"Aquí no hay ni para hacer una sutura": imágenes de un hospital venezolano en decadencia
CARACAS, Venezuela.- El servicio de pediatría del hospital Victorino Santaella, ubicado a 18 millas de Caracas, registró 16 fallecimientos de niños menores de 1 año entre enero y agosto de 2016. Alarmados por la estadística, médicos y enfermeras de este centro sostienen que cada una de esas muertes refleja el deterioro del sistema de salud pública y la crisis económica que golpea a Venezuela.
“Eran bebés con desnutrición y deshidratación, hijos de madres mal alimentadas”, cuenta una doctora que conoció los casos. La institución que trató de sanarlos también está debilitada. Carece de los insumos básicos para cumplir con su función: salvar vidas. No se trata solamente de la falta de equipos o medicamentos costosos, sino incluso de la escasez de alcohol, catéteres e inyectadoras, materiales básicos para auxiliar a los pacientes.
El hospital Victorino Santaella está ubicado en Los Teques, estado Miranda, y es un centro de referencia nacional que cubre todas las especialidades, cuenta con cerca de 500 camas y, según los cálculos oficiales, atiende a unos 10,000 pacientes al mes. A finales de 2015, el gobierno del presidente Nicolás Maduro anunció una inversión millonaria para renovar su infraestructura. En esa oportunidad, el viceministro de Hospitales, Francisco Hernández, itió que ninguno de sus 18 ascensores prestaba servicio y que el tomógrafo acumulaba 22 meses fuera de funcionamiento por fallas con la electricidad.
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Un niño descansa luego de ser operado de una apendicitis que se agravó como peritonitis. Padecía desnutrición crónica y su familia no podía comprar la comida o las medicinas que el hospital no proveía durante su hospitalización.
A pesar de los anuncios y promesas oficiales, una enfermera afirma que el hospital está al borde del “cierre técnico”. “Hemos estado cinco meses con solo tres tipos de antibióticos que no sirven para todas las patologías. No tenemos antialérgicos, medicamentos para nebulizar, calmantes fuertes, jeringas, guantes y equipos para suministrar antibióticos”, enumera. Hasta la nevera de su pequeña oficina está dañada. También reclama que contraten a más colegas.
“A veces se queda una sola enfermera para 15 o 20 pacientes durante toda noche. Así es muy difícil trabajar”, se queja y muestra sus ojeras.
La Federación Médica Venezolana informó en noviembre pasado que 95% de los hospitales del país enfrenta fallas graves de insumos y medicamentos básicos. Un informe que presentó la ONG Transparencia Venezuela ante la Organización de Naciones Unidas (ONU) señala que 60% de los equipos utilizados para diagnóstico y tratamiento en el sector público está “paralizado”, y que la inversión del gobierno chavista en el área de salud tuvo una disminución en términos reales de 62% con respecto a 2015.
Los porcentajes se traducen en vidas perdidas. La tasa de mortalidad infantil se ubicó en 18.61 por cada mil nacidos vivos, índice similar al que registró el país a mediados del siglo pasado; al tiempo que la mortalidad materna ascendió a 130.70 por cada 100,000 nacidos vivos, de acuerdo con los datos oficiales recogidos y expuestos ante la ONU por Transparencia Venezuela.
Enfermos y con hambre
Yujeisi Bello debería estar en un aula intentando sacar adelante sus estudios atrasados de secundaria. Pero está aquí, en el piso 7 del hospital Victorino Santaella, con su bebé de dos meses que padece bronquiolitis. “Necesito Enterogermina, pero aquí no lo hay ni tampoco yo lo consigo”, cuenta esta madre de 22 años que tiene un hijo mayor de 8 en casa.
Aunque lleva nueve días internada en el hospital, Bello debe acudir a las clínicas y laboratorios privados para practicarle a su niña exámenes de heces y orina. “Eso sí es muy costoso”, reconoce con tristeza. Mientras espera que la abuela traiga el “desayuno” a las 3:00 de la tarde, confiesa que a veces solo come un par de veces al día.
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Cuando Univision Noticias visitó el área de hospitalización de la emergencia pediátrica, el aire acondicionado no funcionaba y no había agua en el hospital.
