Él sí lo dejó todo por amor: la historia de Wallis Simpson y el romance que pudo más que un reino
Meghan y Harry, pero ninguno de estos casos tuvo la resonancia y las consecuencias históricas que tuvo el apasionado amor entre Eduardo VIII y Wallis Simpson, a quien la reina María de Inglaterra llamó “esa mujer”, pues sedujo y puso de hinojos al príncipe de Gales, tras renunciar por ella al reino de Gran Bretaña, Irlanda, los Dominios Británicos de Ultramar y al Imperio de la India.
El caso de Wallis Warfield Simpson, duquesa de Windsor, es uno de los más extraordinarios en la historia del siglo XX. Nacida el 19 de junio de 1896 en Pennsylvania, era una mujer de clase media que se pulió hasta volverse elegante, de figura un tanto andrógina, de facciones muy angulosas, extremadamente delgada (su biógrafa Anne Sebba ha llegado a decir que en esta época se le diagnosticaría como anoréxica), y -lo peor de todo-, doblemente divorciada, que llevó a un rey a abdicar a su trono, pero ¿de dónde vino? ¿cómo obtuvo tanto poder sobre el rey?
Forjada a hierro
Los primeros años de Wallis fueron como un cuento de hadas, pero torcido. Sus padres, Teackle Wallis Warfield y Alice Montague, se casaron a escondidas y tuvieron una única hija: Bessie Wallis Warfield. Según relata la legendaria Nancy Mitford en su biografía sobre la duquesa (la primera en mostrarla en una luz favorable) el padre murió repentinamente de tuberculosis, cuando la criatura tenía solo seis meses de edad y la familia quedó en la pobreza. Como Alice venía de un hogar acomodado de Baltimore, regresó a la casa materna y ahí vivieron de la caridad de su familia. Fue la tía materna, Bessie, quien se ocupó de criar la pequeña Wallis, que ya por entonces tenía un carácter fuerte, disimulado bajo un aspecto tímido.
Alice murió pronto y Wallis, que era considerada un 'patito feo' en la sociedad de Baltimore, tuvo que cultivar otras gracias para destacar y conseguir marido en esa ciudad, así lo relata Maitre Blum, la abogada y albacea de Wallis en sus últimos años, en su best-seller 'El final de la duquesa'. De este modo, Wallis se tornó rebelde, enigmática, a la vez que divertida e ingeniosa, con una conversación magistral que le servía para hechizar a los hombres. Así conoció a Earl Spencer, que fue su primer marido; un oficial de la marina estadounidense que la llevó con él a China, donde -coinciden todos los biógrafos- Wallis aprendió técnicas y acrobacias sexuales para complacer a los hombres, uno de los elementos que se tejieron en su leyenda.
La americana enigmática
El matrimonio con Spencer tuvo un mal final. Según relata Sebba, él bebía y era violento con ella, por lo que en cuanto pudo, se consiguió un amante; en este caso el naviero Ernest Aldrich Simpson, que la sacó de Shanghai y la llevó a Londres en 1928, donde al cabo de unos pocos meses, Wallis se había convertido en una de las anfitrionas sociales más de moda en la capital británica; en su casa organizó rumbosas fiestas, donde conoció a lo más rutilante de la socialite inglesa, entre ellas a la descocada y popular Lady Thelma Furness, quien casualmente, era flor de escándalo por -pese a ser casada- ser la amante oficial de Edward Albert Christian George Andrew Patrick David Windsor, príncipe de Gales, primogénito de Jorge V y María de Teck, bisnieto de la reina Victoria y nacido en 1894.
Fue al aparecer en la sociedad británica, que Wallis evolucionó de la muchacha desgarbada pero astuta, que salió de Baltimore en 1915, a convertirse en una 'vamp' de sociedad, con ropa de lujo, una cada vez mayor adicción a las joyas ( específicamente de la casa Cartier) y un 'allure' misterioso que se debía, se rumoró siempre (Truman Capote se deleitaba en esparcir esta versión, si bien Anne Sebba no aclara ni desmiente) a que Mrs. Simpson era hermafrodita.
