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CityLab Vida Urbana

La vida rural de Japón está desapareciendo

Los pueblos pequeños a lo largo de este país ya casi no tienen jóvenes. La forma en que Japón maneje este problema puede ser un ejemplo para el resto del mundo.
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7 Sep 2017 – 08:52 PM EDT
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La población en el campo japonés está cada vez más avejentada. Crédito: Buddhika Weerasinghe/Getty Images

TOCHIKUBO, Japón: Los hijos se mudaron a la gran ciudad y nunca más regresaron.

Desde entonces, sus padres —ambos mayores de 70 años— pasan sus días en este pueblo pequeño en las montañas, mirando a los arrozales que quedan abajo y preguntándose qué será de la casa que construyeron, del jardín que cuidaron, del pueblo que adoran.

“No espero que regresen”, me dijo Kensaku Fueki, de 73 años, al hablarme de sus tres hijas. Todas están casadas y viven en Tokio. “Es muy difícil subsistir de la agricultura”.

Durante décadas los jóvenes han salido huyendo de este pueblo rural, atraídos por los atractivos de ciudades grandes del Japón como Tokio y Osaka. El pueblo se llama Tochikubo y su escuela tiene sólo ocho niños como alumnos y más de la mitad de las 170 personas del pueblo tienen más de 50 años. “¿Quién vendrá acá ahora?”, pregunta Fueki, quien se crió en esta aldea y se acuerda de un tiempo en que muchas de las casas no estaban abandonadas, cuando más personas labraban la tierra y los niños deambulaban por las calles.


Este pueblo no es una anomalía. Poco a poco Japón se está convirtiendo en algo como una gran ciudad-estado, con la mayoría de la población concentrada en una franja urbana que corre por la aglomeración de Tokio, Osaka y Nagoya —todos los cuales están ubicados relativamente cerca uno del otro— y por la ruta del tren bala de Japón. En 1950, un 53% de la población de Japón vivía en regiones urbanas; para 2014, un 93% vivía en regiones urbanas (a modo de contraste, en EEUU un 81% de la población vive en áreas urbanas). Mayormente son los jóvenes quienes que mudan a las ciudades y eso significa que a medida que envejece la población de Japón, las ciudades y pueblos ubicados fuera de la ciudad-estado quedarán abandonados para ir desapareciendo. El Ministerio de Asuntos Internos de Japón dice que hoy día, alrededor de 15,000 de las 65,000 comunidades en Japón tienen poblaciones en que más de la mitad tiene más de 65 años de edad.

En algunas regiones rurales, la naturaleza está reclamando la tierra. Las familias están demoliendo casas no usadas para convertir el terreno donde estaban en campos de cultivo. Están incrementando los ataques por osos cerca de asentamientos en el norte de Japón a medida que los humanos dejan de podar árboles y mantener a sus tierras. Jabalíes silvestres han estado asolando campos de cultivo a lo largo de la isla de Honshu. “Para la mayoría de los lugares, lo que sucederá en el futuro, el único resultado será una desaparición total”, dijo Peter Matanle, profesor de Estudios Japoneses en la Universidad de Sheffield que ha estudiado extensamente el declive rural de Japón. Los campos y los lotes vacíos reemplazarán casas y campos de cultivo y en algunos lugares, solo quedarán cementerios para marcar la tierra en donde la gente antes vivió.

Un polémico libro —publicado en 2014 por Hiroya Masuda, antiguo gobernador de la prefectura Iwate de Japón— pronosticó que 896 ciudades, pueblos y aldeas desaparecerán para 2040. Docenas de pueblos verán la cantidad de jóvenes disminuir de manera significativa a medida que crece el porcentaje de ancianos, pronosticó. En general se espera que la población de Japón se reduzca de una cantidad máxima de 128 millones en 2010 a unos 97 millones para 2050.


