“Cuando decidí ser libre, mi expareja pagó para que me mataran”: María Elena Ríos, la saxofonista mexicana que sobrevivió a un ataque con ácido
En 2019 sobreviví a una de las expresiones de violencia extrema más dolorosas: una agresión con ácido en la que quemaron más del 70% de mi cuerpo. Mi nombre es María Elena Ríos Ortiz, soy saxofonista y acabo de cumplir 30 años.
Desde el ataque, he tenido que transitar por todos los tipos de violencia, desde la revictimización física, digital, campañas de desprestigio y la vulneración de mis derechos humanos y los de mi familia.
Nací en el pueblo de Santo Domingo Tonalá, en el sureño estado mexicano de Oaxaca, y desde los 9 años tuve un o muy especial con la música. En este estado, cuando eres niño, solo puedes elegir dos tipos de pasatiempos: practicar un deporte, como fútbol o basquetbol, o ir a la banda municipal a aprender un instrumento musical.
Mis papás me llevaron a la banda municipal, en la que aprendí a tocar el saxofón y este vínculo con la música ya no se desprendió. Pero fue precisamente mi amor por la música uno de los múltiples conflictos por los que sufrí el ataque con ácido al que sobreviví.
A mi expareja, Juan Antonio Vera Carrizal, un político y empresario gasolinero del estado de Oaxaca, le causaba mucha molestia que yo fuera música. Uno de los síntomas patriarcales en una persona es cuando se sienten dueños de otra, especialmente de una mujer.
A mí la música me hace sentir muy libre, muy plena, feliz. Me hace sentir poderosa y completa. Eso no le gustaba a mi agresor. Por eso estuve sometida por casi dos años en una relación con él.
Voy a contar cómo escaló la violencia con mi agresor, pero no daré más detalles del ataque porque creo que es revictimizar.
“Tú eres mía, te tienes que vestir como yo diga”
Inicié una relación con Juan Antonio Vera Carrizal en la que las primeras semanas fueron de amabilidad, la primera etapa donde todo es bonito. Pero pronto se empezaron a presentar los primeros signos de violencia, en los que me decía: “tú eres mía”, “no vas a salir”, “te tienes que vestir como yo digo”, “no le puedes hablar a nadie más”, “cuando salgas me tienes que avisar y mandar la ubicación”.
Creo que eso ya no estuvo bien. Yo, de mi parte, no lo toleré, pero cuando me atreví a decir que no estaba a gusto y que eso no era correcto, me dijo que era mi decisión si quería dejarlo.
No me quedó de otra más que acceder a lo que él solicitaba, permitiéndole que se apropiara y fuera dueño de mi cuerpo, de mi vida, de mis pensamientos, de mis sentimientos, inactivándome hasta volverme una mujer sumisa.
Cuando yo decidí ser valiente, libre, recuperar mi vida, mi cuerpo y los espacios a los que yo aspiraba, fue cuando pagó para que me atacaran con ácido afuera de mi domicilio.
Estuve hospitalizada desde el día del ataque, el 9 de septiembre de 2019, hasta febrero de 2020 y, en ese proceso, tuve varias cirugías por la negligencia de los hospitales, porque en Oaxaca no hay médicos especialistas, no hay cuartos adecuados ni sanidad.
Esas condiciones provocaron que mis injertos de piel comenzaran a descomponerse. Yo recuerdo muy bien el hedor de mi cuerpo. Se estaba pudriendo.
Posteriormente me trasladaron a la Ciudad de México, pero el proceso me costó mucho trabajo, porque quedé desempleada.
“Yo quiero vivir, no quiero que me mate mi agresor”
Una nunca está preparada para luchar por justicia. Yo, en ningún momento, pensé que me iba a convertir en defensora de mis derechos, en activista o que iba a generar un pensamiento más allá de lo que me habían educado socialmente.
¿Cómo lo he hecho? Es una pregunta que ni yo puedo contestar. Lo único que puedo decir es que yo quiero vivir, no quiero que me mate mi agresor. Ahora me tengo que cuidar todo el tiempo de él.
Precisamente en este proceso de querer sobrevivir es cuando tu cuerpo o tu ser te obliga a actuar por inercia. Esa inercia es la que me ha sacado adelante y, desde luego, mis padres, que nunca me dejan.
Me siento muy triste cada vez que los vuelvo a ver porque sus ojos tienen tanta tristeza y yo lo que menos quiero es que estén tristes. Por eso sé que ellos van a estar menos tristes si me ven fuerte.