La economía venezolana está en caída libre. El bolívar se devaluó 75% en los últimos tres meses de 2016. La inflación anualizada cerró el año en 784%. Los productos básicos siguen sin aparecer en los anaqueles. La pobreza afecta al 81.8% de los hogares venezolanos, según la Encuesta de Condiciones de Vida presentada por las universidades Central de Venezuela, Simón Bolívar y Católica Andrés Bello el 17 de febrero de 2016. En este escenario, enfermarse es un lujo.
“No hay para hacer tomografía ni ecosonograma en el hospital, y nos mandan a hacer los exámenes en centros privados cuando uno a veces no tiene ni para comer”, ite Yaritza González, que trajo a su bebé de tres meses con una invaginación intestinal. Ama de casa de 38 años, cría otros tres hijos y su esposo trabaja como chofer en una empresa. Como pasa todo el día en el hospital, no puede dedicarse a hacer las colas para comprar alimentos. “Ahorita como arroz, papa, arepa, lo que se consiga”, dice con la frustración pintada en el rostro.
González espera cupo en otra institución para llevarse a su niño, que solo para de llorar cuando reposa en sus brazos. “ Aquí no hay ni para hacer una sutura. Uno no entiende cómo un hospital tan grande no tiene nada”, critica sin dejar de reconocer que “el personal es muy bueno, pero necesita insumos”.
La Academia Nacional de Medicina indicó que los venezolanos cubren con su propio bolsillo 65,8% de los gastos de salud en los que incurren. Sin embargo, muchas veces no basta con tener el dinero. En las paredes del área pediátrica del hospital Victorino Santaella rebotan los lamentos de los padres cansados de buscar los medicamentos que necesitan sus hijos para levantarse de la cama. La Federación Farmacéutica de Venezuela declaró en noviembre que la escasez de medicinas alcanza 85% y a principios de 2016 cifró la deuda con los proveedores internacionales en unos 6,000 millones de dólares.
Una especialista del hospital revela que en ocasiones los propios familiares también deben costear la alimentación de los pacientes, incluidas las fórmulas lácteas. “Los niños requieren unas dietas especiales, pero no la cumplen y consumen una arepa, papa con salsa o arroz, puros carbohidratos”, comenta.
Zona tóxica
En noviembre, cinco trabajadores del servicio pediátrico presentaron infecciones en la piel. La razón es sencilla. “No están limpiando las instalaciones de manera periódica, falla el agua, los desinfectantes, las bolsas para trasladar los desechos. Por el mismo ascensor que sube la comida, baja la basura”, advierte una médica.
Algunas habitaciones se mantienen clausuradas por contaminación y otros espacios están inutilizados por falta de aire acondicionado. Las enfermeras relatan que pese a la seguridad interna, roban bombillos, calentadores de agua, bombas de succión portátil y hasta los grifos de los baños.
“No es fácil trabajar en un hospital que cada vez está peor”, murmura otro galeno. Los médicos del servicio pediátrico son regularmente víctimas de agresiones y amenazas por parte de padres que estallan indignados por las fallas del hospital. “Nos toca tratar a las personas de forma empírica. Al no contar con los equipos, no podemos practicarle la punción lumbar a los pacientes con meningitis bacteriana y tenemos que guiarnos por la sintomatología. Eso no es hacer buena medicina, no es científico”, estima.
Un estudio de la Universidad Simón Bolívar concluyó que el año pasado unos 15,000 médicos venezolanos abandonaron el país en búsqueda de un mejor futuro. El éxodo merma la nómina de hospitales como el Victorino Santaella, donde un especialista con dos posgrados cobra mensualmente el equivalente a nueve dólares.
“En diciembre de 2015, una niña de 9 años ingresó a la Emergencia con un daño cerebral severo producto de un accidente de tránsito. Tuvimos que referirla a un centro privado porque aquí no había intensivistas y la niña terminó muriendo”, relata un testigo de aquel episodio.
El Gobierno intenta llenar las vacantes con los médicos integrales comunitarios (MIC), formados bajo el modelo de la revolución cubana. “Los MIC tienen un conocimiento ambulatorio, no están capacitados para atender emergencias graves”, coinciden los profesionales consultados.
Recuperar a un niño en medio de todas estas adversidades es casi una proeza, pero aquí en el hospital Victorino Santaella nunca se puede cantar victoria. “Cuando salen del hospital, a los pacientes se les complica mantenerse por la escasez de medicamentos, los costos del tratamiento y los problemas de nutrición. La situación está muy dura”, concluye una doctora la radiografía de un país enfermo.