Sobre estos rumores, su confidente y amigo Michael Bloch, quien publicó otra biografía muy personal sobre ella, aseguró que Wallis “ sufría del Síndrome de Insensibilidad Androgénica (SIA)", es decir, era genéticamente hombre pero con un aspecto femenino, razón por la cuál no podría tener hijos", mientras que en su diario, el biógrafo real James Pope-Hennesey, que sirvió bajo tres reyes, Jorge V, Eduardo VIII y Jorge VI, se atrevió a mencionar: “Me sentiría tentado de clasificarla como la mujer americana por excelencia, si no fuera por la sospecha que tengo de que no es mujer”.
Sin que ninguno de estos aspectos obstara, David (como ella lo llamaba) se encaprichó con Wallis y ella se dejó querer. “Ya desde el inicio de su relación corrían rumores de que era una depredadora sexual”, contó Sebba. El príncipe la colmó de joyas, pieles, vestuarios y viajes; lo que parecía un capricho se convirtió en un asunto de estado cuando el rey Jorge V murió el 20 de enero de 1936 y David se convirtió en el rey Eduardo VIII.
"La mujer que amo"
Fue en ese momento que la familia real cerró filas en contra de la posibilidad de que Wallis, ya para entonces en trámites de divorcio del pobre Mr Simpson -que fue el último en enterarse de que era el cornudo más famoso del mundo-, pasara a ser consorte real, aunque Eduardo VIII estaba empecinado en lograr lo imposible: casarse con una americana divorciada para coronarla como reina de Inglaterra.
La ocurrencia del heredero de casarse con semejante prospecto hizo que la casa real, el primer ministro Stanley Baldwin y la prensa cayeran en caos; la reina María la calificó con desprecio como: "Esa mujer" y la duquesa de York, Elizabeth Bowes-Lyon (que sería la madre de lsabel II) se convirtió en su enemiga natural. Aunque lo irónico, es que la interfecta, detalló Sebba, no quería casarse ni ser reina, solo seguir viviendo a gusto como amante del rey sin que nadie la molestara (algo similar a lo que deseaba Camilla Parker-Bowles en su época de amor secreto de Carlos de Gales), y la noción de ser la mujer más vilipendiada de Gran Bretaña no le agradaba nada.
A finales de 1936, toda vez que Wallis era soltera nuevamente, el rey informó formalmente al primer ministro de la época, Stanley Baldwin, su intención de casarse con su amante. Baldwin le explicó las consecuencias que tendría tal decisión puesto que incluso el parlamento se oponía, por lo cual las únicas alternativa que le quedaba eran abdicar a su trono o terminar su relación.
“Él tuvo que elegir y eligió lo que muchos consideraron que era el gesto más romántico de la historia. Él decidió que amaba tanto a Wallis, que como dijo en su discurso de abdicación, no podía continuar cumpliendo su deber, sin la mujer que amaba a su lado”, explicó la historiadora Lisa Hilton en el documental ' The Royals'. El 10 de diciembre se concretó su renuncia y realizó una breve declaración para su pueblo, dando paso al reinado de su hermano Albert, duque de York, que se convirtió en Jorge VI.
"Ustedes conocen las razones que me han llevado a renunciar al trono", declaró desde Buckingham a través de la BBC ". Quisiera hacerlos comprender que, al tomar esta resolución, no he olvidado en absoluto al país o al Imperio, a los cuales, primero como príncipe de Gales y más tarde como rey, he dedicado veinticinco años de servicio. Pero pueden creerme cuando les digo que me ha resultado imposible soportar la pesada carga de la responsabilidad y desempeñar mis funciones como rey, en la forma en que desearía hacerlo, sin la ayuda y el apoyo de la mujer que amo”.
Varios meses después de la abdicación de Eduardo, en junio de 1937, la pareja contrajo matrimonio en el sur de Francia y pasaron a ser los duques de Windsor, titulo de cortesía que fue creado especialmente por Jorge VI. La boda se realizó el mismo día del cumpleaños del padre de Eduardo -lo que fue tomado como un agravio por parte de la reina María, según Michael Bloch- y a la ceremonia civil no asistió ningún miembro de la familia real.
