La crisis silencia la noche de Caracas

Caracas llegó a ser la ciudad que no dormía. De noche era común ir de un lugar a otro hasta el amanecer y cerrar la fiesta en las areperas que trabajaban 24 horas. De aquella época, hoy sólo quedan buenos recuerdos. Para las nuevas generaciones las alternativas se redujeron a la casa de sus amigos, donde cada quien aporta bebida, comida y, de ser posible, hasta el agua o el papel higiénico.
“La vida nocturna en Caracas ha cambiado mucho”, comenta “Toto” Aguerrevere, abogado y conocido socialité. “La capital estaba llena de opciones”. Recuerda que en 2002 podía salir a un restaurante, luego ir a una función de medianoche en un cine, seguir en un bar y terminar en una discoteca. “La ciudad se ha encerrado, porque la inseguridad –que siempre ha existido- está a nivel de paranoia y los costos obligan a la gente a pensar antes de salir. La tendencia es a ser menos espontáneos y a planificar más”.
En la noche, el miedo es palpable. Después de las ocho, las calles se muestran desoladas, en una especie de “toque de queda” implícito. Y todo esto con razón: en 2015, se registraron 3,946 homicidios, lo que representa una tasa de 119.87 muertes por cada 100 mil habitantes. Caracas pasó a ser la ciudad con la tasa de homicidio más alta del mundo, de acuerdo con el informe de la organización civil mexicana Seguridad, Justicia y Paz.
A este diagnóstico de inseguridad se suman los conocidos problemas económicos, que llevaron al presidente Nicolás Maduro a declarar estado de emergencia. Los números no resultan favorables : el Fondo Monetario Internacional pronosticó para este año una inflación de 720% y una contracción de la economía de un 8%.
En este escenario poco alentador , los centros comerciales se convirtieron en los espacios más seguros y accesibles para disfrutar de algún entretenimiento. Allí se refugiaron quienes deseaban complacer su gusto de ir al cine, al teatro o simplemente cenar en un restaurante. Hasta que, en febrero, el gobierno ordenó que los establecimientos debían trabajar en horario restringido de 12 del mediodía hasta las 7 de la noche, para ahorrar energía eléctrica. Esto acabó con una de las pocas opciones económicas que aún sobrevivían".
En consecuencia, la dinámica nocturna de la ciudad cambió. Quienes gustaban de ir al cine ahora descargan películas en internet o se han vuelto más adictos que antes a las series de televisión. Los eventos o conciertos se adelantaron a las 5 de la tarde. Las fiestas privadas han proliferado y se han vuelto más exigentes en la selección de los invitados. Las bodas han dejado de ser un compromiso social y se convirtieron en las verdaderas rumbas caraqueñas. Las reuniones en casa de los amigos comienzan a las 12 del mediodía los fines de semana y, si la fiesta se extiende, los invitados prefieren dormir donde el anfitrión o seguir la conversa hasta las 6 am. De una u otra manera, cada quien se las ha ingeniado para no perder lo que queda de su vida social.
“Las visitas a los locales nocturnos se hicieron más esporádicas, debido a los altos costos, la inseguridad y el cambio de ambiente en las discotecas”, afirma Alexandra Rebolledo Cammarano, de 25 años. “Después optamos por ir a los chinos donde la cerveza solía ser más barata o ‘rumbear’ en casa de los amigos, pero ahora ni eso, porque una bolsa de snack te cuesta un día de trabajo y ni hablar de la bebidas”. Rebolledo ahora intenta ir a eventos diurnos y gratuitos, para mantener su mente despejada, pero preferiría poder ir al teatro o al cine. “Y eso hace mucha falta porque es parte de ser joven”, agregó.
Esta situación es totalmente opuesta a la tendencia mundial, la que apunta a crear las llamadas ‘Ciudades 24 horas’, donde las autoridades reconocen la necesidad de incentivar la vida de noche. Ámsterdam fue la primera en nombrar un alcalde nocturno, y otras ciudades como París y Bruselas también han seguido sus pasos. En América Latina, Cali (Colombia) se sumó a esta iniciativa, con la idea de mejorar la seguridad, ampliar la oferta tanto turística como cultural y promover la creación de empleo.
