La ilusión del cambio en Venezuela espera en un campamento: cientos de voluntarios se quedan varados en Cúcuta
CÚCUTA, Colombia.- Carolina Domínguez estaba convencida de que el plan de entrega de ayuda humanitaria del presidente interino Venezuela. Por eso, esta mujer de 34 años salió el jueves junto a grupo de amigos desde San Cristóbal (Táchira), dejó su carro en la localidad fronteriza de Ureña y cruzó el puente binacional a Cúcuta para participar en el concierto de recolección de fondos para su país y para apoyar el envío de camiones con alimentos e insumos médicos y de higiene.
Días después, Domínguez no puede creer que esté varada en un campamento improvisado en esa ciudad colombiana, lejos de su hija de 18 meses a la que dejó en San Cristóbal, y durmiendo en el suelo sobre cartones junto a decenas de sus compatriotas que, como ella, llegaron convocados por el llamado de ayuda del presidente interino.
“Anoche dormí en el piso teniendo cama y televisor allá”, lamentaba el domingo por la mañana. “Estoy sin palabras, no me esperaba esto. Yo pensaba que esto iba a tener un final feliz”. Aunque es licenciada en istración de empresas, en Venezuela Domínguez se busca la vida haciendo donas y tortas para vender.
La mujer llegó de voluntaria a Cúcuta tras inscribirse en ‘Voluntarios por Venezuela’, la web que abrió el equipo de Guaidó para quienes querían participar en la entrega y distribución de la ayuda humanitaria. Lo hizo pensando principalmente en el futuro de su hija y en un primo suyo que sufre de convulsiones y necesita medicamentos que no consigue en su país.
Pero después de que el sábado el gobierno de Nicolás Maduro reprimiera el intento del ingreso de la ayuda y frustrara el plan de la oposición para impulsar una transición en Venezuela, Domínguez espera junto a otros cientos de voluntarios en un campamento improvisado en un terreno privado a que reabran la frontera para poder regresar a su país.
El viernes, el gobierno de Maduro anunció el cierre de la frontera por tiempo indefinido. Bogotá también ordenó el cierre temporal de los puentes que unen Cúcuta con Táchira para evaluar los daños causados por la represión y este se extenderá hasta la medianoche de este 26 de febrero.
“No teníamos plan B si no entraba”
Frustradas por no haber podido llevar la ayuda a Venezuela y con menos esperanzas de que comience la transición que tanto desean, cientos de personas se vieron obligadas a buscar refugio el sábado en la ciudad colombiana después de que el intento de entrega de ayuda acabara con los voluntarios reprimidos en los puentes Simón Bolívar y Francisco de Paula Santander y con la tercera misión, en el puente de Tienditas, abortada por motivos de seguridad.
Domínguez llegó esa misma noche a la posada ‘La luz de la libertad’, como han llamado sus ocupantes al campamento que los voluntarios improvisaron cerca del puente de Tienditas, después de que otro terreno que usaron como base en días previos fuera cerrado porque, según les explicaron, se había acabado el contrato que los organizadores de la ayuda tenían con el dueño del lote.
Esa noche, los voluntarios durmieron en cartones colocados en el suelo bajo unos techos de paja, en un lugar que no tenía ni baños ni agua potable. Además, muchos estaban desesperados porque se habían quedado sin dinero, comida, ni ropa para cambiarse y tampoco podían ar a sus familias para decirles que estaban bien.
Desde la mañana del domingo, un goteo constante de voluntarios llegó para habilitar el lugar y ofrecerles agua, comida y asistencia médica a los venezolanos, entre los que había algunos de los casi 300 heridos que dejó la represión que enfrentaron quienes acompañaron la ayuda.
Defensa Civil de Colombia instaló dos toldos blancos bajo los que distribuye comida y ropa que reciben de donaciones y otro naranja que sirve de puesto de atención médica, además de baños portátiles y depósitos de agua potable.
