Enfermos, ancianos y pocos 'bad hombres': los nuevos deportados que ICE deja en Tijuana
TIJUANA, México.- Otra vez, el hambre llevó a Gabriel Sacristán a la entrada de la Casa del Migrante, un albergue de Tijuana. Tiene 52 años, es de Guerrero y trabajó en los campos del valle central de California hasta que agentes de inmigración lo arrestaron el pasado 26 de octubre. Dos días después, sin mediar más, lo llevaron a la frontera con México, acabando para siempre con su 'sueño americano'.
"Llegamos a una gasolinería cuando nos rodeó 'La Migra'. Nos dijeron que dónde estaban los papeles... directamente. Yo les dije que no traía y nos dijeron: 'entonces, ¡bájense!'", cuenta Gabriel, recostado en el portón del refugio, contando los minutos que faltan para comer. "Veníamos de trabajar, yo iba con herramienta, con mis tijeras, andábamos podando árboles de almendra", continúa su relato.
Aunque llegó a este lugar donde solo hay ilusiones rotas ha tratado de salir adelante. Trabaja en una planta de electricidad por un sueldo de 250 pesos (13 dólares) al día, suficiente para sobrevivir -dice- y ahorrar para comprar un boleto de autobús que lo lleve a su natal Chilpancingo. Le faltan muchas jornadas. En Tijuana dejó de considerar el retorno a California.
"Para Estados Unidos ya no voy. Antes yo me les brincaba (cruzaba la frontera ilegalmente) la misma noche que me deportaban. Pero ahora está medio duro. No vale la pena", dice Gabriel, quien llegó por primera vez a California en 1991, tarde para legalizarse con la amnistía de Ronald Reagan, pero en una época en que, debido a una seguridad menos estricta en la frontera, los migrantes iban y venían.
Varios deportados que deambulan en Tijuana solo hablan de irse lo antes posible a sus comunidades. "En Chilpancingo voy a trabajar de lo que caiga, el chiste no es quedarse plantado", comenta Gabriel, aunque reconoce que a los 53 años será complicado comenzar de cero en su tierra, golpeada por la violencia del narcotráfico.
Expulsando a migrantes "inocentes"
Pat Murphy, director de la Casa del Migrante de Tijuana, dijo en una entrevista con Univision Noticias que Gabriel es parte del nuevo perfil de los mexicanos deportados en el primer año del gobierno de Donald Trump. Han dejado de llegar hombres que pasaron largas temporadas en cárceles de EEUU y ahora reciben "inocentes que ya habían echado raíces".
"Están llegando hombres mayores, de entre 50 y 60 años; han llegado algunos enfermos; hombres que no eran malos, como ha dicho Trump; gente inocente que 'La Migra' agarró cuando iban caminando por la calle, regresando de su trabajo o saliendo a comprar. Gente que ya tenía muchos años en Estados Unidos y allá dejaron hijos, hijas, esposas", lamenta Murphy.
"Antes recibíamos deportados que tenían 15 o 20 años en la cárcel. Obama también deportó a mucha gente, pero su táctica estaba más enfocada en criminales y no llegaba gente inocente; ahora llega todo mundo", agregó.
Distintos reportes señalan que, en efecto, el nivel más bajo desde 1971.
En la Casa del Migrante, que cuenta con 140 camas, recibieron a casi 6,000 migrantes del 1 de enero al 31 de octubre de 2017. Se trata de un ligero descenso comparado con el mismo periodo del año anterior, cuando Tijuana recibió una oleada de inmigrantes de Haití, algunos de los cuales se quedaron a vivir en esta ciudad.
Este albergue notó un aumento en las deportaciones en marzo, después bajó y hubo otro incremento en agosto, septiembre y octubre. Este centro también ha recibido a más inmigrantes hondureños, que llegan con tres fines: establecerse en Tijuana, solicitar asilo político a EEUU o para buscar un 'coyote' que los ayude a cruzar la frontera.
