Por qué comer fruta con sal no es un disparate

Ponerle una pizca de sal a la fruta es una práctica de cocina mucho más arraigada de lo que parece, aunque las redes sociales no lo acepten por completo.
Una de las razones principales por las que esta combinación no es descabellada es que la sal es un potencionador de sabor. Eso quiere decir que hace más intenso el sabor de la fruta y prácticamente cualquier cosa que la acompañe.
Hay frutas como la manzana (sobre todo variedades como McIntosh y Granny Smith) que se llevan bien con la sal porque son ácidas. La sal hace que esta acidez sea mucho menos punzante en la lengua y, en consecuencia, más agradable.
Ahora, comer frutas con sal no es necesariamente una novedad. Hay ejemplos clásicos: el melón con prosciutto, quesos salados con higos, ensaladas de sandía con queso feta y el tomate del gazpacho —porque sí, el tomate es una fruta— son algunos ejemplos que llevan varios años en nuestras mesas.
En cocinas como la mexicana esta combinación también es cotidiana. Es común que en las esquinas de algunas calles, a fuera de las escuelas, o en las casas, frutas como el mango, la piña y la sandía se acompañen con sal e incluso con limón y chile en polvo.
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