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Refugiados

Cinco días bajo carpas: más del 50% de la caravana migrante logra entrar a EEUU para pedir asilo

En el quinto día desde su llegada a Tijuana, 70 personas más lograron pasar para exponer sus casos de asilo, sumando ya 178, más de la mitad del grupo de centroamericanos que esperaban en la frontera. Así es la vida de los que siguen en el campamento levantado afuera de la garita de San Ysidro.
3 May 2018 – 09:05 PM EDT
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TIJUANA, México.– Huele a tamales, arroz cocido y esperanza en el campamento que su llegada a Tijuana, lograron pasar 70 personas para exponer sus casos de asilo, sumando ya 178 o más de la mitad del contingente inicial.

Pero debajo de las carpas de colores parece que no se ha ido nadie. El lugar sigue lleno de madres, niños, hombres y jóvenes que conversan, juegan, comen y tratan de pasar el rato mientras las autoridades migratorias les permiten entrar a la garita. Pueblo Sin Fronteras, la organización que guió su viaje desde Chiapas, calcula que aún quedan unas 70 personas.

Tres niños se divierten entre la gente. Son hijos de Kenia Ávila, una mujer hondureña que salió de su tierra el pasado 24 de enero y que ahora espera su turno para presentarse ante representantes de la Oficina de Aduanas y Control Fronterizo (CBP). Ella confía en que esta misma tarde puede hacerlo. Dice que ya está harta de tantos pleitos de niños que escalan a los adultos y enrarecen el ambiente.

"Es difícil, sino estresante estar pensando si vamos a entrar, si nos van a aprobar el caso. Ya quiero salir de esto", explica con cara de enfado esta madre de 35 años. "Es una situación muy difícil".

Antes de almorzar un tamal con atole, un organizador le dijo que preparara sus pertenencias porque su familia estaba en la lista para pasar este mismo jueves por la garita. Durante la tarde, sin embargo, nadie pronunció su nombre mientras un grupo de 20 personas se dirigía hacia el cruce fronterizo.

Kenia y sus tres hijos, de entre 4 y 9 años, comparten una carpa de color azul con un muchacho. El sol eleva la temperatura adentro, aunque afuera esté frío. Sin embargo, esto no evitó que se mojaran en las recientes lloviznas que hubo en la zona. Su familia abarca la mayor parte de la carpa. En una esquina hay una pila de cobijas, en otro lado juguetes y más allá un par de tenis muy gastados y dos libros infantiles.

Dentro de un bolso de color rosa ella atesora los documentos que prueban que su vida corre peligro en Honduras: dos reportes policiales que interpuso por las golpizas que le dio su marido. Asegura que la familia de él está ligada a la violenta Mara Salvatrucha (MS-13) y teme que se la cobren.

"Si vuelvo a Honduras me mata él o me matan sus primos"


"La última vez me aventó la plancha y me abrió la cabeza. Él de gusto nos pegaba. A todos. A mis hijos también. Un día, ya separados, entró al cuarto y nos aventó a los cuatro a la cama, agarró unos fósforos y dijo que nos iba a quemar. Pero su prima lo detuvo", contó.

Miami es el destino de Kenia, pues allá vive su hermano. En su estómago alguien le escribió dos números de teléfono: el de su familiar y el de un amigo que vive en Nueva York. Al levantarse la blusa, muestra esos números que ya casi desaparecen. "Mi meta es llegar a trabajar y poner a mis hijos a estudiar, para que tengan un mejor futuro", dice.

Una de sus preocupaciones es que su hijo mayor, Emanuel, de 10 años, sea reclutado por las maras en su país. "A su edad los mandan a entregar droga, a extorsionar a los negocios y los matan sin piedad. Ese es mi miedo, aquí no me puedo quedar", comenta.

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Para los niños de la caravana, EEUU representa la gran ilusión de poder hacer sus sueños realidad

"Acuerdos comunitarios"

En este campamento no cabe otra carpa y dentro de estas las familias se apretujan sobre cobijas. El lugar incluso tiene reglas, escritas en una improvisada cartulina de color fucsia y a las que llaman "acuerdos comunitarios": respetar las pertenencias de otros, no faltar al respeto a las mujeres, niños y chicas trans, no fumar adentro, no llegar ebrio o drogado, entre otras.

Parece que los niños se han acostumbrado a vivir como gitanos: algunos llevan más de dos meses de sitio en sitio y conviven como si fueran compañeros de escuela. Para ellos cualquier rincón es bueno para jugar, una vieja pista de coches o una cascarita de fútbol.

"Aquí juego fútbol con mis amigos", dice Esteven, de 9 años, oculto entre las faldas de su madre.

De pronto ha entrado a este refugio improvisado una mujer con una bolsa de dulces y los reparte con una sonrisa: "¡Mira qué precioso!", expresa Manuela Trujillo, miembro de una iglesia cristiana en San Diego, al ver a un niño pequeño que le extiende la mano para recibir una paleta de caramelo. "Toma, papito", le dice.

Trujillo, de 77 años, también llevó tres bolsas de ropa infantil usada y otra de zapatillas deportivas. "Hemos visto lo que está pasando y tenemos compasión por toda esta necesidad. Cristo nos manda. El Señor dijo: 'dejen que los niños…'".

Después de la señora, alguien llevó cajas de pañales, que se pusieron en el del campamento, donde se acumulan grandes bolsas para basura con ropa usada. Al otro lado han montado una cocina, donde este jueves dieron tamales con atole al mediodía y arroz cocido con delgadas tiras de pollo por la tarde.

La 'crisis' del gobierno Trump

Madeleine Penman, investigadora de Amnistía Internacional y observadora de derechos humanos, dijo a Univision Noticias que las difíciles condiciones en las que están estas familias son el resultado de la dura política migratoria del gobierno de Trump. "Cuestionamos la supuesta falta de capacidad del gobierno de Donald Trump sabiendo que tienen muchos recursos para procesar estas peticiones", dijo Penman, indicando que los cruces fronterizos han registrado sus niveles más bajos en años.

"La respuesta del gobierno de Trump es hacer parecer que hay una 'crisis' (pero) va a afectar la vida de familias vulnerables", dijo Penma. "Obligan a las personas que emigran a tomar rutas más peligrosas que ponen en peligro sus vidas", agregó.

Entre los que siguen esperando su turno está Wilfredo Arias Funes, de Honduras. Tiene 40 años. Cuenta que vivió unos años en San Antonio, Texas, pero en julio de 2013, 13 años después de que llegó a EEUU, tuvo que regresar a su tierra porque enfermó su madre. Allá trató de sobrevivir realizando labores agrícolas, hasta que se cansó de tanta miseria e inseguridad.

"La violencia es tremenda en nuestro país, no se puede vivir allá", dice este hombre que asegura que una vez lo robaron a punta de pistola en un autobús del transporte público.

Arias Funes espera pasar la entrevista de 'miedo creíble' con el CBP contando lo peligroso que es vivir en Honduras. No tiene una sola prueba. "Yo les voy a decir la verdad", explica.

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