Han pasado tres años y medio desde el día del ataque, entre procesos de rehabilitación y reinserción social, pero desafortunadamente me sigo quedando con muchos deseos y tragos amargos en mi búsqueda por acceder a la justicia, cuando el poder judicial solamente espera al mejor postor para poder ejercer las leyes, según su perspectiva y a su modo.
Me he tenido que enfrentar a jueces, a magistrados, al propio presidente del Tribunal Superior de Justicia del estado de Oaxaca y, recientemente, a un juez de control debido a la burocracia y a los procesos desgastantes por los que las víctimas tienen que pasar en sus casos.
Es un desgaste emocional muy fuerte cuando decides llevar a cabo un proceso judicial. Hay días en que no duermo. Ni yo sé cómo Dios me ayuda a vivir cada día y a tener la capacidad de resolver una y otra situación.
En mi caso existe una asimetría de poder muy notoria entre mi agresor y yo, ya que él es empresario gasolinero. Su poder económico le permite tener una posición con el respaldo de políticos que aparentemente tienen favores que pagar.
Los amparos impuestos por mi agresor son inmediatamente atendidos por las autoridades pese a que yo he tenido que esperar meses para que el Tribunal Superior de Justicia del estado de Oaxaca me asigne una sala.
También se ha minimizado mi caso por el simple hecho de que, tras los ataques y luego de muchas cirugías y tratamientos, mejoró la calidad de mi piel. Ahora aseguran que mis lesiones no son tan graves, aunque definitivamente no volveré a ser la misma. Son lesiones que vulneran la vida y la dignidad de una mujer.
He tenido que soportar revictimización y ataques en redes sociales, especialmente por campañas de odio que impulsa mi agresor porque tiene dinero para pagarlas. Me han lastimado mucho en todos los sentidos. A mi familia también.
Así de extrema es esta violencia, una violencia que no se ha acabado de comprender porque desde el Código Penal se han reducido y minimizado. En México, estos ataques se consideran solamente lesiones con agentes químicos y no tentativa de feminicidio.
Para mí, estas agresiones con ácido buscan borrar a las mujeres por partida doble. La primera es cuando se sufre un ataque con cualquier agente químico, porque te borran de la vida; pero, si sobrevives, te borran la identidad.
Mujeres que llevaban mi tema a su mesa, con sus amigas, compartiendo, haciendo un café y para mí eso es muy importante porque en realidad yo siempre he dicho que, si estoy viva, es por otras mujeres.
Por el poder de mi agresor, la relación que él tiene con los gobiernos y la manera como yo lo he denunciado todo, sé que él ya me hubiera matado si no fuera por la atención que he recibido.
“No tengo planes ni a corto ni a largo plazo”
En medio de mi lucha personal, yo no pensé que mi caso fuera a repercutir en otras mujeres.
En días pasados fui al estado de Puebla y una joven me estaba esperando con unos documentos. Me contó que la despojaron de sus terrenos y la amenazaron con que, si sigue intentando recuperarlos, le van a echar ácido.
Siento culpa porque es tan podrido el poder judicial que, cuando yo he pedido justicia desde hace tres años, pienso que he caído en publicitar una manera de cómo atacar a una mujer.
A veces tengo un sentimiento de culpa, a veces esa responsabilidad y ese compromiso de no fallar.
¿Qué sigue para mí? Esa es una pregunta muy frecuente que me hacen, pero la verdad yo no tengo planes a corto ni a largo plazo porque no sé si, al salir, alguien me va a estar esperando y me va a hacer daño.
Solamente trato de vivir lo más provechoso y feliz que se pueda el día. No puedo hacer planes a futuro, que las cosas sucedan y tomarlas con agradecimiento.
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Actualmente María Elena Ríos sigue luchando para que dicten sentencia a su presunto agresor, quien a finales de enero fue puesto en arraigo domiciliario tras argumentar problemas de salud. Él asegura que es inocente, a pesar de que los presuntos autores materiales del ataque, dos trabajadores de construcción, confesaron que él y su hijo los contrataron.
En las últimas semanas se impulsó la llamada #LeyMalena, en honor a María Elena, un proyecto de ley que busca un cambio en las legislaciones mexicanas para prevenir y castigar los ataques con ácido no solo como lesiones, sino con cargos de feminicidio o tentativa de feminicidio y se convierta en uno de los delitos más graves en México, que daría hasta 40 años de prisión a los agresores, según el estado donde se aplique.
También busca reparación del daño a las víctimas y garantía de los derechos humanos a las sobrevivientes de estas agresiones.
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