En el campamento conviven madres como Carolina que sueñan con un mejor futuro para sus hijos; jóvenes de la resistencia que comenzaron a hacerle frente al gobierno de Maduro siendo adolescentes, en las guarimbas de 2014; pacientes con enfermedades crónicas que piden un país donde puedan tener a los tratamientos que necesitan; o funcionarios públicos que cruzaron la frontera y participaron en el resguardo de la ayuda, conscientes de que eso podría hacerles perder su empleo.
Entre estos últimos está Jorge, un empleado del Ministerio de Salud en Junín, estado Táchira, que el sábado salió en el segundo grupo con insumos hacia el puente Francisco de Paula Santander y fue alcanzado por una pedrada en la cabeza que le dejó un ojo hinchado y cuatro puntos de sutura, ahora cubiertos con una gasa.
Jorge está esperando a que vuelvan a abrir la frontera para regresar y, aunque confiesa tener miedo de perder su trabajo en un hospital público por apoyar la causa, dice que no dudaría en volver a defender el envío de insumos si se lo piden: “Si mañana toca ir otra vez a enfrentarse, yo voy otra vez porque es una ayuda para todos nosotros”, afirma.
Cruzar por la trocha
Con la frontera cerrada, la única opción para transitar entre Colombia y Venezuela por tierra son las trochas, los cruces no oficiales entre ambos países que son más peligrosos, ya que suelen estar controlados por grupos armados o contrabandistas que cobran peajes a quienes transitan por ellas.
Esa opción fue la que tomaron más de medio centenar de personas que salieron a primera hora de la tarde del domingo desde el puente Francisco de Paula Santander, que une Cúcuta con Ureña, mientras un grupo de jóvenes de la resistencia, no conformes con la instrucción del equipo de Guaidó de abortar la misión del envío de ayuda, aún combatía bajo el puente con grupos afines al gobierno de Maduro.
“Hay personas que trabajan, estudian, hay personas enfermas y tienen derecho a volver a su país. Cruzar la frontera y volver a nuestro país es nuestro derecho”, dijo antes de la salida del grupo José Rojas, uno de los voluntarios que organizó el regreso.
Entre los que se iban, había familias con niños y heridos de la represión. Antes de partir, muchos de ellos se acercaron a los policías colombianos que llevaban días protegiéndolos en los puentes para darles las gracias.
Tras pasar casi ocho horas en el camino y cruzar el río a pie, el grupo llegó a sus lugares de origen en el estado Táchira. Según Rojas, para hacer el viaje, Colombia les ofreció ayuda logística, mientras que del lado venezolano contaron con el apoyo de de la Fuerza Armada bolivariana que no están de acuerdo con lo que está haciendo Maduro.
"El cariño con que la gente nos recibía al llegar fue muy bonito", afirmó Rojas vía telefónica tras llegar a su casa pasada la medianoche del domingo.
"A los militares no los vemos como enemigos. Maduro tiene que tener en cuenta que la Fuerza Armada no está a favor de él", añadió el voluntario, quien asegura que muchos agentes venezolanos están en contra del gobernante pero no se atreven a desertar por miedo de cruzar la frontera.
Al igual que ellos, muchos de los que se han quedado varados tienen miedo pero, en su caso, de regresar. Algunos temen ser víctimas de más represión si las fuerzas de seguridad de Maduro o los colectivos armados los identifican como opositores, mientras que otras personas que nunca han cruzado por las trochas tienen miedo de hacerlo.
La esperanza varada en un campamento
No hay una cifra oficial de cuántas personas están afectadas por el cierre de la frontera. Armando Sánchez, de la Fundación Venezolanos en Cúcuta que ayudó a organizar el envío de la ayuda, calcula que podrían ser unas 4,000 personas varadas.
Solo en el campamento improvisado de Tienditas, el censo que llevó a cabo Defensa Civil registró 450 personas y hay otros albergues que los están acogiendo como el de Casa Venezuela que gestiona la organización de Sánchez y que generalmente asiste a los migrantes venezolanos en Cúcuta.
“Llegaron muchos heridos de perdigones del sábado y tuvimos que habilitar otro toldo médico”, explica. “Les dimos comida y atención médica”.
