Gano un dólar al día y tengo para comer: soy un privilegiado en medio de la hiperinflación de Venezuela
CARACAS, Venezuela.- Mis ingresos mensuales de diciembre de 2015 no me alcanzarían hoy para comprar 100 gramos de chocolate. Con lo que ganaba en julio de 2016 no podría adquirir un 'cartón' de huevos de 30 unidades. Mis honorarios profesionales de noviembre de 2016 no serían ya suficientes en noviembre de 2017 para pagar un kilo de pan de jamón, plato típico navideño venezolano. Incluso, lo que cobré el pasado septiembre hoy sólo equivale a dos frascos de colirio de 15 mililitros que necesito por prescripción médica.
Paradójicamente, hoy gano mucho más de lo que ganaba antes y 2017 es el año en que he tenido más dinero en mi cuenta bancaria en toda mi vida. Sin embargo, nunca me he sentido más pobre y con menos capacidad adquisitiva real.
El pasado 2 de noviembre, la firma asesora Econométrica oficializó lo que los venezolanos ya sabíamos: que cruzamos el umbral teórico que separa a una inflación muy alta de una hiperinflación.
Un día antes, el presidente Nicolás Maduro había lanzado un nuevo billete de 100,000 bolívares fuertes. Un año antes, en diciembre de 2016, el billete de mayor denominación en el cono monetario era de 100 bolívares fuertes. En menos de una década, la economía socialista ha vuelto a recuperar con creces los tres ceros que le quitó a la moneda venezolana, el bolívar, en la reconversión monetaria decretada en enero de 2008, donde la rebautizaron como "bolívar fuerte".
¿Cómo es vivir en hiperinflación? Empecemos por lo que tengo más a mano: la mensualidad de la conexión de Internet que me permite enviar este texto desde Venezuela al resto del mundo. La factura de octubre costó 755 bolívares. La de noviembre, 11,200 bolívares. Es decir: en un mes, un aumento de 1,382%.
Y sin embargo, no es el ejemplo más adecuado, pues se trató de un alza concertada entre el gobierno y la operadora telefónica privada, después de que las tarifas estuvieran artificialmente congeladas durante más de dos años. Parece un enorme aumento, pero 11,200 bolívares no es más que una fracción de dólar (0.25 centavos), al cambio de la tasa paralela vigente para el domingo 5 de noviembre (Bs 44,347). Un auténtico regalo comparado con los más de 10 dólares que se pagan en Bolivia o Colombia por el mismo servicio. Aún después de este aumento, la operadora telefónica seguirá trabajando a pérdida.
Pertenezco a una diminuta minoría de privilegiados: conseguí un trabajo con un pequeño ingreso en moneda extranjera que durará, al menos, hasta mayo del año próximo. Me pagan solo 30 dólares, pero es el triple de lo que me puede pagar cualquier empresa venezolana en bolívares. Y es suficiente para cubrir la alimentación de mi familia: vivo con dos padres de edad avanzada en el apartamento de ellos. No tengo automóvil. No compro zapatos o ropa desde el año 2013. Renové por última vez el disco duro de mi PC en 2007 y estiro el final de su vida útil. El Smartphone chino, mi posesión más valiosa, es de 2014 y su batería hoy sólo dura una hora.
Antes de eso, estuve en zona de hambre: entre agosto y octubre comí dos veces al día, a pesar de ser un profesional relativamente reconocido en mi área de desempeño. Muchos otros venezolanos subsisten con dos, tres o más trabajos. La organización Bitcoin Venezuela calcula que más de 100,000 compatriotas obtienen ingresos en criptomonedas, todavía una zona gris en la legislación chavista.
No se vislumbra perspectiva alguna de cambio político (y por tanto de política económica) ni siquiera a mediano plazo. Vivir en hiperinflación, en el fondo, tiene algo de la filosofía del budismo: el pasado ya no es referencia y el futuro es preferible no imaginarlo. Sólo queda tratar de comprar todo lo que se pueda hoy, porque siempre será más barato que mañana. El FMI calcula una inflación de 2,349% para Venezuela en 2018, la más alta del planeta.
Precios con vida propia
La hiperinflación es un estado mental. Genera un enorme desaliento. 9 de cada 10 conversaciones que captas en la calle giran en torno al tema de los precios. Si tratas de verlo por el lado positivo, te hace desarrollar flexibilidad, capacidad de adaptación y pequeñas alegrías por algunos descubrimientos.