La desaparición de pueblos y ciudades por todo Japón rural no es necesariamente un problema en sí. Las civilizaciones cambian; los pueblos que antes eran centros poblacionales se vuelven más pequeños y se convierten en pueblos fantasma y luego en campos. El problema está en llegar de aquí para allá. Los pueblos japoneses están luchando con algunos dilemas: cómo istrar a sus pueblos con menos fondos aportados por impuestos y cómo proveer servicios para una población cada vez más necesitada con menos trabajadores. Y como si esto no fuera suficiente reto, la gobernación también está bajo presión por el declive poblacional. Por ejemplo, en la prefectura Yamagata, en 2015 un 45% de los puestos políticos en la competencia política para la asamblea resultaron incontestados debido a una falta de candidatos.

Otras regiones del mundo pronto tendrán que enfrentar estos retos también. Prácticamente cada país desarrollado tiene poblaciones cada vez mayores que se están concentrando en ciudades, aunque Japón está haciendo esto a un ritmo más rápido. Sus soluciones para combatir este declive tal vez sean significativas para el resto del mundo, al igual que sus fracasos.

Las razones por las que la población japonesa está envejeciendo y disminuyéndose son las mismas por las que el mismo fenómeno está ocurriendo en EEUU y en otros países desarrollados. Cada vez más empleos están aglomerados en las ciudades y los empleos que quedan en el campo requieren menos trabajadores de lo que requerían hace medio siglo. “Existen muy pocas oportunidades económicas fuera de las ciudades grandes”, me dijo John Mock, antropólogo en el campus japonés de la Universidad Temple. A diferencia de EEUU, el cual tiene universidades ubicadas en todo el país, Japón tiene pocos centros educativos principales ubicados fuera de ciudades grandes, dijo Mock. Esto significa que a medida que cada vez más jóvenes persiguen la preparación universitaria, se marchan a las ciudades y frecuentemente no regresan.

Los septuagenarios como Fueki y su esposa Kura cuidan a los octogenarios como su vecino.


“Se gradúan de la escuela secundaria, asisten a la universidad en Tokio, empiezan a trabajar en Tokio y organizan sus vidas en Tokio y nunca regresan”, dijo Hiroko Seki, una mujer de 76 años quien istra una tienda de papelería en una ciudad pequeña llamada Minamiuonuma, la cual queda más abajo en la loma en relación a Tochikubo a una distancia de unos 20 minutos en auto. La tienda de Seki fue inaugurada por sus abuelos hace unos 86 años y es uno de los pocos negocios abiertos en una calle repleta de tiendas cerradas. Seki vive con su hijo y su familia en la segunda planta del edificio en donde está la tienda. Su hijo le ayuda a istrar la tienda, pero sus otros dos hijos viven en Tokio y no piensan regresar. De los más o menos 500 adolescentes que se gradúan de la preparatoria en Minamiuonuma cada año, solo unos cien se quedan en la ciudad después de graduarse. Los demás se van a la universidad y sólo un promedio de 40 regresan después de graduarse de la universidad, según me explicó Shigeo Hayashi, el alcalde de la ciudad.

Hay otra razón por las que las áreas rurales de Japón tienen un porcentaje de ancianos de más rápido crecimiento que el resto del mundo: la decreciente tasa de fertilidad del país. Esta disminuyó en un tercio entre 1972 y 2015 (la de EEUU disminuyó en un 8% durante ese mismo período). Cuando una población está en declive y la mayor parte de dicha población vive en centros urbanos, eso augura problemas para áreas rurales como Tochikubo y Minamiuonuma al no ser que haya mucha inmigración. “Bajo el declive poblacional nacional, es una certeza matemática segurísima que a medida que Tokio sigue creciendo, todos los demás lugares siguen decreciendo”, dijo Matanle.

El problema no es necesariamente que a Japón se le acabará el dinero para cuidar a su población anciana. En 2000 el país implementó un programa obligatorio de seguro para el cuidado a largo plazo. Todas las personas mayores de 40 años contribuyen al programa. Incluso en áreas rurales, los ancianos pueden recibir servicios como ayuda casera y guarderías para ancianos a precios moderados. Pero alguien tiene que estar allí para proveer estos servicios.

