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América Latina

    El ciclo sin fin de la violencia en Venezuela

    En esta serie de retratos el fotoperiodista venezolano Alejandro Cegarra se acerca a víctimas y victimarios de la guerra no declarada que existe en su país, actualmente en una profunda crisis económica y política. Estas fotografías forman parte de un proyecto financiado por la Fundación Magnum a través de la beca Emergency Fund, que apoya a fotógrafos comprometidos en documentar temas sociales.
    28 Oct 2016 – 12:02 PM EDT
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    Estos relatos, ligados por la tragedia y la indiferencia, sucedieron y siguen sucediendo en los barrios escalonados al suroeste de Caracas, entre Carapita y Antimano, barrios que al ojo no entrenado lucen como uno solo pero que tienen fronteras que solo los locales saben donde empiezan y terminan.

    Fueron tres visitas muy puntuales. La llamada de un compañero que vive en el barrio me ayudó a encontrar estos casos que la vida cotidiana se encarga de esconder y a los que de otra forma nadie les prestaría atención.

    Cantalicia Ramos
    La primera vez llegamos a Antímano, bien arriba en la montaña. Subimos en mi carro. La ventaja de tener un Renault Twingo destartalado es que nadie lo quiere robar. Al llegar, Cantalicia me esperaba con una sonrisa. Fueron casi dos horas escuchando como su hijo fue asesinado a pocos metros de su casa. Su relato me rompió el alma.

    Kevin quería estudiar pero no tenía cómo, y a falta de trabajo y estudios se dedicó a hacerse un nombre en la calle. No llevaba mucho cuando alguien se hizo un nombre a costa de él. Kevin dejó una hija huérfana producto de malas decisiones.

    Cantalicia Ramos perdió a su hijo Kevin porque él se negaba a que sus 'colegas' (de malas andanzas) robaran dentro del mismo barrio. Hay códigos que algunos delincuentes siguen respetando. Otros no.

    Alguien del vecindario 'pasó el dato' de dónde estaba. Murió el 29 de enero de este año a manos del “Chuky” cuando llegaba a su casa de un matiné. El almuerzo aún lo esperaba.

    Su madre hace una pausa entre las lágrimas y trae a una bebé, la hija de Kevin. Ella es lo único que le queda de él. Eso y algunas prendas de ropa.

    Yanet Flores
    Yanet Flores ve la foto de su hija, le dice "te extraño" y se sienta a hablar. Carolina murió asesinada, no por estar en el lugar y momento equivocados, sino por estar con la persona equivocada. Fue justo frente a su casa, cerca de las 8 de la noche.

    Se montó de pasajera en la moto de alguien que tenía "asuntos pendientes" en ese barrio. La ráfaga de tiros no distinguió entre buenos y malos. Carolina se fue sin saber qué había pasado.

    Yo no esperaba esa llamada ni la historia de Yanet. Mi compañero, el que me lleva a esos sitios donde a la policía no le gusta ir, me advirtió que debíamos entrar y salir rápido. Si me da miedo andar por mi casa de noche se imaginarán lo que me causa ver el sol caer en un barrio al oeste de Caracas.

    Yanet es bajita y tiene el cabello gris, los años no han sido amables con ella. Me contó entre lágrimas y recortes de periódico el caso de su hija que por mera casualidad, tal como el hijo de Cantalicia, murió a pocos metros de su casa. En la jerga policial dicen que “quedó en fuego cruzado”. Ella todavía no se perdona no haber salido inmediatamente al escuchar los disparos. Solo pensó que era otro tiroteo más.

    Frente a El Paraíso, urbanización donde alguna vez estuvieron las casonas más elegantes de Caracas, hoy de clase media y plena de edificios, se extiende este gigantesco barrio popular entre Carapita y Antímano. Allí siguen naciendo y creciendo muchos, como los tres hermanos de Carolina Rojas, la hija de Yanet que murió abaleada.

    Allí también nació y creció 'El jhonny'.

    'El Jhonny'
    El reino de este delincuente caraqueño queda muy cerca de donde viven Cantalicia y Yanet, pero no es el mismo lugar. Él es de otra banda. Lo conocí en la tercera visita, la más tensa. Esta vez no llegué en mi carro, llamé a un mototaxi de confianza. Esperamos en la avenida, en la parte baja del barrio, a que nos dieran la "luz verde" para subir.