Aunque el domingo algunos voluntarios se quejaban de falta de información por parte de quienes los convocaron después de que fracasara el intento de envío de ayuda por parte del equipo de Guaidó, Sánchez asegura que Lester Toledo, quien es responsable internacional de la ayuda humanitaria, está al tanto de la situación y se comunica con las organizaciones que coordinan la asistencia a los que se quedaron varados.
Fuentes del equipo de Guaidó que prefirieron no ser citadas reconocen que existe preocupación por la situación de los voluntarios. Sin embargo, Univision Noticias ó a tres responsables de ese área para obtener más información y no obtuvo respuesta.
“No estamos decepcionados, pero estábamos tan seguros de que iba a entrar (la ayuda) que no teníamos un plan B por si no entraba”, asegura Edduar Calderón, un músico de 35 años que lleva más de 10 residiendo en Boston y que se quedó varado en la posada ‘La luz de la libertad’.
Junto a su hermano menor, Calderón decidió venir a Cúcuta cuando estaba visitando a su familia en Venezuela porque quería contribuir a un cambio y ahora no sabe cómo ni cuándo regresará a Maracaibo, donde viven sus padres.
La incertidumbre de quienes se han quedado varados y no pueden cruzar la frontera se une a la de no saber cuáles serán las siguientes acciones que llevarán a cabo como base de la oposición, donde una intervención armada sonaba entre muchos voluntarios como la mejor solución para que haya un cambio en el poder.
“Yo quiero que invadan, pero que no se metan con los venezolanos, que no haya enfrentamientos. Que vayan directo por Maduro, por Diosdado (Cabello, el número dos del chavismo)”, afirma en el campamento Carolina Domínguez.
“Ya dimos el primer paso y no podemos echar para atrás”, afirma por su parte Samiels Rojas, un joven de 22 años, originario de Mérida.
El opositor Lorent Saleh, quien colabora en el equipo de relaciones internacionales de Guaidó reconoce que existe frustración en las filas de la resistencia a Maduro.
“Se quiere hacer y avanzar pero hay tiempos que no nos podemos saltar”, afirmó Saleh el domingo cuando fue a visitar a quienes se habían quedado varados en el campamento. “Estamos entrando en una nueva etapa a partir de lo del sábado y se tiene que asumir que hace falta el apoyo internacional y la fuerza internacional para poder garantizar la vida y la salud de los millones de venezolanos que están allí. Es un tema de responsabilidad humanitaria”.
El opositor dice no estar de acuerdo en una posible intervención militar extranjera, algo que, al contrario de lo que muchos venezolanos en Cúcuta deseaban, no se planteó en la reunión del Grupo de Lima de este lunes en Bogotá.
“Las personas están un poquito cabizbajas. La gente no sabe qué hacer. Estamos aquí encerrados y mucha gente piensa que fue para nada”, afirma Edduar Calderón desde el campamento de Tienditas.
Allí, en los corrillos que se forman entre los voluntarios, las preguntas son más que las respuestas.
“¿Y eso va a quedar impune?, ¿quién va a pagar por los muertos?”, se pregunta Pedro Antonio Ravelo en referencia a los al menos cuatro fallecidos que dejó la represión al ingreso de la ayuda en la frontera con Brasil. El hombre menudo y de pelo blanco cubierto por una gorra es un comerciante informal de 48 años que cruzó la frontera desde Táchira con una caja de mangos para venderlos en el concierto del viernes y se quedó de voluntario para regresar con la ayuda el sábado, pero acabó varado en el campamento.
“El viejo Maduro con reírse tiene suficiente, pero aquí seguimos nosotros”, le responde Rosa Duarte, una abuela de 62 años que llegó a Cúcuta desde San Cristóbal para apoyar el ingreso de la ayuda humanitaria que cree que tanto necesita su país. “Allí el sueldo solo alcanza para un aceite o un kilo de arroz. Si compra una docena de huevos, no le alcanza para más”.