“Los espacios nocturnos desempeñan un papel importante como lugar de encuentro para comunidades y movimientos artísticos”, explica Andreina Seijas, investigadora del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), quien no sólo se refiere a bares y discotecas, sino también a plazas, canchas y bibliotecas. “La calle es el único lugar donde todos somos iguales. En ese sentido, la solución para tener ciudades seguras no es escondernos en malls y ‘gated communities’ (conjuntos cerrados) sino recuperar el valor de la calle para romper barreras como la desconfianza y el miedo”.
¿El fin de la fiesta?
Las Mercedes ha sido siempre la zona de clubs y bares de Caracas. Aun cuando se abrieron otras discotecas en la ciudad, como en el Centro Comercial San Ignacio, y proliferaron otros bares en sectores como La Castellana, estos no lograron destronarlo. Por tanto, resulta ser un buen termómetro para medir la actividad nocturna en la capital. Basta un recorrido para observar que la cantidad de locales ha bajado, pero los que se mantienen siguen teniendo su público. Claro, a costa de hacer algunos cambios para sobrevivir.
La Quinta Bar abrió sus puertas hace seis años para atender a un cliente de un perfil más bohemio, que buscaba escuchar bandas en vivo. Funcionaba de martes a domingo y tenía una programación que incluía “martes de jazz” y “miércoles de salsa”. Hoy, su actividad se redujo a tres días a la semana y tuvo que adaptarse a las exigencias de un público, que a pesar de todas las circunstancias, no está dispuesto a dejar de salir.
“Entre 2012 y 2013, llegaron a tocar aquí hasta 350 bandas. Teníamos toques programados con cuatro meses de anticipación. Era perfecto como negocio”, afirma Sail Bartollozi, propietario del local. “Pero después de febrero de 2014, todo cambió. Nos fuimos a menos de 20% de la facturación y si lográbamos recibir a 180 personas era mucho, cuando antes lográbamos tener hasta 640 en rotación durante una noche”.
Los días temáticos salieron de programación. Tuvieron que bajar sus precios, sacrificar ganancias y ampliar la orientación del público. “La gente lo que está buscando son opciones económicas, seguras y sin muchas etiquetas de vestimenta. Pese a todo, aquí hay un público rumbero que no va a dejar de existir, porque esa es su pasión”, dice Bartollozi, quien antes ponía reggaetton casi al cierre del local, pero ahora tuvo que mantener a este popular ritmo sonando desde las nueve de la noche. “Y, contra todo pronóstico, ahora puedo recibir hasta 1,600 personas un jueves y 1,200, un viernes".
Ricardo Kurten, dueño de Le Club (un local clásico de 46 años), coincide en afirmar, que pese a todas las adversidades, la vida nocturna en la ciudad sobrevivirá. “La actividad en la noche se ha venido a menos en los últimos años. Muchos de nuestros socios se han ido del país. Y los que asisten, han cambiado sus hábitos de consumo, pues mientras antes preferían el whisky ahora optan por el ron”, explica Kurten.
En el caso de Le Club, se vieron obligados a dejar de prestar servicio los domingos y hoy funcionan sólo de jueves a sábado. “Pero aún así siempre hay público dispuesto a salir, porque hay una necesidad muy fuerte de drenar, de divertirse”, dice Kurten. “La gente, en estas circunstancias, necesita ese escape”.
Por eso no ha de extrañar que hayan abierto nuevos locales, como Buddha Bar, que se instaló en diciembre de 2015 en un lujoso espacio de más de 4 mil metros cuadrados, en Las Mercedes. De igual manera, otros se han negado a dejarse ganar por el miedo. Así han surgido alternativas como los jueves nocturnos del Centro de Arte Los Galpones, que ofrece una programación de 5 a 9 de la noche.
“Se han realizado cinco ediciones en lo que va de año y hemos tenido una gran afluencia de gente”, afirma Rodrigo Figueroa, organizador de la actividad, donde se combina música en vivo, exposiciones, cine y comida. El tema es que siguen siendo opciones escasas, esporádicas o con poca difusión que no logran crear un verdadero espacio de encuentro nocturno en la ciudad.
“Los caraqueños tienen una gran necesidad de esparcimiento, porque la noche acá quedó clausurada”, concluye Figueroa.