La verdadera causa de la crisis de opioides no es la mala economía

La devastadora epidemia de opioides es uno de los mayores problemas que hoy afronta Estados Unidos. Más de 2.5 millones de estadounidenses son en la actualidad adictos a potentes (mortales) opiáceos. Las muertes por consumo de drogas han crecido desde 2010. Tan solo el año pasado aumentaron en un 28%, es decir, cerca de 175 estadounidenses perdieron sus vidas diariamente por esta causa.
Una narrativa persistente, apoyada por un buen número de expertos, es que la epidemia es una consecuencia de la profundización de la desigualdad económica y geográfica, marcada por las llamadas “muertes producto de la desesperanza” que sobreviene con la falta de empleos bien remunerados de los que dependen familias enteras, tanto de clase media como trabajadora, grupos que luego, eventualmente, se abandonarían a las drogas como último recurso contra el dolor provocado por la penuria económica.
Un estudio reciente del Buró Nacional de Investigación Económica (NBER, por sus siglas en inglés) aporta evidencias de que las condiciones económicas adversas no explican, al menos no en lo fundamental, el consumo de drogas. El documento, de la autoría de Christopher Ruhm, de la Universidad de Virginia, afirma que la oferta de opiáceos es una causa de más peso que la desesperación misma.
Para concluirlo, el estudio compara datos de muertes por opioides con indicadores clave de condiciones económicas locales y la disponibilidad de estas drogas en distintos lugares. A su vez, también tiene en cuenta factores individuales que se asocian a las muertes por esta causa. Abarca la década y media que fue de 1999 a 2015, durante la que Estados Unidos vio un ascenso dramático de este tipo de fatalidades.
El estudio utiliza un conjunto de datos de gran escala relativos a las muertes por droga, basándose en certificados de defunción archivados en el Centro para el Control y la Prevención de Enfermedades. Las estadísticas incluyen información sobre muertes por sobredosis tanto de opioides prescritos como ilícitos, así como aquellas ocurridas por intoxicación, suicidios sin usar drogas y hepatopatía alcohólica. Para evaluar las condiciones económicas, la investigación analiza los datos a nivel nacional relativos a los ingresos, los precios de la vivienda, la tasa de desempleo, la pobreza y el comercio internacional. También incluye una serie de variables de control para una amplia gama de rasgos individuales vinculados a las muertes por consumo de opiáceos, tales como la raza, la etnia, el género y la educación.
El auge de las muertes de esta naturaleza en zonas severamente golpeadas de los Apalaches y el Cinturón del Óxido sugiere un nexo más cercano con la desesperación desatada por el declive económico. Y es cierto que los condados que experimentaron los declives más marcados durante el período investigado también vieron subir sus índices de muertes por consumo de opioides.
Sin embargo, la correlación resulta débil una vez que se controlan otros factores. Las condiciones económicas explican menos de un 10% del incremento de esas fatalidades, según el estudio en cuestión.
Quizás el principal cabo suelto que quede a la hora de buscar explicar, desde el factor de la angustia económica, el aumento de la cifra de muertes por opioides es el hecho de que la epidemia se intensificó desde 2010, es decir, incluso de la mano de la recuperación económica tras la Gran Recesión. Si la cuestión económica realmente estuvo detrás, deberíamos haber visto una disminución de las muertes conforme se creaban empleos nuevamente. Pero no la vimos: en realidad las muertes ligadas al consumo de opioides se han disparado en años recientes, como lo muestra la gráfica a continuación.
En el bienio 2007-2008, se verificaron puntos máximos tanto en las muertes provocadas por drogas prescritas como ilegales, coincidiendo con el estallido de la crisis y el inicio de la recesión. Pero si bien las muertes por opioides recetados comenzaron a estabilizarse y luego a disminuir cerca de 2010, las que sobrevinieron con el uso ilícito de ellos se desataron como una plaga, superando fácilmente los niveles de aquel bienio.
(Datos de NBER y Christopher Ruhm. Diseño de Madison McVeigh/CityLab)
El estudio asegura que es la creciente disponibilidad de los opioides ilegales lo que constituye el principal factor del repunte repentino (desde 2010) de las muertes por consumo de drogas. Esto, sostiene, se puede apreciar en un mayor índice de fatalidades en ciertos grupos poblacionales.