Tres meses después de la boda, el matrimonio se vio envuelto en otra polémica esta vez más grave: La pareja realizó una amistosa visita a la Alemania Nazi. “Cuando Eduardo se casó con Wallis Simpson, se convirtió en un exiliado. Así que se prepararon para ir a cualquier lugar donde fueran bienvenidos. Causaron un gran alboroto en Alemania, porque fueron tratados como la realeza que ya no eran y eso los atraía mucho emocionalmente”, explicó Hilton. La peor parte del viaje, es que fueron fotografiados sonrientes mientras saludaban a Adolfo Hitler. Desde dicho momento, Wallis fue siempre vinculada a los movimientos facistas, acusada de ser una espía para los Nazi e incluso amante de Joachim von Ribbentrop, el embajador del Reich en Reino Unido (esta relación jamás probada, fue la inspiración para la trama central de la célebre novela del escritor canadiense Timothy Findley 'Famous Last Words' en la que una siniestra versión ficticia de Mrs. Simpson es un personaje central).
Durante la Segunda Guerra Mundial, Eduardo y Wallis se refugiaron primero en España, luego en Portugal y en 1940, fueron enviados por la corona a Bermuda, donde pasarían el resto del conflicto, él como gobernador de la isla y ella muerta de tedio. En ese mismo periodo, apunta Sebba, comenzó a ser muy criticada por sus excesivos gastos y por hablar mal de Inglaterra, lo que muchos consideraron una venganza contra “el país que no la quiso de reina”.
Envejeciendo en Balenciaga
Después de la guerra, comenzaron su vida de nómadas de lujo: pasaban largas temporadas en Nueva York, en París, en Madrid o Bahamas hasta que fijaron su residencia en Versalles; a mediados de la década de 1950, mientras figuraba en las listas de las mujeres mejor vestidas del mundo, Wallis se mostraba un tanto harta de su vida junto a Eduardo, que era cada vez más codependiente de ella. En ese mismo periodo, señala Vanity Fair, comenzaron a correr rumores de que ella le estaba siendo infiel con un joven millonario estadounidense de nombre Jimmy Donohue, primo segundo de la célebre Bárbara Hutton, heredera de la cadena de tiendas Woolworth's. Donohue era homosexual, algo que los medios aseguraron que parecía no molestarle a la duquesa, quien habría mantenido la relación flagrantememente en la cara de su marido, durante cuatro años.
La revista colombiana Jet Set describe la relación del matrimonio como enfermiza y sadomasoquista. Ella gastaba fortunas en ropa de Balenciaga, Mainbocher o Balmain, mientras que él se iba retrayendo del mundo, harto de fiestas y sintiendo una nostalgia cada vez mayor por inglaterra, donde fue en contadas ocasiones después de la abdicación, solo para asistir a los funerales de su hermano en 1952 y de la reina María, su madre, al año siguiente. Su relación con su sobrina Isabel, ya monarca de Reino Unido, fue siempre cordial, aunque las simpatías nazis de Eduardo lo persiguieron siempre.
Hacia la década de 1960 la salud del exmonarca se deterioró y en 1971 fue diagnosticado con cáncer de garganta, el cual terminó con su vida el 28 de mayo de 1972. Eduardo tuvo un funeral familiar y fue enterrado en el cementerio real en Frogmore, detrás del Mausoleo Real de sus bisabuelos, la reina Victoria y el príncipe Alberto, en una ceremonia a la que asistió gran parte de la familia real, y donde Isabel II fue amable con la viuda Wallis, si bien la reina madre y la princesa Margarita fueron ligeramente más reservadas con ella.
Tras la muerte de su marido, Wallis se volvió a vivir en Francia -a la casa donde pasó la mayor parte del exilio de su marido- y se mantuvo con la herencia que él le dejó y con una generosa pensión otorgada por la reina Isabel II. En los años siguientes, Wallis se volvió senil, perdió su habilidad para hablar y permaneció enclaustrada y solitaria hasta su muerte, el 24 de abril de 1986. La reina ordenó que los restos de "esa mujer" fuesen repatriados a Inglaterra y se le dio un funeral de familia real, al que -reportó El País- acudieron Isabel, su marido y su madre, así como Carlos y Diana, y todos los demás de la familia real, que también presenciaron el entierro, al ser depositada Wallis al lado de su 'David', la pareja que efectivamente acabó con el imperio británico para vivir su amor desafiando al mundo.
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