El pasado septiembre conseguí en oferta, en una librería escondida del casco histórico de Caracas, un libro sobre arroces de Armando Scannone —nuestro maestro gastronómico más reconocido— y era más barato que un kilo de arroz.
Compro la carne para mis padres (soy ovo-lacto-vegetariano) en un mercado callejero a cielo abierto que se instala los sábados en la Avenida Panteón, una arteria vial del noroeste de Caracas. El 7 de octubre pagué 38,000 bolívares por un kilo de bistec de res. Pasé dos semanas sin comprar y, para el 21 de octubre, había aumentado a 65,000 bolívares (62%).
El sábado siguiente ya no había carne. El gobierno decretó un precio regulado de 40,000 bolívares por kilo y envió fiscales, policías y militares a multar, encarcelar o decomisar el producto a los que comercializaran carne de res por un precio mayor. Resultado: los comerciantes prefirieron no vender a pérdida. El domingo 5 de noviembre conseguí bistec de cerdo a 50,000 bolívares en otro mercado callejero, el de Caño Amarillo (Oeste de Caracas), lo que consideré una generosa ganga.
Tenía un mes sin comprar un puñado de ajo. Pasó de 1,000 bolívares a 8,000. La sensación que te queda es que los precios tienen vida propia, como un cáncer no detectado que ha hecho metástasis o cuando descuidas un paquete de arroz abierto sin refrigerar y le brotan gusanitos.
La quiebra del vendedor de huevos
La hiperinflación en Venezuela se agrava por otro componente: la escasez de efectivo. Ocurre la paradoja de que, aunque tengas bolívares en el banco para gastar, no puedes usarlos. Maduro creó un nuevo billete de 100,000 bolívares sin haber impreso nunca uno de 50,000, pero el tope máximo de retiro al día en un banco el sector privado suele ser de 10,000 bolívares.
El joven que vendía huevos en la esquina de mi casa quebró por ese motivo: 30 huevos costaban alrededor de 6,500 bolívares en enero. Ahora superan los 55,000 bolívares y casi nadie carga encima esa cantidad de efectivo. La solución es el uso del “punto de venta” para dinero electrónico, estimulado por el gobierno, pero la adquisición del dispositivo puede costar hasta 14 salarios mínimos.
Gasolina por 0,0001 dólares
Al mismo tiempo, gozas de unos pocos subsidios totalmente absurdos. Un litro de gasolina de 95 octanos cuesta 6 bolívares (0.0001 dólares). Un boleto del Metro de Caracas, 4 bolívares. Las monedas metálicas con las que se pagaban esos montos han dejado ya de circular. Sólo tenemos papel moneda hoy en Venezuela. No vale la pena siquiera esperar el cambio por un billete de los de más baja denominación (10 o 20 bolívares).
La caja mensual de ayuda con alimentos (principalmente harina de maíz, leche en polvo, aceite, arroz y granos) que distribuye el gobierno, y que le resultó crucial para el triunfo en las elecciones regionales del 15 de octubre, también cuesta una fracción del dólar paralelo.
Se acabó María Moñitos
Este domingo me acerqué al mercado callejero de Caño Amarillo no para entrevistar, sino simplemente escuchar a la gente. Y capté un diálogo como éste:
“Aquí está muriendo mucha gente de hambre gratis”, dice una dama que compra pescado. “En la guerra de Independencia también murió mucha gente”, le responde un simpatizante del gobierno. “Sí, pero al menos esos murieron por una causa”, le replica la joven.
“La sardina. ¿Sabe cómo la vendía yo hace dos meses? A 1,000 bolívares el kilo. Ahora está en 7,500 bolívares. ¿Quién puede con eso?”, casi llora un comerciante. “Por 1,000 bolívares ya no vas a conseguir nada”, contrapuntea un vendedor de verduras que no tiene ya ningún manojo de hierbas por debajo de los 3,000 bolívares. “¿Sólo efectivo? Efectivo ya no hay”, se burla la clienta de un “buhonero” (vendedor informal) que no tiene punto de venta. “La policía nos obliga a vender barato. Nos quita la mercancía, pero no para dársela a la gente, sino para llevársela ellos a sus casas”, lamenta una detallista de productos caseros de limpieza para el hogar.
“¿Recuerdas la canción (popular infantil) que decía ‘ María Moñitos me convidó a comer plátano con arroz’? Bueno, ya eso es un lujo que nadie puede convidar. Todo eso se acabó en este país”, reflexiona un hombre de edad madura.