Para las regiones rurales, la pregunta no se trata tanto de cómo prevenir lo inevitable como de la manera de retrasarlo: que el cambio sea lo suficientemente lento que los problemas que cause sean menos severos. Ahora mismo el declive de estos lugares está ocurriendo rápido, sucediendo dentro de una generación o dos. Si fuera un proceso más gradual, quizás los servicios sociales básicos podrían al menos sobrevivir durante suficiente tiempo para cuidar a los residentes que quedan.


Una solución obvia para revertir —o por lo menos desacelerar— el declive de Japón rural sería abrir al país a la inmigración. Solo un 1.8% de la población del país nació en países extranjeros, en comparación con un 13% de la población en EEUU. Pero Japón es un país cuya identidad nacional se basa —de algunas formas— en la homogeneidad racial. Las propuestas para incrementar significativa la inmigración no han tenido éxito alguno y las encuestas consistentemente encuentran que dos tercios de los japoneses están en contra de la inmigración a gran escala. Y es poco probable que los inmigrantes —incluso si se les dejara entrar— se mudarían a las áreas rurales donde hay pocos empleos incluso para las personas que se quieran quedar.

Muchas áreas se han centrado en atraer a nuevos residentes con atractivos como nuevos centros comunitarios, escuelas e instalaciones médicas, pero a medida que hacen esto están compitiendo entre sí. Por ejemplo, en Minamiuonuma los líderes de la ciudad hablan de su recién construido parque informático global, en donde los start-ups pueden organizar oficinas por alquileres bajos. También hay una academia de negocios para las personas que están interesadas en crear sus propios negocios. Se construyó un hospital y una universidad médica para atraer médicos y enfermeras y están en el proceso de construir una serie de casas para personas jubiladas activas con la esperanza de que ellos querrán mudarse a la ciudad. Al igual que cualquier otra ciudad decreciente, Minamiuonuma manda folletos a los jóvenes de la región para tratar de convencerles a regresar a casa. Pero aun así, la población sigue decreciendo. Los líderes de la ciudad me dijeron que con sus iniciativas simplemente esperan desacelerar la tasa de declive para que la ciudad de 60,000 tenga 43,000 residentes en 2060 en lugar de los 37,000 que actualmente se proyecta que tendrá en ese año.

Otras áreas están tratando de hacer crecer a la población al incrementar el índice de natalidad. Tanto Minamiuonuma como Tochikubo están en la prefectura Niigata, la cual se espera que será golpeada más fuertemente por el declive en población. Masuda —el gobernador de Iwate— pronosticó que para 2040, Niigata perderá un 40% de sus mujeres de entre 20 y 40 años. Visité la División de Tácticas Defensivas en contra del Índice de Natalidad Decreciente en Niigata. Se encuentra en una oficina pequeña con vista al mar en uno de los pocos edificios altos de la Ciudad Niigata. Yukiko Tamaki, directora de la División, me dijo que Niigata patrocina eventos de emparejamiento para sus jóvenes y hasta invitó a una empresa de emparejamiento que viniera a emparejar hombres rurales con mujeres viviendo en ciudades como Tokio. “Para nuestra división, una de las cosas más importantes es formar parejas”, me dijo. El índice de fertilidad de mujeres en Niigata se ha caído de casi cuatro bebés por mujer en 1950 a 1.43 bebés por mujer en años más recientes.

Las mujeres en Niigata quieren más bebés, me dijo Tamaki. Una encuesta realizada por la prefectura encontró que en promedio las mujeres quieren 2.4 niños, pero tienen 1.8. Entonces Niigata se está centrando en hacer que sea más fácil para las mujeres tener bebés y seguir trabajando. La prefectura está dando certificaciones para las empresas que tienen buenas políticas de licencia parental con la esperanza de que hacer esto motivará a las empresas a ser más flexibles, pero en realidad no tiene ninguna verdadera influencia sobre lo que deciden las empresas. Y está reduciendo pagos de interés para familias que toman préstamos para pagar por la educación de sus hijos. Pero la prefectura no ha tenido un incremento significativo en matrimonios ni en nacimientos. Cuando les pregunté sobre apoyar nacimientos fuera del matrimonio, las autoridades me dijeron que tal cosa no sería aceptable en Japón. Incluso decirles a parejas que se casen no necesariamente es bien recibido por ellos. “Somos el sector público. Es difícil para nosotros decir ‘debes casarte lo antes posible, ya eres lo suficientemente madura para tener bebés’”, dijo Tamaki.

