yo me iba a caer por el desagüe o que una especie de espíritu diabólico me chuparía hacia abajo a través de la rejilla? Pero había algo de instintivamente protector en lo que me decía. Así que me replegué hasta la acera, y el hombre añadió: “Bien hecho, uno nunca sabe lo que puede pasar.. Yo pude haberme girado y ¡zoop!...adiós muchacha”. He hablado con extraños durante toda mi vida, siempre tratando de entender de qué se trata, y, en ese momento, me percaté de que yo verdaderamente existía en el sentido de que, de haber desaparecido, este hombre se hubiera sentido molesto o cuando menos derrotado. Esa noción de saberse notada, percibida por los otros en tanto persona, es uno de los elementos más fascinantes de los que estoy hecha.
–Hay un entorno, un ambiente específico para esa historia: la alcantarilla como ese elemento clave en la interacción. ¿Existen lugares o espacios particulares en cada ciudad que puedan especialmente conducir a interactuar con extraños? ¿Cómo adaptar el paisaje urbano de modo que facilite este tipo de conversaciones?
–Ciertos espacios son de por sí más proclives que otros, sobre todo cuando la gente no tiene prisa. Los estacionamientos, por ejemplo, son lugares propicios, como también los mercados. Existen, asimismo, situaciones que se pueden aprovechar, como las manifestaciones o eventos públicos. Si estás en un concierto al aire libre, digamos, y tiendes tu manta sobre el piso, ¿quién dice que quienes están al lado tuyo, al menos temporalmente, no son tus vecinos? Justo porque la situación y el espacio son abiertos, tú puedes romper el hielo e iniciar el diálogo.
Para llegar ahí, lógicamente, hay que trabajar en lograr el acercamiento, algo que yo analizo en mi libro. Esa aproximación es lo que yo llamo triangulación. El triángulo se compone de ti, el “extraño” y una tercera cosa que cierra el círculo, que bien podría ser algo que ambos estén experimentando o viendo que valga la pena notar. Pero si en verdad buscas hablar con un extraño, ve entonces a lugares donde hay cosas que permitan triangular: parques con muestras de arte público o plazas con músicos y artistas callejeros.
Sin embargo, también podrías ser más observador, y encontrar esos útiles detalles: podría haber un perro hermoso merodeando enfrente de ambos o alguien haciendo algo raro, un predicador itinerante en el metro, digamos. En esas situaciones, es más probable que intercambies miradas con alguien, algo que, no podemos ser ciegos, puede ser todo lo que obtengas. Pero también pudieras agregar: “Vaya, qué apocalíptico está el predicador hoy”. A menudo, estas interacciones se tornan muy placenteras y entonces te das cuenta de que estás hablando con alguien que no es un rostro más que viene y va en el metro; de que estás hablando con alguien que, como tú, tiene personalidad y tono propios, y tú estás metido muy dentro de lo que te está diciendo.
–¿Cómo podemos asegurarnos de que, tratando de interactuar con un desconocido, no estemos violando su privacidad y su disfrute íntimo?
–Existe una cultura muy pervertida del acoso en espacios públicos, en particular en Estados Unidos. Eso quiere decir que a la gente, a menudo a las mujeres, se les saca conversación en la calle, se les abuchea y, a veces, se les insulta. Esto es, desde luego, indeseado y nada placentero. Significa un cambio súbito en la idea de conversación abierta de que he venido hablando. Hay que tener eso claro cuando hablamos con alguien allá afuera.
Ahora bien, uno tiene que prestar especial atención al comportamiento de una persona. Si alguien que se acerca a ti no mira a los ojos, ni te molestes. Hay, en todo esto, posturas abiertas y cerradas. Debes detallar físicamente a la persona y reparar en cómo sostiene su cuerpo cuando se mueve hacia atrás o hacia delante. Aquí quisiera destacar algo. He observado mucho los zapatos de la gente: uno no necesita mirar al cuerpo de los demás para detallarlos. Con decir algo específico, ya los estamos reconociendo como individuos.
–A menudo, caminando por la calle, el sentimiento que pudiera englobarlos a todos es el de la soledad. ¿Es esta apertura que describes en tu libro un antídoto contra la soledad? ¿Qué les aporta, finalmente, la interacción a un par de extraños?
–Este libro y las ideas que contiene no buscan explicar cómo hacer amigos. Todo lo que en él se debate puede emplearse, no obstante, con esa finalidad. Pero su esencia es antes una contextualización de estas interacciones temporales, y, en particular, del hecho de que de estas pueden surgir verdaderas relaciones.
Estas experiencias, cuando se disfrutan, son un látigo contra la soledad. Por supuesto, no contra ese tipo de soledad de alguien que está buscando un compañero para la vida, pero sí ayudan a sobrellevar esa especie de malestar que uno siente cuando está en una ciudad rodeado de gente, y todos parecen estar muy cerca, cuando en verdad están muy lejos.
Incluso con solo intercambiar sonrisas, nuestros sentimientos pueden reorientarse hacia un mayor sentido de pertenencia y de unión. Sucede como con el ejercicio; hay que hacerlo sistemáticamente. Para algunos, puede ser algo difícil al principio, pero luego, créanme, llega la recompensa.
When Strangers Meet, disponible por 17 dólares en Amazon.
Este artículo fue publicado originalmente en inglés en CityLab.com.