Cabe mencionar que hay otras explicaciones de por qué las drogas proscritas se expandieron desde 2010. En los años precedentes, los médicos recetaban fármacos como la Oxicodona (analgésico opioide) libremente para tratar el dolor crónico, especialmente en estados del Cinturón del Óxido y sureños. Hubo, entonces, quienes se volvieron adictos. En cambio, mientras la crisis se agravó, reguladores y profesionales de la salud comenzaron a restringir el a estos medicamentos. La medida generó un cambio de 180 grados en el proceso de consumo de drogas y tuvo un papel clave en el actual panorama de muertes por opioides.
Este cambio en el entorno de la distribución y el uso de drogas es el punto clave del estudio de Rhum. “Si las condiciones económicas son la causa principal de la fatal epidemia de drogas, no habría razones para esperar que estas modificaciones en la composición de la droga afectaran la distribución de los grupos demográficos ultimados por las sobredosis”, reza el informe. “En su lugar, las personas que se automedican por ‘desesperación’ habrían simplemente reorientado su atención a los tipos de droga disponibles últimamente”.
Pero el informe encuentra que ha habido significativos cambios en quiénes mueren por abuso de opioides durante el período estudiado. Mientras calaba la epidemia de opioides, el número de muertes por uso de drogas entre los blancos jóvenes se disparó. Al mismo tiempo, grupos que habían experimentado un mayor índice de muertes comenzaron a disminuir. Este cambio hacia una diversidad de grupos no se habría dado si la desesperación fuera el factor clave, aduce Rhum. “En pocas palabras, la fatal epidemia por sobredosis probablemente se deba más a problemas relativos a las propias drogas que a muertes por desesperación”.
El gráfico siguiente ilustra lo anterior, mostrando los alarmantes picos de muerte por consumo de opioides ilegales en hombres, adultos jóvenes y personas blancas, comenzando en torno a 2010 o 2011. La primera de las gráficas muestra una amplia divergencia en cuanto a muertes de hombres y mujeres por uso de sustancias prohibidas. Si bien los hombres siempre han fallecido a un ritmo mayor que las mujeres, note la enorme brecha en las muertes entre un género y otro desde alrededor de 2010.
(Datos de NBER y Christopher Ruhm. Diseño de Madison McVeigh/CityLab)
El segundo gráfico ilustra un patrón similar para los adultos entre 20 y 39 años. Una vez más, no solo vemos un repunte notable de opioides ilegales cerca de 2010, sino una brecha creciente entre los adultos jóvenes y otros grupos.
(Datos de NBER y Christopher Ruhm. Diseño de Madison McVeigh/CityLab)
El tercer gráfico nos permite ver la tendencia seguida por las personas blancas frente a afroestadounidenses, hispanos, y de otras razas.
(Datos de NBER y Christopher Ruhm. Diseño de Madison McVeigh/CityLab)
En todo caso, el estudio concluye que los mayores índices fatales entre estos grupos demográficos señalan a la creciente disponibilidad de estas drogas como la principal responsable de la epidemia. Esto no quiere decir que la desesperación económica no conduzca individualmente al uso/abuso de drogas. El miedo que sobreviene con la pérdida del empleo y la inseguridad económica seguramente pasa factura a muchos estadounidenses. Pero la verdad es que el consumo de drogas ha escalado mientras la economía se recupera, y mientras los opioides ilegales baratos se han vuelto más fáciles de hallar. No se trata ya de un problema intrínseco de las ciudades, como lo era en los sesentas y setentas. Hoy día, el uso de opioides se ha esparcido a pueblos pequeños, suburbios y áreas rurales.
Contener esta mortífera epidemia pasa tanto por controlar la oferta como la demanda. Del lado de la oferta, hay que frenar con mano dura el flujo de heroína en Estados Unidos y detener la prescripción excesiva de opioides, pues muchos luego siguen la pista a las drogas baratas y se enganchan. Del lado de la demanda, se impone una concientización acerca del uso de las drogas entre los grupos de mayor riesgo y el desarrollo de mejores tratamientos para los consumidores de opiáceos.
Ya viene siendo hora de dejar de achacarle esta epidemia a la ‘angustia económica’, y de comenzar a centrarse en refrenar la disponibilidad y el uso de estas peligrosas sustancias.
Este artículo fue publicado originalmente en inglés en CityLab.com.