    Con una hora de retraso, a las 6 de la tarde nos dieron permiso para entrar. Pasamos la alcabala de la policía , una recta extremadamente empinada, dos cruces a la izquierda y ahí un muchacho estaba viéndonos llegar.

    Yender, mi hombre del lugar, me advierte que ese es uno de ellos. Sin mediar palabras me pregunta qué quiero. Le explico. Me revisa los bolsillos, bolso, me pide que me suba la camisa y exige la clave de mi celular. Lee todos mis mensajes y ve mis últimas llamadas.

    En ese momento ya estaba muerto del miedo. Me da paso a una casa con las ventanas tapadas por madera, con la luz apagada. No se veía nada. Alguien me habla, carga la escopeta con ese característico traqueteo, me intimida, me amenaza, me demuestra quién es el que está a cargo en la situación.

    Me reciben con chaleco antibalas, la cara tapada y escopeta en mano. Me saluda la personificación de la muerte y me pide que lo llame 'El Jhonny'. En un ataque de sinceridad reconoce que la falta de apoyo de sus padres lo llevó a malandro, que nunca supo hacer otra cosa.

    Me sorprende con qué facilidad lo ite y lo asimila.

    Me cuenta entre risas cómo mataron a alguien poniéndolo a bailar a punta de balas. Es decir, disparando al piso, hacia los pies, como en las películas. Jhonny deja de reír cuando se dio cuenta que yo no lo hacía, o por lo menos no sinceramente.

    Se pone una camisa en forma de capucha en la cara y prende la luz. La escopeta es más grande que él. Saco dos botellas de ron barato que traje, según me aconsejaron. Con un sonoro "¡aaah, así sí!" se quita la capucha, destapa el ron y bebe.

    Hablamos unos 15 minutos. Mis nervios se notan, sobre todo porque mi salida depende de si al malandro de la puerta no le causaban sospechas los mensajes en mi celular.

    'El Jhonny' no habla con el tono y la típica jerga del delincuente caraqueño, pero le falta vocabulario. Tiene 25 años. Los hombres como él no suelen llegar a los 40. Me recuerda un poco a mí, tal vez por la edad. La diferencia es que él dispara para matar y yo disparo para publicar.

    Jhonny muestra un atisbo de cordura, dice que odiaría ver a su hijo convertirse en él. Piensa que si lo asesinan su hijo será como él, crecerá sin el apoyo de su padre y con el rencor de la muerte.

    ¿No vas a tomar la foto? Tú si eres curioso. Esa fue mi señal, tenía tanto miedo que me costó componer. 'El Jhonny' no quería dejarse hacer la foto, prefería que lo hiciera solo a sus compañeros/guardaespaldas.

    Pero se animó y quiso recordar su poderío. Cual macho alfa apuntó su escopeta hacia mí.

    Al terminar me fui lo más pronto posible. Aún temblaba. Al ir a la boca del lobo muchas cosas pudieron haber salido mal. A 'El Jhonny' le da miedo morir y por eso anda con un chaleco antibalas y dos escoltas en todo momento. Tiene familia, una esposa y un hijo.

    Cuando él mata deja huérfanos, viudas, dolientes.

    Saúl
    Las heridas en el rostro de Saúl delatan su violento pasado.

    Canta todos los miércoles y domingos en la iglesia 'Liberados en marcha', de exconvictos para exconvictos que quieren reformarse.

    Saúl canta buscando redención, pagó 25 años de prisión por asesinato y dice que desde que encontró a Dios se arrepiente todos los días.


    La hija de Kevin

    Ella es la nieta de Cantalicia, juega con la foto de su papá que acaba de morir y es un número más en las estadísticas de violencia. Crecerá sin padre en el barrio y serán pocas las opciones para salir de allí.

    Estos relatos se repiten una y otra y otra vez en cada barrio pobre de la ciudad. Si existen los siete círculos del infierno, estoy seguro de que Caracas está en uno de ellos. Es un ciclo sin fin.


    Nota: Según el Observatorio Venezolano de Violencia, desde 1999 hasta mayo de 2015 se registraron 252,073 muertes violentas. 27,875 de estas ocurrieron en 2015, lo que da como resultado una tasa de homicidios de 90 por cada 100,000 habitantes, la segunda de América después de El Salvador. Solo dos de cada 10 crímenes cometidos en Venezuela son investigados y juzgados, y apenas uno recibe condena.


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