A no ser que haya un cambio radical, ¿qué pueden hacer estos pueblos? Algunos simplemente están tratando de adaptarse a la nueva realidad. Sin embargo, las posibilidades de ‘adaptarse’ parecen ser bastante nefastas… más sacrificio que triunfo. Por ejemplo, Yubari es un pueblo en la isla norteña de Hokkaido. Perdió un 90% de su población entre 1960 y 2014 y se declaró en bancarrota en 2007. Desde entonces, ha reducido drásticamente los servicios como autobuses públicos y remoción de nieve, ha fusionado escuelas, ha despedido a empleados del gobierno y ha reducido fondos para parques públicos. Reubicó a residentes de vivienda pública que estaba en las periferias del pueblo a unos departamentos cerca del centro de la ciudad. “La población no es todo”, le dijo a Bloomberg el alcalde de pueblo en una entrevista el año pasado.


En algunos lugares, la adaptación ha significado que los ancianos están trabajando durante más tiempo o bien están asumiendo papeles como cuidadores para personas aún más viejas. Por ejemplo, en Tochikubo las personas que quizás hubieran querido jubilarse a los 65 años aún están labrando la tierra a los 75 años. Los adultos mayores como Kensaku Fueki —cuyas tres hijas viven en Tokio— siguen trepándose en sus techos todos los inviernos para remover nieve para asegurar que sus casas no se derrumben (el año pasado, un hombre de 80 años murió en Tochikubo después de sufrir un ataque cardíaco cuando estaba quitando nieve). Los septuagenarios como Fueki y su esposa Kura cuidan a los octogenarios como su vecina Ayako Kuwabara, una mujer de cabello blanco que conocí mientras que empezaba su paseo diario por todo el pueblo. “En sociedades que están envejeciendo, nuestro entendimiento completo de lo que significa ser anciano tiene que ser ajustado hacia arriba y acomodado”, me dijo Richard Jackson, presidente del Global Aging Institute. “Sesenta son los nuevos cuarenta. La pregunta es: ¿los ochenta se convertirán en los nuevos 60?”.

Kensaku Fueki y su esposa Kura no están preocupados sobre que envejecimiento en sí. Aún pueden conducir y no tienen dificultades en seguir con sus vidas diarias. Lo que más les preocupa es la desaparición de una forma de vida, que ningún joven vendrá a la aldea para aprender a cultivar arroz sin máquinas o tejer tela o hacer sake. “Es difícil para nosotros pasarle el conocimiento a la generación más joven”, me dijo Fueki.

Pero también están enfrentando al futuro al reconocer que su propia desaparición —o la de su pueblo— no es el fin del mundo. Entre los aparatos para medir la presión y los dispensadores de píldoras en la mesa de su cocina están los papeles que han empezado a redactar. Recientemente empezaron discusiones sobre fin de vida con sus hijas para decidir qué hacer con su casa y su propiedad, dado que sus hijos no quieren vivir en Tochikubo. Decidieron que ya no tiene caso tratar de mantener a su casa después de sus muertes: los costos de mantenimiento son altos y sin que alguien que pueda quitar la nieve del techo, con el tiempo se derrumbará. En cambio, planean pagar para que se demuela su casa después de que se mueran, regresando ésta y un pedazo pequeño de su aldea a la tierra.

Este artículo fue publicado originalmente en inglés en The Atlantic y en CityLab.com. La investigación es parte de una serie respaldada por el Abe Fellowship for Journalists, una subvención para el periodismo del Social Science Research Council y el Japan Foundation Center for Global Partnership.

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