Murphy, un sacerdote católico, aseguró que recientemente le dio cobijo a un enfermo terminal. "Llegó un señor que tenía cáncer y dijo que solo le quedaban dos meses de vida", contó, lamentando que el hombre se fue poco antes del Día de Acción de Gracias y no supo más de él.
"¿Qué vamos a hacer a México?"
Al michoacano Rodolfo Iturbide lo deportaron en julio. Sus planes son distintos a los de otros migrantes: quiere regresar a Tulare, una comunidad agrícola en el valle central californiano. Tiene 63 años y afirma que en su tierra natal no hay futuro para él. "Te vienen pagando 150 pesos (casi 8 dólares) al día. No me conviene, es muy poco. ¿Qué vamos a hacer en México?", comenta.
El señor Rodolfo llegó a EEUU en la década de 1970 y obtuvo la residencia permanente, pero -según él- se la quitaron en 1995 tras ser condenado por manejar borracho (DUI). Desde entonces, dice, ha sumado varias deportaciones, experiencias que se cuentan en cada rincón en Tijuana.
"Regresé a California, me echaron para afuera y sigo regresando, y todavía me voy para allá otra vez", sostiene. Su idea es intentar burlar la seguridad fronteriza apenas concluya el invierno.
En California lo esperan los campos agrícolas en los que ha trabajado varios años. También ha sido albañil, jardinero y pintor. Quizás en marzo lo vean de nuevo por allá, promete. "Si uno no se arriesga no la haces", menciona con una amplia sonrisa que deja ver que le faltan varios dientes.
"Voy a regresar por mis hijas"
Los sollozos de Refugio Godínez, de 40 años, se escuchan en el pasillo principal de la Casa del Migrante. Habla por teléfono con su familia, a la cual dejó en Lancaster, en el norte del condado de Los Ángeles. Hace unas horas llegó a Tijuana con el ánimo por los suelos: está lejos de sus hijas, de 8 y 15 años.
Cometió un error el 28 de agosto. Salió de una boda con unas copas de más y manejó a su casa. Cumplió una condena de cuatro meses en la cárcel y pasó dos semanas en el Centro de Detención para Inmigrantes en Adelanto, en San Bernardino.
Este hombre originario del Estado de México piensa reunirse con sus hijas en Los Ángeles, donde vivió 16 años. "Voy a regresar por mis hijas, que están pequeñas", dice con lágrimas quien se ganaba la vida en la construcción. Por una razón que no comparte se convirtió en padre soltero. Sus hijas han quedado bajo la tutela de su media hermana, quien ya es adulta.
"Les dije que las cosas que dejé, el carro y la herramienta, que las vendan", menciona.
Antes de aventurarse en la frontera viajará a su estado natal para visitar a los familiares que no ha visto en 16 años y descansar.
Por su parte, Carmelo Aguilar, de 46 años y originario de Morelos, asegura que terminó en Tijuana por una injusticia.
Dice que sin razón lo detuvo en agosto pasado un policía en Lake Forest, en el condado de Orange, California, y le acusó falsamente -afirma- de posesión de droga. Se declaró culpable de ese delito por consejos de un defensor público, quien le aseguró que así evitaría la deportación. Pero después de pasar 20 días en un penal de Orange lo transfirieron a la cárcel de Adelanto y finalmente lo expulsaron.
"Si no tienes un abogado al que le pagues para que hable por ti, te echan fuera", lamenta Carmelo, quien era cocinero en un restaurante de comida italiana en Orange. En Tijuana, para ganarse unos pesos, lava carros desde hace más de un mes.
Este morelense cuenta que llegó a tener dos empleos en California, teniendo apenas unas horas libres a la semana. Así logró construir una casa en su tierra y tener permisos en el transporte público. Por eso, ahora solo piensa en un 'sueño mexicano'.
"Quiero echarle ganas aquí en México, aunque está más duro. No necesito irme a Estados Unidos, donde no nos quieren, nos tratan mal", concluyó.